Pobreza y dinero fácil, detonantes del trabajo sexual en Venezuela

Pobreza y dinero fácil, detonantes del trabajo sexual en Venezuela

Una trabajadora sexual que no quiso dar su nombre espera clientes en Caracas, Venezuela, el jueves 11 de junio de 2020. La joven de 24 años dijo que cada vez ve más menores de edad ejerciendo la prostitución, de las cuales se mantiene lejos para no ser acusada de corromper a menores. “Esas niñas están solas en las calles”, dijo. (AP Foto/Ariana Cubillos)

 

La pobreza extrema, crisis migratoria, hipersexualización infantil y el aprovechamiento del “negocio” rápido son las principales causas que hacen del trabajo sexual para sobrevivir una de las salidas inmediatas para el sustento de una familia numerosa. Una denuncia latente clama por la aplicación de políticas de protección de parte del Estado, penalización y mayor cooperación internacional para frenar este flagelo que afecta a adultas, niñas y adolescentes como presa fácil de “trata de blancas”.

Por Guiomar López | LA PRENSA DE LARA

Es un reflejo del caos social cercano que se esconde en el anonimato de calles céntricas de Barquisimeto. Mujeres de nombres ficticios que sacrifican la entrega de su cuerpo como ofrenda de amor por un acto mecánico en servicios desde 7 a $12 por 30 minutos. Sirio fue la más accesible a la conversación y prefiere estar en la calle, sin exagerar, con ropa corta. Lleva su carterita con su cédula y algunos condones por si el cliente no está preparado. La esperan sus tres hijos en casa, quienes no sospechan que ha dedicado sus últimos 10 años al trabajo sexual. Confiesa que todas llegan a este oficio con una meta, la mayoría por sus hijos.

Admite que su vida ha sido accidentada y antes de tomar esa decisión tuvo que enfrentar muchos miedos. Sentirse señalada como esas mujeres de la “vida fácil”, mientras ignoran su pasado el que termina empujándolas desde la necesidad extrema a la vida que olvida la vergüenza de entregar su cuerpo a cualquiera e incluso arriesgando su vida.

“Hasta estuve en Colombia, pero tengo cinco meses que regresé y sigo en las mismas”, señala esta morena, de 35 años de edad, quien baja la mirada y recuerda que trabajaba de doméstica, pero el dinero no le alcanzaba. Admite que ese ingreso no era suficiente y se encontró en una encrucijada de esos momentos en que sintió todo lo negativo en su contra. Debía resolver y una conocida le recomendó que esta opción podría salvarla de la emergencia económica. Lo pensaba como algo transitorio, pero logró asegurar la alimentación y estudios de sus niños.

Fue un cambio radical con el peso de la crítica que provenía hasta de familiares cercanos. Fue un proceso de adaptación y de fajarse en su rutina desde las 7:00 pm hasta las 4:00 am. Nunca llegó ebria porque siempre respeta su hogar y le toca alistar la comida de sus hijos, así como llevarlos a la escuela.

Ella intenta evitar aquellos de “mala espina” que generan cierta desconfianza y aún así ha sido humillada en fantasías sadomasoquistas. “Uno se llena de paciencia para sobrellevarlos cuando te das cuenta que anda armado”, admite que fue de esas veces que prefirió no cobrar por miedo. Opta por clientes, hombres sobrios y que no estén varios en un carro.

Venus es otra madre soltera con siete hijos, tan esquiva que sólo accede a conversar luego de revisar el carnet de periodista. Siente desconfianza, esa ganada del trabajo en la calle. Intenta la negación, camina de un lado a otro y ni siquiera accede a sentarse. Se mantiene de pie y mientras explica no deja de intentar con algún cliente. Sus ojos son saltones al momento que su mano sube y baja, indicando su invitación con los dedos pulgar y meñique.

“Es duro sentir hambre. No estoy haciendo nada malo”, exclama estando a su suerte, de un lunes que pueda ofrecer 6 servicios o un sábado con apenas un cliente. Cada uno por $7 y hasta conformándose con nada en ese día que pasa en blanco.

Raíz profunda

El problema es que el avance de la prostitución es de manera silenciosa. Así lo advierte Gerardo Pastrán, titular del Proyecto Misionero Projumi, puede ocurrir en 8 de cada 10 hogares con el mal uso de las redes sociales e internet. Se materializa el peligro ante la falta de valores, así como del control en tiempo y contenido por parte de los padres. Una vitrina vulnerable a la curiosidad de los menores, quienes pueden terminar siendo presas de pornografía o explotación sexual a cambio de la remuneración económica en divisas.

Se alarma por la incidencia de casos de adolescentes de 16 y 17 años de edad. “¿Qué nos queda?, será seguir de espectadores mientras este tipo de mercados siguen avanzando”, señala Pastrán de la falla en valores que deja a la juventud sin proyecto de vida. Llama a afianzarse desde lo espiritual, que los hijos trabajen por su superación y deje de concebirse al triunfo desde el dinero, menos aún de la ganancia fácil sin esfuerzo. Así tendrían malicia sobre cualquier supuesta oferta laboral sin tener la seguridad de estabilidad.

Para el sociólogo, Diony Salas, la prostitución es multifactorial y suele tener mayor cobijo en el aumento de la pobreza, falta de oportunidades, hipersexualización temprana de niñas y adolescentes que pueden empezar hasta por el estilo al vestir anticipando a una mujer prematura, descuido en la supervisión y orientación de padres. Pueden ser presa del negocio fácil, más allá del ejercicio sexual en establecimientos o en las calles, sino de manera ocasional, una madre llega a sostener relaciones sexuales a cambio de alimentos.

“El empobrecimiento y desespero en Venezuela convierte un mercado seguro para la trata de personas”, lamenta la explotación que termina degradando al ser humano como una mercancía. Es un contexto carente de medidas de protección de madres solteras y de menores. Exige mayores esfuerzos con políticas públicas, en función de una preparación con el desarrollo de oportunidades laborales y de capacitación profesional.

Esto lo confirman testimonios de trabajadoras sexuales en Barquisimeto, entrevistadas por la Prensa de Lara, cuyas edades no superan los 45 años. Detrás de cualquier cuestionamiento moral muestran su lado humano de madres solteras con más de tres hijos golpeadas por las limitaciones económicas. Esas que les hace olvidar su dignidad y sacrificarse por sus hijos.

Mirar atrás

Los antecedentes se ubican en 2015, cuando la coyuntura país se agrava y los venezolanos empezaban a sufrir los embates de la escasez de productos básicos. Según Nicole Hernández, investigadora del Centro de Justicia y Paz (Cepaz), este año marcó el detonante para el engaño a personas, quienes eran llamadas por una atractiva propuesta —generalmente de trabajo— y terminaban siendo comercializadas para condiciones de esclavitud laboral y con más hincapié en la explotación sexual. Señala que “es el espejo de la crisis humanitaria que provocó la crisis migratoria, con opacidad de cifras y falta de políticas de protección”.

El drama se afianza en la frontera del país. Zulia entre los estados afectados y durante el primer semestre de 2022 el Observatorio Venezolano de Violencia (OVV) de dicha entidad conoció de 60 casos de explotación sexual. Afectaba con más fuerza en sectores de alta vulnerabilidad económica, tales como Santa Rosa de Agua, La curva de Molina, kilómetro 4 y mercado Las Pulgas.

Lo lamentable de esa cruda realidad es que de los 60 casos, 54 eran adolescentes en edades entre los 12 a 17 años, lo cual equivale al 90% de la incidencia y solamente figura una adulta que no supera 24 años. También reprochan que 55% de los victimarios fueron familiares o conocidos, tan cercanos como abuelas o madres, novios o un vecino. Es el rostro inescrupuloso, sin medir el grado de maldad.

Hacia el oriente del país no cambiaba el panorama y el informe de Determinación de Hechos ante el Consejo de Derechos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) reflejó la explotación sexual en las minas del estado Bolívar, con niñas y adolescentes indígenas de 11 y 13 años. Es el drama de la barbarie de quienes van tras la riqueza del oro, junto a la “rentabilidad” del trabajo sexual, drogas y alcohol.

Arrastrada por la violencia

Crecer en un hogar con violencia intrafamiliar y ser víctima del abuso sexual de un ser querido es el pasado que aún le duele a Shaula. Ella sirve en las inmediaciones del terminal de pasajeros de Barquisimeto y es madre de 3 hijos, los dos mayores son del padre de esta mujer yaracuyana.

Es una morena imponente, de cabello teñido de un rojizo que fue arrastrado por sus raíces negras. Sus uñas verdes son postizas y se han caído dos de cada mano. Mastica chicle y asegura que tras sus 19 años en este oficio se esconde el dolor de una niña que fue violada por su padre desde los 10 años.

“Me tocaba y me obligaba, amenazándome que si le decía a mi mamá la picaría en varios pedazos”, confiesa y señala que lo creía capaz, porque creció viendo los maltratos hacia su madre.

Su iniciación sexual fue contradictoria con quien debía protegerla y amarla como hija. Admite que es un trabajo fuerte y más por los peligros del terminal. Diciembre fue difícil, “pretenden un servicio en $4. Eso no da ni para la habitación”.

Falta vigilancia y protección social

Según Henderson Maldonado, abogado y miembro del Movimiento Vinotinto, se desconocen los avances que se han tenido con el decreto 4.540 del Plan Nacional contra la trata de personas (2021 – 2025), para la garantía de políticas de protección, trabajo en conjunto con organizaciones y hasta la cooperación internacional.

Señala que solamente se ha conocido esa medida del Ministerio Público (MP) de dejar sin beneficio a los delitos sexuales, pero también falta la vigilancia psicológica en planteles educativos y la gestión social que impida la vulnerabilidad por la pobreza, además del empoderamiento de madres solteras y sus hijos con proyectos de vida.

Quedan pocas hermanas oblatas

Los aportes de las hermanas oblatas en la lucha por dignificar a las víctimas de la prostitución y trata de personas se han limitado desde 2019. Así lo confirma la hermana María Inés Álvarez sobre una congregación que fue perdiendo su alcance por la disminución de miembros.

Lamenta que superaban las 60 hermanas en el país y solamente quedan 6. Un trabajo que se ha limitado a casos muy puntuales con Projumi, pero con las limitaciones de no poder ofrecer las casas de talleres para que aprendan algún oficio, fortalecer la autoestima hasta dejar la prostitución y finalizar con una ocupación digna.

Exit mobile version