“La soledad es muy hermosa… cuando se tiene alguien a quien decírselo”
Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870)
La existencia de un hombre llamado, Ieschoua (Jesús), contracción de Yehoshoua’ (Josué), no puede ser negada, como quiera que se afirma incluso por aquellos que lo contrariaban a él y a su doctrina. Un estudioso del asunto recoge un comentario que trataré de traducir desde el francés así: “su crucifixión en Jerusalén por orden de Poncio Pilato, prefecto de Judea desde el año 26 al 36 son hechos probados. Independientemente de los cuatro evangelios canónicos, su existencia está atestiguada por varios autores ajenos al cristianismo: Tácito, exgobernador de la provincia de Asia, Plinio el Joven, procónsul de Bitinia a principios del siglo II, Suetone, jefe de la oficina de correspondencia del emperador Adriano un poco más tarde… Un texto capital es el de un escritor judío romanizado del siglo I, Flavio Josefo, que había conocido las primeras comunidades judeocristianas en Jerusalén: habla de un «sabio» llamado Jesús que hizo muchos seguidores. “Pilato lo condenó a ser crucificado y a morir. Pero los que se habían convertido en sus discípulos decían que se les había aparecido tres días después de su crucifixión y que estaba vivo: por lo tanto, era quizás el Mesías de quien los profetas han hablado maravillas. El Tratado del Sanedrín del Talmud de Babilonia menciona por su parte a Yeshû ha-notsri (Jesús el Nazareno) ejecutado “en vísperas de Pesaj” por haber “seducido y engañado a Israel”. Incluso el filósofo platónico Celso (siglo II), un polemista violento que odiaba a Cristo, de ninguna manera discutió su existencia histórica. El cristianismo, la religión de la Encarnación, se basa pues en la existencia de un hombre real, y no de una criatura mítica, cumpliendo ficticiamente las profecías del Antiguo Testamento, como han pretendido algunos pensadores marginales desde el siglo XIX (o como Michel Onfray todavía lo hace hoy), sin un estudio serio de las fuentes. (Jean-Christian Petitfils, historiador y escritor, autor de Jésus (Fayard/Livre du Poche) y del Dictionnaire amoureux de Jésus (Plon/Tempus).
Vivió pues un hombre en el siglo 1° de nuestra era, registrado de diversas maneras y acota Petitfils de seguidas y referido a la convicción de que fue Jesús, de carne y hueso y, por cierto, un extraordinario líder, de una fe sorprendente. “Además de los apóstoles, más de quinientos hermanos, dice San Pablo, fueron testigos de la Resurrección de Jesús. ¿Cómo imaginar que unos pobres pescadores del lago de Tiberíades, asustados por la muerte de su patrón, soltaran de repente sus redes, abandonaran a sus mujeres e hijos para recorrer el mundo por un personaje ficticio concebido por unos pocos individuos en la trastienda de una taberna de Judea? Aprehendidos por el deslumbramiento pascual, ardiendo de convicción, lo soportaron todo, burlas, insultos, prisión, tortura, incluso la muerte, sin renegar nunca de sí mismos. ¿Morimos como mártires por un holograma? (Jean-Christian Petitfils, historiador y escritor, autor de Jésus (Fayard/Livre du Poche) y del Dictionnaire amoureux de Jésus» (Plon/Tempus).
Empero, no se trata sino de brevemente ubicarnos con relación a una de las más seguidas tradiciones de nuestra cultura criolla. Me refiero al más importante festejo que como sociedad se permite la Venezuela mayoritaria y que reúne a católicos y cristianos y en alguna medida, también, a los que no lo son, en una celebración familiar y fraterna importantísima y cuasi universal.
Es una fiesta de alegría, empatía y simpatía, llevada a su mejor expresión y, consiste en honrar y rendir homenaje al nacimiento del niño Dios, Jesús de Nazareth, incorporando a los niños y a los más próximos, a un ágape que, no por modesto, deja de ser de especial significación.
El espíritu familiar y el sentimiento mas fraternal se enseñorea en ese día. Un abrazo, un beso, un presente lo caracterizan. Puede decirse que aquella famosísima pieza musical titulada Noche de paz, noche de amor (Stille Nacht, heilige Nacht) y que es un conocido villancico austriaco compuesto originalmente en alemán por el maestro de escuela y organista austriaco Franz Xaver Gruber. La letra fue realizada por el sacerdote austriaco Joseph Mohr encaja perfectamente el día de Navidad.
No obstante, es menester situarnos en nuestro contexto más bizarro. El régimen de Maduro, Diosdado, Padrino y los hermanos Rodríguez, quienes se ufanan de detentar el poder y la legitimidad, aunque más bien exhiban ilegitimidad de origen y de desempeño en cualquier examen que se les haga de alguna seriedad; anuncian que comienza el período de Navidad, pero, nada dicen del contingente de presos políticos que obra en las mazmorras del edificio represivo, la mayoría de los cuales no muestran otra imputación distinta en realidad a disentir y exhibir su ciudadanía en términos críticos, pero sin cometer delito alguno.
Centenas de civiles y de militares, compatriotas todos, hijos, padres, hermanos, amigos, esposos, sangre y corazón de la patria ultrajada, yacen trémolos varios, expuestos a todo, desatendidos, hambrientos, vulnerables, precarios, entre guarismos de morbilidad y mortalidad groseros, sin olvidar las torturas, tratos crueles, violaciones, ultrajes, humillaciones y demás ofensas.
Es triste ver que la otrora fuerza armada nacional dejó de ser del país para ser ahora del interés político y crematístico del régimen. Oficiales exilados, anulados, algunos fueron presos, torturados, asesinados y la corporación que constituyen los uniformados dejan hacer y dejan pasar. Es vergonzoso.
Viene la Navidad y pedimos a Dios por nuestros familiares, afectos, amigos, por nuestro prójimo e incluimos a aquellos que nos ven como enemigos, ni siquiera como adversarios; para que obre en ellos el milagro y los alcancen del sentimiento de humanidad más sencillo y elemental, para que esos compatriotas privados de libertad la recuperen y vayan con sus familias y su entorno a la comunión de la Navidad.
Son varios centenares de venezolanos, injustamente desconocidos sus derechos ciudadanos que maculan al oficialismo ante el mundo que, sabe bien que se trata de un crimen practicado sin pudor, ni el más remoto atisbo de respeto a la dignidad humana y menos aún, a la cualidad de ciudadanos.
De nada han servido los informes de la Misión de Derechos Humanos de la ONU, la cual, en tres informes consecutivos, ha ratificado la grosera y ominosa comisión de transgresiones de todo género y en particular, crímenes de lesa humanidad. Se ha tratado a cualquier costo, la desciudadanización y no los ha detenido nada. Criminalizarlos es la orden.
Me pregunto si vale la pena ir a México en estos días decembrinos, mientras los coterráneos señalados por el mal de la satrapía sufren y menguan en los distintos antros que, con detalle, describe el informe de la ONU.
Me detengo y evoco mis navidades de niño y “si la virgen fuera andina y san José de los llanos, el niño Jesús sería un niño venezolano…”
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