Muchos desplomes nos permitirían demostrar el fracaso del socialismo como modelo para establecer el progreso, el bienestar y la justicia social en los países, pero ninguno como la poca importancia que conceden a la defensa territorial de las naciones que gobiernan, si la realidad histórica les impone escoger entre el poder que detentan o renunciar a los derechos que han recibido de sus ciudadanos para poder considerarlos constitucionalmente como sus gobernantes.
En el caso que toca al chavismo, a Venezuela y a los venezolanos, yo diría que la actual disputa que considera en este momento la “Corte Penal Internacional de La Haya” sobre la soberanía del territorio Esequibo (que deriva del fraude que le fue impuesto al país por el Imperio Británico en el Laudo de 1898) es evidente que se presta para establecer claramente cómo hasta la piratería más descarada puede ser echada por la borda si lo que le interesaba a los socialistas que asaltaron el poder en Venezuela el 4 de febrero de 1998, con Chávez a la cabeza, no era la Venezuela histórica, la que ya casi contaba 200 años, sino la que ellos empezaban a despedazar hasta las horas que escribo estas líneas.
“Poder político hasta el mayor tiempo posible, hasta el extremo que no pueda ser desafiado por nadie y con una concentración que no admita la más mínima oposición” es una frase que se le oyó pronunciar a Fidel Castro en los primeros días de la Revolución Cubana y que si bien no ha sido confirmada, es evidente que la dijera o no la dijera o la dijera a medias, confirma la esencia de la “teología” totalitaria marxista, que ha quedado firmemente establecida como su característica de aplastar y que ya a algunos politólogos como, George Kennan, llevaron a bautizarla como un “hipermaquiavelismo”.
Lo demostró, Lenin, cuando a meses de la “Revolución de Octubre”, el 3 de marzo de 1918, firmó con el imperio alemán aquel “Tratado de Brest-Litovsk” que significó la pérdida de un tercio del territorio ruso de preguerra, pues, su interés estaba concentrado en ganar la guerra civil que veía aproximarse; Stalin con la firma del “Pacto Germano-Soviético” de 1939, con el cual intentó repartirse con Hitler la Europa Central como un primer paso para deshuesar a la democracia occidental; y Fidel Castro, que mientras incendiaba América Latina contra el imperialismo yanqui, toleró su presencia en la Base Naval de Guantánamo, pues, simplemente, no perturbaba el poder total que estaba imponiendo a sangre y fuego en la isla caribeña.
En lo que toca a Chávez, no hay dudas que, con la asesoría de los dictadores cubanos, Fidel y Raúl Castro, desde que asumió el poder a finales de los 90, se trazó forjar una alianza con el mayor número posible de países del Caribe, Centro y Sudamérica, a fin de procurarse los votos que necesitaba para derrotar a los Estados Unidos, y las democracias de la región, que, suponía, se opondrían a que una nueva Cuba surgiera en el Continente.
A este respecto, cabe recordar que ya no había guerras ni batallas que empeñar, pues, el fin de la “Guerra Fría” imponía que sería en los organismos e instituciones multilaterales donde se ganaría o perdería la vigencia del nuevo orden jurídico internacional.
Particularmente le preocupaba la OEA, institución controlada por una mayoría de estados democráticos, y cuya “Carta Democrática” (aprobada en la Asamblea General del 11 de septiembre del 2001, en Lima, Perú) se había instrumentado para que dictaduras de izquierda o derecha no volvieran a infestar la región.
Cuba no hacía parte de la OEA -pues había sido expulsada en 1962 después que el gobierno de Rómulo Betancourt la acusó de injerencia en los asuntos internos de Venezuela- pero los 18 estados del Caribe angloparlante asociados en el Caricom sí, y, cómo desde los inicios de la revolución cubana y de la independencia de los ahora llamados también países afrodescendientes, se habían consorciados en sus penas y alegrías “antiimperialistas”, pues nada más natural que la Antilla Mayor fungiera de influencia dominante entre las Menores.
La estrategia castrochavista, entonces, lució clara y se dirigió a ganarse los votos del Caricom, y de otras islas y países pobres del continente, a fin de constituirlos en un bastión de manos alzadas, con el cual el neodictador venezolano pudiera destruir la democracia y el estado de derecho en el país.
Para lograr tal “milagro” se prestó, idealmente, la riqueza petrolera y los petrodólares provenientes del ciclo alcista de los precios del crudo (2004-2008) que fluyeron a torrentes entre aquellos emblemas del Tercer Mundo, a través de la agencia de repartos que igualmente llamaron “PetroCaribe” y que vendieron su pobreza a cambio de despojar a los venezolanos de sus derechos humanos e institucionalidad.
Pero el Caribe angloparlante, asociado en el Caricom, quería más, mucho más, y la próxima presa a la cual le puso las garras fue al Esequibo, “Territorio en Reclamación” entre Venezuela y Guyana, cuyas riquezas petroleras y mineras ya estaban evaluadas y que, si se “conquistaban”, era el sucedáneo perfecto para cuando Chávez y su Venezuela rica y regalona dejaran de serlo.
Y la entrega del Esequibo por votos en la OEA -y donde fueran necesarios-, es lo que ocurre en la tristemente célebre visita de Chávez a Guyana en febrero del 2004, donde proclama que “El asunto del Esequibo será eliminado del marco de las relaciones sociales, políticas y económicas de los dos países”. y “que el gobierno venezolano no será un obstáculo para cualquier proyecto a ser conducido en El Esequibo, y cuyo propósito sea beneficiar a los habitantes del área”.
Es cierto que no se trataba de una cesión de “derecho”, porque en cualquier caso podía alegarse que el petrodictador no tenía facultades para derogar el “Acuerdo de Ginebra” que había “constituido” en el 66 la “Zona en Reclamación”, pero si “de hecho”, puesto que, si permisas que Guyana haga lo prohibido como era explotar El Esequibo, entonces llegará un día en que poblacional, económica y políticamente dejará de pertenecemos.
Pero de regreso a casa el “Comandante en Jefe”, “Gigante” o “Presidente Eterno” tenía otras cuentas que arreglar, como era pulverizar los intereses petroleros imperialistas en Venezuela, expresados en aquella “Apertura Petrolera” de los tiempos del segundo Caldera que, autorizaba a PDVSA a asociarse con transnacionales de los hidrocarburos para acometer la explotación de la “Faja Petrolífera del Orinoco”.
La cuestión no era sencilla, porque la legalidad de los contratos de la “Apertura” era irreprochable, autorizados por la Corte Suprema, el Congreso Nacional y ratificados por el Máximo Tribunal en el 2002, pero Chávez modificó la Ley de Hidrocarburos, valido de una Ley Habilitante y obligó a las petroleras que ya habían invertido, o a acatar una nueva ley de su puño y letra o irse del país.
Fue aquí donde el chavismo chocó con la Exxon Mobil, la trasnacional que era, por cierto, la que más había invertido en la “Apertura”, cuya presencia en el proyecto “Cerro Negro” era avasallante, que no aceptó el cambio de las reglas de juego y decidió someter el caso de la expropiación al arbitraje internacional del Ciadi.
Y es que, como escribió el experto petrolero, José Toro Hardy, en un brillante artículo, La venta de Chalmette: una estupidez soberana (lapatilla.com: 22-6-13) “Nadie niega el derecho soberano de una nación a modificar sus leyes. Lo que sí debería criticarse es la falta de criterio para cometer soberanas estupideces y eso fue lo que hizo el gobierno venezolano”
El 9 de octubre del 2014, exactamente ocho años después que Exxon solicitó el arbitraje, se conoció la decisión del Ciadi, -que es una instancia del Banco Mundial- y en ella, como era de esperarse, se obliga al gobierno venezolano a pagarle a Exxon Mobil, en compensación por la expropiación de sus activos, 1600 millones de dólares.
Yo diría que, con esta decisión, empieza a formarse “la tormenta perfecta del Esequibo”, pues, a los herederos de Chávez les resulta imposible aceptar que fuera la transnacional expropiada por “el Gigante”, que, además, le ganó un juicio a la nación por 1600 millones de dólares, la que empezó a compartir con Guyana y el Caricom la inmensa riqueza petrolera que ya sustituyó a Venezuela como centro energético de la región.
Y ello quedó fuera de toda duda, cuando, el 15 de marzo del 2015, la prensa internacional trajo la noticia, confirmada un día después por las autoridades de Georgetown, de que Guyana se había asociado con Exxon Mobil, y una petrolera china, Exen Petroleum Company, en la explotación de reservas petroleras descubiertas en la Fachada Atlántica de la Guayana Esequiba, o sea, en el corazón de la propia “Zona en Reclamación”.
En otras palabras que, final más atroz para una política fundamentada en la venta de las riquezas nacionales para comprar votos en la OEA para destruir la democracia venezolana, no podía imaginarse y que, simplemente, se nutre de un giro que la trasnochada revolución chavista no puede admitir: el petróleo, como los ciclos alcistas, no duran para siempre y, una vez que los “ricos” se convierten en “pobres”, los clientes que, una vez lo esquilmaron, voltean hacia otros ricos.
El nuevo rico, en lo que se refiere a recursos petroleros y energéticos, son los Estados Unidos de Norteamérica, el país de la Exxon Mobil, que, con el descubrimiento de nuevas reservas convencionales, y la explotación del petróleo y gas de esquistos, pasó a convertirse, en el primer productor de crudos del mundo, desplazando a Rusia y a Arabia Saudita.
Y hacia este imán, comenzaron a moverse los rascabucheadores de siempre, los oportunistas del tipo Raúl, Fidel Castro, y los “hermanos” del Caricom que, incluso, con una grosería innecesaria le están diciendo a los revolucionarios bobos venezolanos: “Si te he visto, no me acuerdo”.
A este respecto, nada más oportuno que recordar la reunión del presidente Obama, el 9 de marzo 2015, -un día antes de la VII Cumbre de Las Américas de Panamá-, en Kingston, Jamaica, con el Caricom, y en la cual conminó a sus miembros a escapar de la pavorosa crisis económica chavista-madurista, del fin de su industria petrolea y ponerse bajo la umbrela energética de USA.
Pero ¿no habló también Obama del Esequibo, no les dijo a “sus nuevos mejores amigos” que Exxon Mobil contaba con el respaldo de su gobierno y que no se preocuparan de Maduro porque su otro “nuevo mejor amigo”, Raúl Castro, se había comprometido a apaciguarlo?
Lo cierto es que, más allá de especulaciones, Obama y Raúl Castro, se mantuvieron en Panamá lo más alejados posible de Maduro, dándole a entender que era un “perdedor” y que, o aceptaba la entrega del Esequibo o encontraría a todas las multilaterales que contribuyó Chávez a crear con petrodólares venezolanos, en su contra.
Creo que, a esta dramática realidad, fue a la que aludió el entonces presidente guyanés, David Granger, cuando declaró por aquellos días que “Maduro está aislado”, y de inmediato vimos cómo el Caricom apoyó a Guyana en su reunión anual de Barbados, y sin que los presuntos aliados de Venezuela, los hermanos Castro, el ALBA, la Unasur, la Celac, Ortega, Correa, Evo Morales, el Mercosur emitieran una palabra de respaldo a estos “hermanos” que arruinaron a Venezuela comprando votos que, simplemente, se vendieron al mejor postor.