La operación no era de las habituales. Los médicos rusos desplazados a Ucrania están acostumbrados a tratar todo tipo de heridas: balazos, amputación de miembros por explosiones, heridas abiertas por la metralla… Pero nunca se habían enfrentado a un reto tan complicado.
Por La Razón
La unidad del sargento Nikolay Pasenko, de 41 años, cayó en una emboscada de las fuerzas ucranianas la semana pasada. Cuando quisieron reaccionar, no tenían escapatoria. Pasenko trató de defenderse y disparar al ejército local, pero se produjo una fuerte explosión cerca del lugar en el que él se encontraba.
Pasenko comenzó a sentir un fuerte dolor en el pecho, la onda expansiva lo alcanzó en su trayectoria y estaba herido. Lo que él no sabía era que iba a convertirse en uno de los milagros de la invasión. Había sido alcanzado por un proyectil sin explotar de un lanzagranadas ucraniano, que le destrozó las costillas y se incrustó junto a su corazón. El dolor era intenso y el tiempo corría en su contra. Por ello, fue trasladado de urgencia a un hospital de emergencia de Belgorod, a 40 kilómetros al norte de la frontera con Ucrania.
Allí le esperaba un equipo de médicos con un equipamiento muy especial. Además, de los fármacos y utensilios necesarios para la cirugía, iban vestidos con chalecos antibalas. El proyectil estaba activado y podía explotar en cualquier momento, por lo que todas las precauciones eran pocas.
Todo ocurrió muy rápido, de forma frenética, y a pesar de las dudas y los cambios de opinión, el resultado fue satisfactorio. Las radiografías dibujaron un panorama desolador. El peligroso proyectil había atravesado el pulmón del soldado y se había alojado cerca de la columna, entre la aorta y la vena cava inferior, la vena más larga del cuerpo. Un auténtico milagro porque, con que hubiera provocado la rotura de alguna de las dos, habría muerto desangrado en cuestión de minutos. Si hubiera tocado la columna, le habría postrado en una silla de ruedas.
Para seguir leyendo, clic AQUÍ.