Hace catorce años, Chelsey Sullenberger amerizó sobre el río Hudson el vuelo 1549 de US Airways y salvó a todos sus pasajeros y tripulación. Su historia fue llevada al cine por Clint Eastwood con Tom Hanks como protagonista y una pregunta central: ¿su decisión había sido realmente heroica o temeraria? ¿Merecía ser premiado o condenado?
Necesitó tres meses para poder dormir de nuevo una noche entera y siete para volver a pilotear un avión. Mucho más le llevó acostumbrarse a su nueva vida de héroe. Es que, cuando en la tarde del 15 de enero de 2009, Chelsey “Sully” Sullenberger amerizó el vuelo 1549 de US Airways sobre las heladas aguas del río Hudson salvándole la vida a los 150 pasajeros y a la tripulación a bordo, simplemente sintió que estaba cumpliendo con su trabajo. Con tres décadas de experiencia, y apenas tres días después de conocer a su copiloto, Jeff Skiles, tuvo sólo 231 segundos para tomar la decisión que lo convertiría en el protagonista de lo que desde entonces se conoció como “El milagro del Hudson”.
Por Infobae
La historia, contada por el propio Sully en un bestseller que Clint Eastwood llevó al cine en 2016 con Tom Hanks en la piel del capitán, comenzó exactamente hace catorce años, cuando, a tres minutos de despegar del aeropuerto de LaGuardia, una bandada de gansos canadienses inutilizó los dos motores del avión. “Sabía que sería la peor situación de emergencia de mi vida. Pero al mismo tiempo nunca pensé que moriría aquel día”, declaró Sullenberger en una de las miles de entrevistas que le hicieron después de la hazaña. La grabación de la caja negra de la que da cuenta la película y que también está disponible en Internet, es el testimonio de una decisión audaz, urgente y certera que se tomó casi sin que mediaran palabras.
A las 3.24 p.m. del 15 de enero de 2009, el vuelo 1549 despegó del aeropuerto de LaGuardia con destino a Charlotte, Carolina del Norte. Poco menos de un minuto después, el Capitán Sullenberger, con más de 20.000 horas de vuelo –entre las que sumó en su carrera comercial y como veterano de las Fuerzas Aéreas–, transmitía a la torre de control que el Airbus A320 ya había alcanzado 700 pies y seguía el ascenso. A las 3.26, justo como en la película, Sully miró el paisaje de la ciudad desde el aire y le dijo a su copiloto: “¡Qué vista del Hudson tenemos hoy!” Fue la última conversación trivial de un viaje que cambiaría el rumbo de sus vidas: sin saberlo, estaban reconociendo la pista que los iba a salvar.
A las 3.27, a una altitud de 2.818 pies, la aeronave chocó con la bandada de gansos. El siguiente mensaje de Sully a la torre es: “¡Mayday! ¡Mayday! ¡Mayday! Este es Cactus 1549. Chocamos contra pájaros. Perdimos control de los dos motores. Estamos volviendo a LaGuardia”. Pero a las 3.28, Sully mandó un nuevo mensaje por radio para avisar que le sería imposible llegar al aeropuerto: “Podríamos acabar en el Hudson”. Diecisiete segundos después, lo confirmaría en una transmisión que anticipaba lo peor: “Vamos hacia el Hudson”. Entonces, se dirigió a los pasajeros: “Prepárense para el impacto”.
Sully dice que no pensó en su familia, ni en ninguna otra cosa que no fuera resolver cada problema que se presentaba. Eran las 3.31 cuando el Airbus aterrizó de emergencia en el medio de la sección Norte del Hudson, a la altura de la calle 50 de Manhattan, frente a New Jersey. Fueron los ferries que habitualmente unen las dos orillas los primeros en llegar para rescatar a los pasajeros refugiados en las alas del avión que comenzaba a inundarse.
El capitán fue el último en dejar la nave: la recorrió dos veces hasta asegurarse de que todos estuvieran a salvo. En menos de una hora todos los ocupantes estaban en tierra, muchos sufriendo hipotermia, pero con vida. Sin embargo, él sólo pudo relajarse cuatro horas después, cuando le confirmaron oficialmente que no había perdido a ninguno de los pasajeros. “Me aterrorizaba que alguien hubiera caído al agua sin que lo hubiéramos notado”, confiaría después.
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Para Sully, aquel amerizaje asombroso era en realidad sólo el principio de la historia. De inmediato, fue declarado héroe por todas las autoridades locales y nacionales y por una ciudad que, con las heridas del 11 de septiembre todavía abiertas, necesitaba creer en los milagros.
“El piloto hizo un trabajo magistral aterrizando en el agua y asegurándose de que todos salieran con vida”, dijo el entonces alcalde de Nueva York, Michael Bloomberg. “Tenemos un piloto heroico que salvó a 154 pasajeros. Tenemos un milagro en el Hudson”, declaró quien era el gobernador, David Paterson. En plena transición presidencial, tanto el presidente George W. Bush como el presidente electo Barack Obama lo llamaron para agradecerle. Obama, además, lo invitó a participar de la ceremonia de su asunción junto con la tripulación del Airbus. El 16 de enero de 2009, sólo un día después del accidente, el Senado de los Estados Unidos resolvió un reconocimiento a Sullenberger, Skiles, la tripulación de cabina, los pasajeros y los socorristas que participaron del aterrizaje. Los homenajes no cesaron.
Pero mientras los diarios del mundo hablaban del milagro, poco se sabía de la intensa investigación y el estrés que Sully y Skiles atravesaron durante año y medio: “Tuvimos que demostrar que habíamos hecho lo correcto, que habíamos tomado las decisiones adecuadas”. Ese es el foco de la película de Eastwood, que se centra en el planteo de la Junta de Seguridad de Transporte Nacional (NTSB, por sus siglas en inglés), y que, según Sully, describe exactamente cómo se sintió al pasar por ese escrutinio mediático y burocrático que puso su reputación en juego: ¿Realmente habían fallado los dos motores? ¿Amerizar había sido una decisión correcta o temeraria? ¿Era imposible llegar de regreso a LaGuardia o al también cercano aeropuerto de Terterboro?
Si el traje de héroe le quedaba incómodo –”Quería aceptar la gratitud de la gente, pero me costaba asociar esa palabra a mi persona”–, el de fraude era una burla a sus treinta años de carrera. Finalmente, como en la película, la grabación y los restos del avión que rescataron del río, terminaron probando que cualquier otro camino los hubiera llevado a la muerte. También acrecentaron el mito.
Retirado de la aviación comercial y radicado en California con su familia, hoy Sully es conferencista, consultor en seguridad aérea, tiene una columna de opinión en la CBS y fue nombrado una de las 100 personas más influyentes por la revista Time. En 2018 escribió una carta abierta en el Washington Post: “Después del vuelo 1549 me di cuenta de que por mi repentina fama internacional, mi voz era escuchada. Supe que tenía la obligación de usarla para abogar por la seguridad de los que viajan. Hoy siento que tengo otra misión que es defender la democracia”.
Afiliado “el 85% de su vida adulta” al partido republicano, se convirtió en uno de los más férreos opositores a Donald Trump. “Fui forzado a amerizar en el río Hudson. Algunos lo llaman el Milagro del Hudson. Pero aquello no fue un milagro. Fue un ejemplo de lo que se necesita en una emergencia –incluyendo una crisis nacional como la actual– y de lo que es posible cuando servimos a una causa que es más grande que nosotros mismos. En nuestro famoso vuelo, vi lo mejor de la gente para sobrellevar la situación: los pasajeros y la tripulación ayudaron a evacuar a una anciana y a una madre con un bebé de nueve meses. Nuestro éxito fue el resultado del buen juicio, la experiencia, la habilidad y los esfuerzos de muchos”.
En 2019, al cumplirse una década de la hazaña que marcó un hito en la historia de la aviación comercial, Sully dio una entrevista exclusiva a ABC en la que aseguró que la suerte del vuelo 1549 no sólo dependió de su heroísmo y el de Skiles: “Creo que no fue nada más que lo que hicimos nosotros, sino lo que hicieron todos los demás. Todas las piezas se unieron. Ese grupo de extraños se aseguró de que todas las vidas se salvaran”.
En enero de 2021 también conmemoró desde Twitter esos 231 segundos que le cambiaron la vida a él y los otros 154 tripulantes del Airbus A320 con un posteo en su cuenta @captsully –que hoy ya no usa–: “Es difícil creer que este viernes marque el 12º aniversario del vuelo 1549. Ese día una crisis imprevisible impactó las vidas de muchos y forzó a pasajeros, miembros de la tripulación y socorristas a sobreponerse a lo desconocido haciendo una sola cosa: trabajando juntos”.
A los 71 años, el veterano piloto ya no reniega del rol de influencia que le dio la historia. Es autor de varios best-sellers (Haciendo la diferencia: Historias de visión y coraje de los líderes de América –2013–, Mi búsqueda de lo que realmente importa –2016–) y se calcula que entre conferencias y derechos por su historia, ganó más de US$2.000.000. Tuvo un rol activo en la campaña del presidente electo Joe Biden y es una voz de consulta frecuente sobre los grandes dilemas de América.
Lejos de aquel personaje de pocas palabras que inmortalizó Tom Hanks y mucho más cómodo en el papel de héroe que en aquellos primeros meses que siguieron al extraordinario aterrizaje de emergencia, hoy no duda en llamar a la unidad de los Estados Unidos con un mensaje casi épico: “Los efectos extremos de la polarización en nuestro país han llegado a un pico inimaginable. El mundo ha sido consumido por la pandemia, las injusticias raciales y la incitación a la insurrección en nuestro Capitolio. Hoy más que nunca debemos unirnos como comunidad y trabajar juntos para proteger la seguridad de nuestros ciudadanos”.