Les decían “Las Mariposas”. No por nada, era el nombre que ellas mismas habían elegido para moverse en una clandestinidad que ni siquiera era secreta y para oponerse al dictador eterno de su país empobrecido, Rafael Leónidas Trujillo, de la República Dominicana.
Por infobae.com
La historia es antigua, de principios de los años 60. Pero héroes y villanos parecen tomados del diario de ayer: corrupción, apetito de poder, sangre y violencia por un lado; sed de democracia, libertad y derechos, ley, paz, seguridad, educación por el otro. Las mariposas eran tres hermanas, las Mirabal, con nombre de epopeya: Patria, Minerva Argentina y María Teresa. Había una cuarta hermana, Bélgica Adela “Dedé” que no participó en forma directa del antitrujillismo de sus hermanas, pero mantuvo viva sus memorias.
Porque las tres mariposas, Minerva, María Teresa y Patria, fueron asesinadas por la dictadura contra la que combatían. Y si esta historia antigua tiene hoy plena vigencia es, además de por el sacrificio de “Las Mariposas”, porque su asesinato hizo que este día fuese declarado el Día Internacional de la No Violencia contra la Mujer.
Pera entender el drama de Las Mariposas, hay que explicar a Trujillo. Fue uno de los dictadores más sangrientos, si no el más sangriento, de América Latina, en una época en la que los gobernantes del continente parecían competir en ferocidad: Fulgencio Batista en Cuba, Trujillo en Nicaragua, Anastasio Somoza en Nicaragua y siguen las firmas. Se nombró a sí mismo generalísimo del ejército y ejerció como tal la presidencia de su país de 1930 a 1938 y de 1942 a 1952. El resto de los años, de 1938 a 1942 y de 1952 a 1962, lo hizo de forma indirecta, con presidentes títeres de su poder omnímodo.
Sus años de gobierno son conocidos, aún hoy, como “La era Trujillo” y definen a su sangrienta tiranía como una lucha anticomunista, una represión constante y mortal a las fuerzas opositoras y un exasperante culto a la personalidad. Nada nuevo bajo el sol. Bautizó a la capital dominicana como Ciudad Trujillo. Y nombró a su hijo Ramfís como general del Ejército, con su uniforme de entorchados de oro y sus condecoraciones de batallas jamás libradas, y puso bajo su mando a todo el ejército profesional del país. Ramfís no pudo menos que aceptar tantos honores: tenía nueve años. Como astilla de ese palo, se convirtió con el tiempo en un tipo despreciable que pretendió, sin éxito, seguir los pasos de su padre como dictador.
Durante el régimen de Trujillo las libertades civiles fueron derogadas y reinaron las violaciones a los derechos humanos, que ni se conocían entonces con ese nombre. Cualquier opositor podía ser, y lo era, encarcelado y torturado en las mazmorras clandestinas del régimen; los que eran asesinados, y lo fueron muchos, eran arrojados al mar que baña la isla. Muchas de las muertes opositoras fueron disfrazadas como “accidente”. Trujillo puso el Estado a su servicio, estableció un monopolio empresarial que le permitió amasar una enorme fortuna personal. Nada nuevo bajo el sol. Fue responsable del asesinato de más de cincuenta mil haitianos, el país vecino, en la matanza conocida como “Masacre del Perejil”, en 1938, que consistió en la eliminación física de la población haitiana que vivía en República Dominicana.
Trujillo contó con la aprobación, el visto bueno, la mirada al costado, la vista gorda, la comprensión, la justificación, en alguna ocasión hasta el elogio de los gobiernos de Estados Unidos, que habían creado en su momento la temida Guardia Nacional del régimen y habían provisto de equipamiento y asesores a las fuerzas armadas dominicanas. Hasta que los tiempos cambiaron. Los intentos de Trujillo de eliminar incluso a sus opositores extranjeros, le costaron que Estados Unidos le soltara su otrora generosa mano. Trujillo quiso eliminar a Juan José Arévalo en Guatemala, a Ramón Grau San Martín en Cuba, a Elie Lescot en Haití, a José Figueres Ferrer en Costa Rica y al presidente Rómulo Betancourt, de Venezuela.
El generalísimo Trujillo, que a fines de los años cincuenta había dado cobijo al general Juan Perón, murió asesinado el 30 de mayo de 1961. Los conspiradores ametrallaron su auto a las nueve cuarenta y cinco de la noche en el kilómetro nueve de la carretera que unía Santo Domingo con San Cristóbal. Quien quiera tener un retrato fiel del trujillismo, de su época y de sus esbirros, Mario Vargas Llosa escribió un libro formidable: “La fiesta del Chivo”
Seis meses antes de su muerte, Trujillo había ordenado asesinar a las hermanas Mirabal. Patria tenía 36 años, Minerva Argentina tenía 34 y María Teresa 25. Estaban casadas, tenían hijos y familia. Habían nacido en un hogar rural, en Ojo de Agua, en el municipio de Salcedo. El padre había sido un muy exitoso hombre de negocios que había hecho educar a sus hijas como internas del Colegio Inmaculada Concepción de La Vega, que dirigían las monjas españolas de las Franciscanas de Jesús y María. Con Trujillo en el poder, la familia Mirabal lo perdió todo y las chicas se unieron al grupo opositor “14 de junio”. Ellas y sus esposos, fueron encarcelados y torturados; las tres hermanas fueron violadas cada vez que entraron en prisión o cayeron en manos de la policía del régimen.
El 18 de mayo de 1960 “Las Mariposas” y sus maridos fueron juzgadas y condenadas por “atentar contra la seguridad del estado dominicano”. Fueron halladas culpables por supuesto, y condenadas a tres años de prisión. Sin embargo, el 9 de agosto, menos de tres meses de ingresadas en la cárcel, las tres hermanas fueron puestas en libertad por disposición de Trujillo que ni siquiera gobernaba, el presidente títere era Joaquín Balaguer, pero conservaba como generalísimo los resortes militares y policiales de su país, en especial el del SIM, el Servicio de Inteligencia militar.
El aparente acto de generosidad de Trujillo tenía, por un lado, la intención de mostrar su cara amable. Por el otro lado, la libertad de las tres mujeres iba a permitir al régimen hostilizarlas y, luego, asesinarlas.
Las tres hermanas Mirabal, ya en libertad, reanudaron las reuniones secretas contra el régimen que ya sufría las primeras serias presiones internacionales que habían crecido en cantidad e intensidad después del intento de asesinato al presidente venezolano Rómulo Betancourt: la OEA, por ejemplo, había sancionado al estado dominicano con una ruptura de relaciones diplomáticas y económicas.
Aquellos eran los últimos días en la Casa Blanca de Dwight Eisenhower y para Estados Unidos y para su Agencia Central de Inteligencia (CIA), Trujillo era ya un molesto grano doloroso incrustado en el continente. Estados Unidos andaba con pies de plomo. El derrocamiento, el año anterior, del dictador cubano Fulgencio Batista, había instalado en el poder a los hermanos Fidel y Raúl Castro, secundados por el argentino Ernesto “Che” Guevara. Todavía los “barbudos” guerrilleros cubanos no se habían declarado comunistas, pero la CIA conocía sus intenciones. Quitar a Trujillo del poder, tenía que garantizar que quien lo reemplazara no siguiera los pasos de Cuba: Estados Unidos no estaba dispuesto a tolerar a otro Castro en América Latina.
Al generalísimo Trujillo todo le importó nada. Ordenó al general José René “Pupo” Román un plan para borrar del mapa a las hermanas Mirabal. Le pidió que usara al SIM. Lo primero que hizo “Pupo” Román, un tipo que terminaría por conspirar contra Trujillo y que tuvo un terrible final, fue trasladar a los esposos de las hermanas a una cárcel cercana a Salcedo, donde vivían las tres mujeres, para evitarles un largo viaje hasta la prisión de La Victoria para visitarlos. No era un acto de bondad: preparaban una emboscada a las tres hermanas. Las instrucciones de Román, según el libro histórico “Trujillo: historia secreta de un dictador”, de Víctor Alicinio Peña Rivera, eran que las hermanas Mirabal “deben morir y se simulará un accidente automovilístico”.
De todo se encargó Ciriaco De la Rosa, un militar de la Policía Nacional. Pidió cuatro hombres y un vehículo. Le asignaron el auto y a Alfonso Cruz Valerio, Emilio Estrada Malleta, Néstor Antonio Pérez Terrero y Ramón Emilio Rojas Lora. El primer intento de asesinato fue el 18 de noviembre, cuando las Mirabal fueron a la cárcel a visitar a sus maridos. Los asesinos volvieron sin cumplir con su siniestra misión porque las hermanas “viajaban con niños”. El 22 de noviembre también regresaron con las manos vacías por la misma causa. Pero el 25 las hermanas viajaron solas, en un auto que manejaba el chofer Rufino de la Cruz.
Al regresar de la cárcel y de la visita a sus esposos, el jeep que trasladaba a las Mirabal fue interceptado por los asesinos en el puente Marapica. Las mujeres fueron obligadas a subir al auto de sus asesinos, mientras ellos viajaban en el jeep que manejaba De la Cruz. Fueron hasta una casa en una zona conocida como La Cumbre y allí recibieron las instrucciones finales y cuatro pañuelos para estrangular a sus víctimas. Una vez muertas, aunque luego surgieron dudas sobre la sobrevida de alguna de ellas, las hermanas Mirabal y el chofer De la Cruz fueron apaleados para quebrar sus huesos y simular así las heridas de un accidente de tránsito.
En junio de 1962, ya asesinado a su vez el dictador Trujillo, los asesinos fueron juzgados, condenados y, con ayuda de militares trujillistas, provistos de pasaportes y de ayuda para dejar el país. Pero Ciriaco de la Rosa dio un testimonio sobre cómo fue el crimen. Es este: “Después de apresarlas, las condujimos al sitio escogido, donde ordené a Rojas Lora que cogiera palos y se llevara a una de las muchachas. Cumplió la orden en el acto y se llevó a una de ellas, la de las trenzas largas (María Teresa). Alfonso Cruz Valerio eligió a la más alta (Minerva), yo elegí a la más bajita y gordita (Patria) y Malleta, al chofer, Rufino de La Cruz. Ordené a cada uno que se internara en un cañaveral a orillas de la carretera, separadas todas para que las víctimas no presenciaran la ejecución de cada una de ellas. Ordené a Pérez Terrero que permaneciera en la carretera a ver si se acercaba algún vehículo o alguien que pudiera enterarse del caso. Esa es la verdad del caso. Yo no quiero engañar a la justicia ni al pueblo. Traté de evitar el desastre, pero no pude, porque de lo contrario, nos hubieran liquidado a todos.”
Era una declaración en parte falsa: los asesinatos ocurrieron en el interior de una casa de La Cumbre porque el responsable de los asesinatos quería ver a los muertos con sus propios ojos: era el capitán Alicinio Peña Rivera, el mismo que en 1977 escribió “Trujillo: Historia secreta de un dictador”. Por su participación en el asesinato de las tres hermanas Mirabal, había sido juzgado, condenado y liberado en 1965 por militares amigos: vivió en Puerto Rico y en Boston, Estados Unidos, y reconoció su participación en los asesinatos diecisiete años después de cometidos. La noche de la muerte de las hermanas Mirabal, Peña Rivera ordenó arrojar los cadáveres a un precipicio. Fueron luego sepultadas en Ojo de Agua, en las afueras de la ciudad de Salcedo en una provincia, una de las treinta y dos provincias dominicanas, que hoy se llama Hermanas Mirabal, en el centro norte del país.
Seis meses después del asesinato de las hermanas, el 30 de mayo de 1961, Trujillo fue asesinado en la carretera de Santo Domingo. Su auto fue ametrallado en una emboscada tendida por un grupo de conspiradores que había recibido un cargamento de armas enviado por la CIA. El auto de Trujillo recibió sesenta disparos y Trujillo siete. Las armas de la CIA, ametralladoras, municiones y granadas de mano, habían sido ocultadas por un americano, Simon Thomas “Wimpy” Stocker, dueño del único supermercado de República Dominicana, que rechazó cualquier pago de la inteligencia americana y argumentó “convicción moral” para eliminar a Trujillo. Desde enero de ese año, en Estados Unidos gobernaba John Kennedy que, en el momento del asesinato de Trujillo, estaba en París para entrevistarse con Charles de Gaulle y de camino a Viena para su histórica entrevista con el líder soviético Nikita Khruschev.
El historiador Richard Reeves reveló un dato curioso sobre la muerte de Trujillo. El entonces secretario de Estado, Dean Rusk, informó a Kennedy del asesinato del dominicano a la salida del Palacio del Eliseo, luego de la primera entrevista del presidente con su par francés. “¿Estamos metidos en eso?”, quiso saber Kennedy. “Creo que no –contestó Rusk– Hay mucha confusión”. Pero sí, Estados Unidos estaba “metido en eso”.
Otro dato curioso. Cerca, muy cerca, de donde Kennedy fue informado sobre el asesinato de Trujillo, estaba su hijo Ramfís, que ahora tenía 32 años y era comandante de la Fuerza Aérea. Estaba en París para enterarse de los últimos adelantos en aviones de guerra, según la historia oficial, aunque es mucho más probable que hubiera viajado para depositar en bancos extranjeros parte de su fortuna personal. Decenas de periodistas lo buscaron en vano, pero Trujillo ya estaba en vuelo hacia su país, para vengar la muerte de su padre y tomar el poder.
Lo intentó. Llegó a Santo Domingo, que seguía como Ciudad Trujillo, el miércoles 31 de mayo, ignoró al presidente Balaguer, se puso al frente del Servicio de Inteligencia Militar y organizó una amplia redada de conspiradores, o supuestos conspiradores, que fueron torturados con ferocidad y fusilados. Entre ellos estaba el general “Pupo” Román, que había ordenado el asesinato de las hermanas Mirabal y, en seis meses, se había tornado contra Trujillo, aunque ejercía como secretario de las Fuerzas Armadas. Román fue torturado de manera salvaje; hecho un jirón humano, sin poder tenerse en pie, fue atado a un poste. Ramfís Trujillo y un grupo de militares lo baleó con pasmosa frialdad, primero las manos, luego las rodillas, luego los muslos… Su cadáver fue descuartizado y arrojado al mar. La matanza duró casi seis meses. El 19 de noviembre de 1961 una rebelión militar conocida como “La rebelión de los pilotos”, encabezada por oficiales de la Fuerza Aérea, puso fin al trujillismo y obligó a Ramfís Trujillo y al resto de la numerosa familia del ex dictador a buscar refugio en el extranjero.
Las hermanas Mirabal no vivieron aquel momento de gloria. La tumba de “Las Mariposas” es hoy monumento nacional.