La historia, muchas veces, no todas, está basada más en leyendas que en realidades objetivas. Las naciones, para poder crecer y establecerse, crean y sostienen leyendas fundacionales que no son, como muchos creen, una mentira. Son, en cambio, relatos de tradición popular con una base histórica más o menos reconocible, que refiere hechos históricos o maravillosos. Como tales, se sitúan en la frontera entre el mito y la realidad y, al igual que el mito, pasan de generación en generación mediante la trasmisión oral o escrita.
Por infobae.com
Por ejemplo, hoy se conmemora el “día de la Reforma”, porque el 31 de octubre de 1517, el sacerdote católico de la orden de san Agustín fray Martín Lutero, clavó en las puertas de la capilla del castillo de Wittenberg sus tesis contra la venta de las indulgencias bajo el título de: “Disputatio pro declaratione virtutis indulgentiarum” ¿Por qué lo hizo un día como hoy? Porque la mañana siguiente sería el Día de todos los Santos y muchos concurrirían a las misas oficiadas ese día y, al ingresar al templo, leerían su postura.
Si bien es cierto lo de las tesis, los historiadores actuales han descifrado que es una leyenda, dado que Lutero envió, como era lo común en aquella época, sus pensamientos por carta a diversas universidades y a Roma. Además muy pocos sabían leer y mucho menos latín. Pero es un hecho que ocurrió. La Reforma se llevó a cabo.
Otra leyenda establecida para el día de hoy es que el Papa Juan Pablo II levantó la excomunión de Galileo Galilei y lo reivindicó. Pero Galileo nunca fue excomulgado ni condenado a la hoguera (como algunos afirman por ahí), ni sus libros quemados.
Este tema es interesante, pero veamos porque el Papa Juan Pablo II habló sobre Galileo.
El 21 de febrero de 1632, Galileo, protegido por el papa Urbano VIII y el gran duque de Toscana Fernando II de Médicis, publicó en Florencia su “Diálogo sobre los principales sistemas del mundo”, donde se burlaba implícitamente del geocentrismo de Ptolomeo. “El Diálogo” es a la vez una revolución y un verdadero escándalo. El libro es, en efecto, abiertamente pro-copernicano. Cabe la pena recordar que Italia no existía y Florencia era un país independiente, por tanto Galileo se sentía protegido contra enemigos de “otros países” como pudiera ser los Estados Pontificios. Pero Galileo subestimaba por demás al Papa y a la corte papal que, más que buscar la verdad, buscaban sus intereses personales. Galileo tiene en Roma poderosos enemigos, fundamentalmente entre los jesuitas del Colegio Romano, especialmente Christoph Scheiner y Orazio Grassi, quienes se consideraban la rama intelectual de la Iglesia. A ellos no les gustaba para nada lo expuesto por Galileo porque estaba escrito en lengua vulgar, en vez de hacerlo en el idioma culto utilizado por entonces entre los hombres de ciencia, el latín. A cierta jerarquía no le agradaba que las obras llegaran directamente al hombre de la calle.
El libro había pasado por los censores florentinos, pero los romanos no estaban tan conformes. Por lo tanto Galileo, fue requerido para presentarse en Roma. Como estaba muy enfermo y agotado se demoró en acudir. Para peor, en esos momentos existía una epidemia de peste en la península.
Llegado a Roma, comenzó el proceso con un interrogatorio el 9 de abril de 1633. Galileo no reconoció haber recibido expresamente ninguna orden del cardenal Roberto Bellarmino, quien era el jefe de la Inquisición. Solo una convocatoria para establecer un coloquio. Por tanto y sin orden firmada y con pruebas tan endebles, era difícil establecer una condena.
Los hombres de ciencias y muchos eclesiásticos ya sabían que el Sol no era el centro del universo, y que la tierra era redonda se sabía hacía siglos, dado que Eratóstenes, Anaximandro, Hecateo de Mileto y hasta la misma Biblia en el libro de Isaías así lo aclaraban. La cuestión era otra, el desafío al poder eclesial y el libre pensamiento de la ciencia que no congeniaba con la teología. Galileo, de 68 años, acepta confesar, lo que lleva a cabo en una comparecencia ante el tribunal el 30 de abril. Una vez obtenida la confesión, se produce la condena el 21 de junio. Al día siguiente, en el convento romano de Santa María sopra Minerva, sede de la Santa Inquisición, le es leída la sentencia: “Nosotros pronunciamos, sentenciamos y proclamamos que tú, Galileo Galilei, en razón de los hechos que ha sido detallados en el documento de este proceso, has sido merecedor de todas las censuras y amonestaciones promulgadas en por cánones sagrados y las leyes particulares y generales. Estamos en este tribunal para considerar tu absolución con una primera condición, que es tu abjuración en nuestra presencia con un corazón sincero y con una fe verdadera. Asimismo condenamos tu escrito “Diálogo”, el cual será prohibido por edicto público. Como castigo tendrás que ser más cuidadoso en el futuro así como servir de ejemplo para otros y de este modo se abstengan de cometer estas imprudencias. Como pena de salutación te imponemos que recites los siete salmos de penitencia una vez por semana durante los próximos tres años y prisión en este santo oficio, aunque nos reservamos el derecho de conmutar cualquiera de estas penas.”
Ante esta sentencia surge un dato interesante, que explicará el Cardenal Ravassi en el año 2009, el “Año de Galileo” con motivo del 400 aniversario de la construcción del primer telescopio por el científico italiano. Ravassi advierte: “El Papa no firmó la sentencia y los cardenales no se pusieron de acuerdo sobre la condena; por esto, está bien volver a publicar las actas en su totalidad, para tenerlas de nuevo a disposición en una edición lo más acertada y rigurosa posible desde el punto de vista crítico”
Quien esto escribe tuvo la oportunidad de estar en el mismo lugar en el cual se leyó la sentencia a Galileo, junto a la Prof. D. Susana Concepción Fernández. Este antiguo convento y lo que era la sede del Santo Oficio es hoy la biblioteca del Senado de la República de Italia.
Como dice el Cardenal Ravassi, el papa no firmó la sentencia e indicó que se conmute la prisión. Según narra la leyenda, cuando Galileo salió del tribunal a la Piazza Minerva, observó el cielo y dijo la famosa frase: “Eppur si muove” (“Y sin embargo se mueve”), pero según Stillman Drake, un historiador canadiense de la ciencia que publicó más de 131 libros y artículos sobre Galileo, incluyendo traducciones, aclaró que no pronunció la famosa frase en ese momento, ya que no se encontraba en situación de libertad y sin duda era desafiante hacerlo ante las puertas tribunal de la Inquisición.
El texto de la sentencia fue difundido por doquier: en Roma el 2 de julio y en Florencia el 12 de agosto. La noticia llegó a Alemania a finales de agosto, y a Bélgica en septiembre. Los decretos del Santo Oficio no se publicarán jamás en Francia.
Galileo retornó a Florencia donde se quedó en su casa desde diciembre de 1633 a 1638. Allí recibió algunas visitas, lo que le permitió que alguna de sus obras en curso de redacción pudiera cruzar la frontera. Estos libros aparecieron en Estrasburgo y en París en traducción latina. El 2 de enero de 1638 Galileo perdió definitivamente la vista. En 1640 se mudó cerca del mar, a su casa de San Giorgio, rodeado de sus discípulos Viviani, Torricelli, Peri y otros, trabajando en la astronomía y otras ciencias. A fines de 1641, Galileo trata de aplicar la oscilación del péndulo a los mecanismos del reloj.
El 8 de enero de 1642, Galileo muere en Arcetri a la edad de 77 años. Su cuerpo fue inhumado en Florencia el 9 de enero. Un mausoleo se erigió en su honor el 13 de marzo de 1736 en la iglesia de la Santa Cruz de Florencia.
En el siglo XVII había resistencia a la separación entre ciencia y teología. En el siglo XVIII, el papa Benedicto XIV autorizó las obras sobre el heliocentrismo. En 1741 hizo que el Santo Oficio imprimiera la primera edición de las obras completas de Galileo, y en 1757 las obras favorables al heliocentrismo fueron autorizadas a ser impresas y se retira a estas obras del “Index Librorum Prohibitorum”. En 1939, el papa Pío XII en su primer discurso a la Academia Pontificia de las Ciencias, describe a Galileo como “…el más audaz héroe de la investigación, sin miedos a lo preestablecido y los riesgos a su camino, ni temor a romper los monumentos”.
Así llegamos a Juan Pablo II, que propuso una revisión honrada y sin prejuicios en 1979. La comisión se conformó en 1981 y dio por concluidos sus trabajos en 1992.
Y el 31 de octubre de 1992, el Papa habló delante de la Academia de Ciencias de la Santa Sede: “…el 10 de noviembre de 1979, con ocasión de la celebración del primer centenario del nacimiento de Albert Einstein, expresé ante esta misma Academia el deseo de que ‘teólogos, sabios e historiadores, animados de espíritu de colaboración sincera, examinen a fondo el caso de Galileo y reconociendo lealmente los desaciertos, vengan de la parte que vinieren, hagan desaparecer los recelos que aquel asunto todavía suscita en muchos espíritus contra la concordia provechosa entre ciencia y fe’. Y sobre Galileo, argumentó: “… ¿No está ya archivado desde hace tiempo ese caso? ¿no están ya reconocidos los errores cometidos? Ciertamente, así es.” El discurso de Juan Pablo II continuó: “Galileo, creyente sincero, se mostró en este punto más perspicaz que sus adversarios teólogos. ‘Aunque la Escritura no puede errar -escribe a Benedetto Castelli el 21 de diciembre de 1613-, con todo podría a veces errar de varias maneras, alguno de sus intérpretes y expositores’. Se conoce también su carta a Cristina de Lorena (1615), que es como un pequeño tratado de hermenéutica bíblica. Podemos ya aquí extraer una primera conclusión: La irrupción de una nueva manera de afrontar el estudio de los fenómenos naturales impone un esclarecimiento del conjunto de las disciplinas del saber.”
En otra parte del discurso el pontífice afirma: “el cardenal Roberto Bellarmino, que había percibido el verdadero alcance del debate, consideraba por su parte que, ante eventuales pruebas científicas de que la Tierra gira en torno al Sol, se debía ‘interpretar con una gran circunspección’ todo pasaje de la Biblia que pareciera afirmar que la Tierra está inmóvil. Y en una carta dirigida al padre Foscarinio escrita el 12 de abril de 1615 nos relata que ‘mejor decir que no lo comprendemos, en vez de afirmar que lo que se demuestra es falso’. Hace un siglo, el Papa León XIII se hacía eco de ese consejo en su encíclica Providentissimus Deus: ‘Dado que la verdad no puede de ninguna manera contradecir a la verdad, podemos estar seguros que un error se ha introducido, sea en la interpretación de las palabras sagradas, sea en otro lugar de la discusión’.
Asimismo, aclaró en su discurso: “A partir del siglo de las luces y hasta nuestros días, el caso de Galileo ha constituido una especie de mito, en el que la imagen de los sucesos que se ha creado estaba muy lejos de la realidad. En esta perspectiva, el caso de Galileo era el símbolo del supuesto rechazo del progreso científico por parte de la iglesia, o del oscurantismo “dogmático” opuesto a la búsqueda libre de la verdad. Este mito ha desempeñado un papel cultural notable; ha contribuido a infundir en muchos científicos de buena fe la idea que existe incompatibilidad entre el espíritu de la ciencia y su ética de la investigación, por su lado, y la fe cristiana, por otro. Una trágica y recíproca incomprensión ha sido interpretada como el reflejo de una oposición constitutiva entre ciencia y fe. Las aclaraciones aportadas por los estudios históricos recientes nos permiten afirmar que ese doloroso malentendido pertenece ya al pasado. El error de los teólogos de entonces, cuando sostenían que el centro era la Tierra, consistió en pensar que nuestro conocimiento de la estructura del mundo físico, en cierta manera, venía impuesto por el sentido literal de la Sagrada Escritura… En realidad, la Escritura no se ocupa de detalles del mundo físico, cuyo conocimiento está confiado a la experiencia y los razonamientos humanos. Existen dos campos del saber: el que tiene su fuente en la Revelación y el que la razón puede descubrir con sus solas fuerzas. A este último pertenecen las ciencias experimentales y la filosofía”.
En la basílica de San Pedro del Vaticano, el 15 de febrero de 2009, se celebró una misa en memoria de Galileo. Dicha Eucaristía fue oficiada por monseñor Gianfranco Ravassi. La Santa Sede quería hacer pública la aceptación del legado del científico dentro de la doctrina católica. Ese año se organizó también un congreso internacional sobre Galileo Galilei y en marzo se presentó en Roma el libro escrito en italiano “Galileo y el Vaticano” que ofrece “un juicio objetivo por parte de los historiadores” para comprender la relación entre el gran astrónomo y la Iglesia. Al presentar el libro, el presidente del Consejo Pontificio para la Cultura, el arzobispo Gianfranco Ravassi consideró que esta obra facilita a la Iglesia comprometerse “en una relación más vivaz y calmada con la ciencia”. En julio se presentó una nueva edición sobre las investigaciones del proceso realizado a Galileo. El nuevo volumen se tituló: “I documenti vaticani del processo di Galileo Galilei”(Los documentos vaticanos del proceso de Galileo Galilei). La edición ha estado a cargo del prefecto del Archivo Secreto Vaticano, monseñor Sergio Pagano.
El discurso del papa Juan Pablo es muy largo, pero está en las redes si alguien desea leerlo completo. Como vemos, ni Galileo fue excomulgado, ni fue quemado junto con sus obras ni nada de eso. Sí fue reprendido. Pero su obra ya había sido reconocida como válida cuando el papa Benedicto XIV en 1741, autorizó a imprimir los libros de Galilei.
¿Fue importante el discurso del papa Juan Pablo II? Sí, lo fue. ¿Se le levantó la “excomunión” un día como hoy pero en 1992? No, porque nunca padeció dicha pena.