Alfredo Maldonado: el interinato, no el interino

Alfredo Maldonado: el interinato, no el interino

Porque no es cuestión de un cargo, de un individuo, es asunto de organización. No es a Juan Guaidó a quien pertenece el oro en el Banco de Inglaterra, ni los depósitos en mala hora hechos por el madurismo en bancos rusos, ni fondos congelados por sanciones de diversos objetivos. Claro, como tampoco pertenecía la empresa Monómeros a Leopoldo López y Manuel Rosales, por poner un ejemplo, como no pertenecen el Teatro Teresa Carreño a la jerarquía chavista ni el Poliedro al “Potro” Álvarez, ni la descomunal deuda externa a Nicolás Maduro.

La democracia, como la República o el Gobierno no pertenecen a nadie, en todo caso los ciudadanos elegimos a alguien con los maneje en nuestro nombre por un tiempo claramente determinado.

Lo que reconocieron la Colombia de Iván Duque, los Estados Unidos de Trump, Europa y medio mundo, y lo que rechazaron los cubanos, los rusos, los chinos y los iraníes, fue una situación basada en decisiones contenidas en la Constitución por las personas electas con poder y responsabilidad de decisión. Y el gobierno de Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y otros jefes, nunca planteó su defensa en términos constitucionales, sino en el plan violento del desconocimiento institucional, del rechazo al congreso electo por los venezolanos y de las decisiones de ese Congreso. En cambio se inventaron una Asamblea Constituyente a las órdenes directas del Presidente de la República y del presidente del partido de Gobierno, para tratar de neutralizar la decisión popular que se les enfrentaba.





De hecho persiguieron a los integrantes de poderes de la nación, como la Corte Suprema de Justicia y la propia Asamblea Nacional, que tenía derecho constitucional a relevar al Presidente de la República. Es la Asamblea Nacional la que declara la carencia y fallas del Presidente de la República, y el nombramiento de un Presidente interino que haría sus veces, y que debía ser, de acuerdo a la normativa, quien ejerciese en ese momento la Presidencia de la Asamblea Nacional.

Juan Guaidó, la Constitución Nacional y el electorado no son culpables del nombramiento de Juan Guaidó, quien había sido electo presidente del poder legislativo por un acuerdo no consagrado en la Constitución, pero perfectamente legal entre los cuatro principales partidos con fuerza electoral suficiente para conquistar la presidencia legislativa apoyado por los otros tres, cada año. Primero fue Acción Democrática, con su principal líder Henry Ramos Allup, cuya principal hazaña fue la redecoración fotográfica, después Julio Borges cuyo más importante logro fue dejarse carajear por un coronel, y ahora el turno venía para Voluntad Popular que, creo que por la ausencia, prisión e/o inhabilitación de Leopoldo López, había llevado a Juan Guaidó a la presidencia del cuerpo legislativo.

Si esa Asamblea Nacional no ha logrado ponerse de acuerdo para cambiar a Juan Guaidó, no es de él la culpa, le ha tocado echar adelante aguantando la presión y manteniendo la bandera en alto, mientras los partidos que lo eligieron navegaban al garete y hasta intentaban, como lo hizo Leopoldo López para fracasar rotundamente, alumbrar golpes de estado.

De entonces a ahora algunos cambios se han producido, las discusiones dentro del PSUV y el desconcierto económico no son los únicos, la decepción también cuenta, los errores oficiales como abrazarse con Irán y Rusia justo cuando Vladimir Putin lanza y mantiene una guerra que no sólo está perdiendo y perderá, sino que les cuesta un ojo de la cara a la Madre Rusia, a los rusos hijos y demás parientes, y cuando los jefes fanáticos de Irán empiezan a descubrir un pueblo diferente al que los llevó al poder, un pueblo instruido que quiere avanzar a la realidad moderna mientras es obligado a enterrarse en la Edad Media, rezar con la frente en el suelo cinco veces al día y mantener a sus mujeres en condición de minusvalía.

Para el castromadurismo sería una excelente oportunidad para rehacerse y refrescarse que la oposición renovara el interinato, fuera a unas elecciones primarias y ganara las elecciones de 2024. No lo harán, claro, aunque algo podría estarse discutiendo al respecto en México, y persistirán en mantener un régimen desconcertado, desacertado, ilegítimo, incompetente y atenazado por la desconfianza mundial, en vez de convertirse en un formidable partido de oposición renovando fuerza y fe para regresar al poder.

Porque a quien se enfrentaría esa oposición psuvista sería a un Gobierno débil, internamente dividido y sin un plan serio y detalladamente estudiado de acción. El chavismo ganaría por arrase en el siguiente proceso electoral, y con respeto.

Pero entendemos que, de momento, es difícil arreglar –siquiera “parapetear”- la economía, devolver a los militares a sus cuarteles y ponerlos a todos en cintura, arreglar la situación de los corruptos. Ahí hay una estrategia a definir tanto por los maduristas que sobreviven, como los chavistas que andan por ahí hablando de viejas glorias.