Era es soldado preferido de Adolf Hitler. Su cuerpo inspiraba terror: 1,93 de altura, 114 kilos. Una mole entrenada para matar. Una cicatriz atravesaba su rostro: era un profundo tajo que nacía en el borde de la barbilla y, como un río de cauce desigual, llegaba hasta su oreja.
Por infobae.com
Otto Skorzeny, nace en Austria en 1908. Clase media. Familia ultranacionalista. Estudia ingeniería, como su padre y sus hermanos. Violento, se inscribe en una sociedad de duelistas a espada. Combate trece veces…, pero en el décimo enfrentamiento, en 1928, su rival le abre la cara como un melón. Lo bautizan “Caracortada”.
Cuando el eco de los discursos de Hitler cruzan la frontera, le llegan, lo alientan, Otto se instala en Alemania y se inscribe en el Partido Nacionalsocialista. Número de ficha: 1.083.671. Ya es un nazi. En 1938 se convierte en piloto, paracaidista, comando (agua y tierra), experto en explosivos, tirador de élite. Entra en la Waffen-SS, el atroz club de la muerte.
En septiembre de 1939, cuando Hitler quebró la frontera polaca y desató el infierno, Otto estaba en plenitud física: tenía 39 años, músculos de toro, y dominio de armas.
El soldado nazi no tarda en ser llamado “el hombre más peligroso de Europa”. Apelativo que, considerando a su jefe y a sus máximos criminales de guerra, no merecía menos que la Cruz de Hierro, máximo premio del Tercer Reich. Y la consigue junto a otras 23 condecoraciones nazis.
El Führer confia en su lealtad y fuerza, casi lo admira. Así, el 25 de julio de 1943 y en una Alemania que empezaba a crujir, recibie su máxima orden: al frente de un pelotón debe rescatar a Benito Mussolini, Il Duce, el patético y no menos criminal dictador italiano y segundo socio de Hitler en el Eje Alemania-Italia-Japón. Un día antes, el mandamás del Partido Fascista había sido derrocado y llevado preso luego de una audiencia con el rey Vittorio Emanuele III.
Para la misión Hitler lo cita en La Guarida del Lobo, en un bosque de Prusia Oriental, luego Polonia, uno de sus refugios preferidos:
–Hay que rescatar a Mussolini. Es mi amigo personal, y el último romano. Le ordeno que lo haga.
Respuesta: -¡Heil, Hitler!, y golpe de botas, taco contra taco.
El Duce está preso en el Gran Sasso, Hotel de Campo Imperatore, cima más alta de los Apeninos. Terreno escarpado, y custodiado por carabineros italianos con una orden tajante:
–Si hay un intento de fuga, fusilarlo.
Skorzeny pone en marcha la Misión Roble.
El 12 de septiembre, volando en planeadores, un comando de paracaidistas aterriza, se lanzan y en minutos libera al mandamás italiano: los carabineros, antes del primer disparo, arrojan las armas y se rinden. El Duce parte, con Skorzeny como custodio, en una avioneta Storch que apenas puede despegar: exceso de peso.
Mussolini, eufórico, dice de Hitler: “Sabía que mi amigo no me iba a abandonar”. Y le regala a Otto un lujoso reloj que el soldado nazi conserva durante años con orgullo.
Hitler, alegre y bailoteando sin gracia –un gesto habitual– lo felicita, le cuelga la Cruz de Caballero, y lo asciende a comandante de batallónde las Waffen-SS.
La segunda misión secreta llega 25 de mayo de 1944: orden de capturar vivo o muerto al jefe de los partisanos yugoslavos comunistas Josip Broz…, el mariscal Tito, que en futuro regiría a su país desde el fin de la Gran Guerra hasta su muerte, a los 87 años. Skorzeny encabeza la Operación Rösselsprung. Otra vez, con comandos de paracaidistas. Derrotan a los partisanos, pero Tito escapa.
Tercera operación secreta. Nombre: Puño de Hierro. Misión: apresar al almirante Miklós Horthy, regente de Hungría, decidido a rendirse ante el Ejército Rojo. Idéntica táctica. Skorzeny y su banda cercan la colina Burgberg, atacan, capturan a Horthy, lo llevan a Alemania, y unos días después abdica. El costo es bajo: en la lucha mueren cuatro alemanes.
Día clave: 20 de julio de 1944. El coronel nazi Claus von Stauffenberg y otros altos oficiales, convencidos de que el delirio de Hitler no puede continuar –la guerra está perdida–, tejen una conspiración para matarlo y negociar la paz con los aliados. Nombre: Operación Valquiria. Hitler se reúne con su alto mando en La Guarida del Lobo. Uno de los oficiales desliza un portafolio con una bomba debajo de la larga mesa, muy cerca de la presa, pero un instante antes, el blanco se mueve hacia un extremo, y sólo recibe heridas leves. Skorzeny se entera en Berlín y se lanza para liquidar a los cabecillas, pero llega tarde. Los fusilan media hora antes.
Cuarta operación secreta. Hitler lo cita a su cuartel general. Misión: ofensiva contra los aliados en las Ardenas –punto boscoso entre Bélica y Luxemburgo– para capturar el puerto de Amberes y debilitar el Frente Occidental, ya que el Oriental empezaba a caer en pedazos.
Skorzeny cuenta con 80 soldados que hablan inglés, 14 jeeps norteamericanos, 60 carros camuflados como tanques Sherman, y disfraza a esos hombres con uniformes británicos y norteamericanos, mientras el grueso (3500 combatientes) atacan aprovechando la confusión de ropaje.
En la mañana del 16 de diciembre de 1944, 2000 cañones alemanes recalientan sus bocas: fuego sin pausa. Pero el engaño no tarda en ser descubierto. Veinte alemanes disfrazados mueren en el paredón de fusilamiento.
No mucho después, Skorzeny cae herido por las esquirlas de una granada. Grave, lo internan en un hospital de Berlín. Su suerte empieza a cambiar.
Última orden desesperada. Enero 30 de 1945. Heinrich Himmler le ordena frenar a los rusos en el río Óder. Promete 20.000 hombres. Delirio: faltan tres meses para que en Berlín no quede piedra sobre piedra, y Hitler se suicide en su bunker: bala y veneno. Ergo, no hay 20.000 hombres. Llegan apenas 5000 y se suman como fantasmas viejos pilotos, veteranos heridos y retirados, viejos, jóvenes. Los espectros de la derrota.
Mientras la bandera de la hoz y el martillo ondea en la cúpula del edificio del Reichstag, el Parlamento alemán, Skorzeny escapa a Viena. El 8 de mayo de 1945 se entrega al ejército norteamericano.
Final del sueño. Pero no de la aventura. Pasa dos años en centros para prisioneros de guerra.
Es acusado de matar a soldados aliados en la Batalla de las Ardenas –matanza de Malmedy– y de usar uniformes del enemigo: un crimen de guerra. Pero –insólito– se salva. Un famoso jefe de escuadrón y espía inglés, Yeo-Thomas, “Conejo blanco”, lo defiende: “Nosotros también hicimos lo mismo”.
Nueva vida para el hombre de la cara tajeada. De un campo de desnazificación –algo imposible–, y ayudado por viejos oficiales SS, se refugia en España (27 de julio de 1948), se instala en Madrid, y protegido a capa y espada por el dictador Francisco Franco Bahamonde, gana buen dinero como representante de compañías de acero alemanas. Además, es popular entre los fascistas de café: los deleita cada noche con la narración de sus hazañas, entre copa y copa.
En 1950 intenta una resurrección ideológica: crear un cuerpo militar anticomunista con nazis refugiados, apoyado por un ex capellán alemán de la Legión Cóndor y la División Azul: “el padre Conrado” (tal su apodo). Franquistas desde el pelo a los pies, que todavía canturrean “Cara al sol, con la camisa nueva, que en España empieza a amanecer”, mientras la hambruna post Guerra Civil obliga a comer cada vez menos y peor.
Pero de pronto busca una nueva vida y viaja a Buenos Aires, como tantos criminales nazis en fuga. Conoce a Juan Domingo Perón. Integra su círculo. Se convierte en custodio de María Eva Duarte.
«Durante la Segunda Guerra Mundial lo llamaban ‘el hombre más peligroso de Europa’. Después del conflicto bélico viajó a Buenos Aires, Argentina, donde se convirtió en asistente del presidente Perón y guardaespaldas de su mujer», aseguró el periodista Kim Bielenberg, quien investigó la vida del nazi, en un reportaje publicado por la cadena británica BBC .
Llegado el golpe del 16 de septiembre de 1955, y con un Perón refugiado en la cañonera Paraguay rumbo al exilio, Skorzeny queda librado a su suerte.
Así, dos años más tarde, viaja a Irlanda, la patria de Joyce, Wilde y Bernard Shaw, con la decisión de empuñar pala, azada, regadera, y transformarse en un pacífico granjero de Kildare, ciudad del condado homónimo, suroeste de Dublín, y un paraíso, entonces de apenas cinco mil almas.
Por cierto, la prensa irlandesa no tardó en desenmascararlo, llamándolo –entre otros verbos y predicados, “El glamoroso hombre del espionaje”, como recordó Kim Bielenberg al exhumar su historia, que sin embargo tiene más sombras y enigmas que certezas. Tantas, que el periodista irlandés, asombrado, escribió: “Los diarios de la época hablaban de él con más admiración que repudio. Lo respetan por sus supuestas proezas militares, y le adjudican la salvación de inocentes del Tercer Reich luego de su caída”.
Pero esa contradicción empezará a explicarse mucho después. Y aparecerá un hombre de mil caras, de inteligencia, astucia y capacidad de mimetismo digna de una novela de espionaje.
Apenas instalado como supuesto granjero, llamó la atención su refugio: nada menos que una mansión rodeada de 650 hectáreas. No mucho después surge otra pregunta: ¿Trabaja para el Mossad, el servicio secreto israelí? Y al mismo tiempo, desde la Agencia Judía de Viena, el cuartel general de Simon Wiesenthal, llega una denuncia del célebre cazador de nazis: “Ese hombre mató judíos en campos de concentración”.
Otra vuelta de tuerca. En la serie de tevé The Night Manager, de John le Carré, Skorzeny, luego de rendirse entre las fuerzas norteamericanas apenas caído el nazismo, pasó al Mossad de modo singular: querían matarlo pero prefirieron ponerlo a su servicio para que asesinara a Heinz Krug, el experto en misiles y explosivos que trabajaba para Egipto preparando artefactos letales contra Israel, y además, convertirlo en un topo: espía camaleónico de alto rango.
Un documental en 2020, El hombre más peligroso de Europa, Otto Skorzeny en España, basada en la documentación del archivo personal de Skorzeny revela fotos, filmaciones, y notas del soldado favorito de Hitler. Allí, se muestran las relaciones de poder y negocios tanto en España como en Argentina e Irlanda, y su especial relación con Franco y Perón.
Su sueño de ser un rico granjero se topó con la preocupación del gobierno irlandés. Algunos parlamentarios comenzaron a buscar respuestas a algunas preguntas candentes: ¿Qué estaba haciendo un tipo como él en Irlanda?, ¿quería iniciar actividades nazis allí?
Para saberlo habría que revisar un poco de su pasado y su historia de nazi dilecto de Hitler. Y lo que se podía hallar no era alentador ¿Por qué Irlanda lo había recibido como a un héroe? Lo explica el contexto del momento: cierto nacionalismo irlandés separatista contra el Reino Unido. El viejo axioma “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.
Pero a medida en que se corría el velo del gran espanto, el Holocausto, las miradas cambiaron: de héroe pasó a sospechoso, y también a maldito. ¿De dónde sacaba tanto dinero? ¿Por qué se paseaba todos los días en su imponente Mercedes Benz?
Quiso quedarse en Irlanda criando caballos, pero nunca se le otorgó visa. Su último refugio seguro fue Madrid. Siguió haciendo fortuna. Murió allí de cáncer en 1975, a los 67 años.
Sus camaradas lo despidieron envuelto en la bandera nazi.