A veces la bruma es tan densa en esta zona alta de Lima que no se le ve, pero el muro siempre está ahí.
Por: BBC
En los asentamientos de la zona de Pamplona Alta, en el populoso distrito limeño de San Juan de Miraflores, se han acostumbrado a vivir cercados por los diez kilómetros de muro de hormigón rematado con alambrada que los separa de los peruanos más acaudalados del vecino distrito de Surco, donde se levanta la exclusiva urbanización Casuarinas, por cuyas casas de lujo con piscina, pistas deportivas y todas las comodidades se llegan a pagar varios millones de dólares.
En el lado de Pamplona Alta la estampa es otra. Las calles no tienen asfalto, los perros rebuscan en la basura y se rascan frenéticamente intentando en vano aliviarse el picor de las pulgas. No hay agua corriente ni alcantarillas, así que la gente orina y defeca en hoyos excavados en la tierra.
El muro se ha vuelto algo tan cotidiano en esta zona, donde cualquier noción de urbanismo brilla por su ausencia, que muchos vecinos lo han convertido en una más de las paredes de las casas que han construido irregularmente a lo largo de los años.
Muchos en Perú empezaron a llamarlo el “muro de la vergüenza”, como en su día se conoció al que dividió Berlín tras la Segunda Guerra Mundial, y así empezó a ser mencionado en los medios de comunicación.
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