Alfredo Maldonado: Sin esperanzas

Alfredo Maldonado: Sin esperanzas

Hubo un tiempo cuando militares venezolanos, en general bien calificados en sus carreras, se dedicaron a borrar los retazos del gomecismo –y del caudillismo en general- que había sido el lapso entre la muerte de Bolivar en Santa Marta, con una camisa prestada, y la de Gómez sin poder orinar y con el miedo de la inmensa mayoría de los venezolanos.

Fueron aquellos años de Eleazar López Contreras, flaco tachirense que ingresó de soldado raso en el ejército y siendo leal a Gómez y firme en la disciplina militar, llegó a General en Jefe, no de los de Chávez sino de los que se han ganado las estrellas y condecoraciones en el cumplimiento de la disciplina militar y en batallas de verdad. Años de Isaías Medina Angarita, producto de la Academia Militar con la cual Gómez comprometió al Ejército a ser profesional, de Marcos Pérez Jiménez con las mejores calificaciones en los estudios militares y preciso oficial de artillería, de Carlos Delgado Chalbaud, ingeniero y graduado en la prestigiosa francesa de Saint Cyr, Oscar Ghersy en la Marina o mi tío Alberto Bustamante en la Aviación, el hombre con más suerte en el mundo, retirado con el grado de Capitán y luego dedicado a la administración de la Fuerza Aérea en Maracay y de quien nadie puede decir que se haya robado ni un centavo, para orgullo de mi tia Estela y de mis primos.

Hay que reconocer que aquellos militares con Pérez Jiménez, Delgado Chalbaud, Llovera Páez y los hermanos Vargas como líderes, primero llamaron a un partido, Acción Democrática, para un gobierno de transición del pasado al futuro y respaldaron las primeras elecciones en Venezuela para todo ciudadano de más de 18 años aunque no supiese leer ni escribir. Fue electo el ya famoso escritor Rómulo Gallegos, que era hombre terco e inflexible, no político como Rómulo Betancourt, y por no dar su brazo a torcer en cuanto a los sueldos miserables que los militares ganaban, fue derrocado tras 9 meses de rumores y advertencias. Aquellos militares, asi, se apartaron del partido que ellos mismos habían llamado para civilizar el gobierno, pero en vez de entendimiento, se produjo separación.





Fue asesinado neciamente Carlos Delgado Chalbaud por un amigo y el poder se centró en Pérez Jiménez, quien en cinco años abrió las puertas del progreso y transformó a Venezuela en un país de actualidad, porque de lo que no alcanzó a construir dejó la planificación.

Lo que le sobró de ejecutor le faltó de político, quiso gobernar otros cinco años y los propios militares –cuyas carreras dignificó y a quienes dotó de modernos destructores e hizo de Venezuela el primer país latinoamericano con aviación jet de combate, los ingleses Venom Vampire y Camberra, y los estadounidenses Sabre F-86 veteranos de Corea- no se tragaron el fraude electoral y lo sacaron del poder en enero de 1958.

Se respiraban aires de democracia porque el progreso la atrae, Pérez Jiménez no lo entendió y fue echado al exilio. Vino un año de transición con una junta integrada por dos civiles de alto nivel empresarial, dos militares con experiencia pero sin aspiraciones políticas, y un marino sin grandes distinciones aparte de ser amable y bien parecido.

Los partidos grandes, los que establecieron la democracia, pactaron para gobernar los tres sin que importara quién ganase las elecciones de diciembre de 1958, y ganó obviamente el partido del dirigente que ya había gobernado una vez con inexperiencia e impaciencia, pero que hizo grande a Acción Democrática actuando en los sectores más densos y poco buscados, los trabajadores y los campesinos. Y estudiando, observando.

Durante todos esos años Rómulo Betancourt había aprendido y había actuado incluso en el exilio. Electo primer Presidente de la nueva democracia, sentó posición en el centro por lo cual sufrió y combatió con eficiencia conspiraciones del comunismo castrista y de la derecha conservadora. Y logró el triunfo que afincó la democracia, entregar constitucionalmente el poder a su amigo de toda la vida, dirigente sobrio de su partido y abogado laboralista Raúl Leoni, un hombre gentil que se hizo querer.

Pero ni Betancourt ni él consideraron que el hombre adecuado para extenderse en el poder era el dirigente magisterial y del partido Luis Beltrán Prieto Figueroa, y dieron un nuevo ejemplo para atornillar aún más la democracia, entregaron la Presidente al candidato de Copei que había superado al de Acción Democrática por 30.000 votos apenas, Rafael Caldera.

A lo largo de los veinticinco años posteriores se fue produciendo un doble fenómeno, las elecciones cada cinco años y la alternabilidad de los Presidentes, y el deterioro de los partidos cuyos dirigentes sólidos murieron, y la sociedad venezolana que, en 1992, se entusiasmaron con los intentos de golpe de estado de militares que, menos formados, sintieron de nuevo que serían ellos, por militares, los que rescatarían a una patria que pedía cambios pero no rescates. La misma tarde del primer golpe de estado un Rafael Caldera envejecido que llevaba meses sin acudir a las sesiones del Congreso, acudió para justificar el intento de golpe de estado del 4 de febrero.

Los dos grandes partidos se negaron a explicar a la ciudadanía los cambios necesarios que imponía Carlos Andrés Pérez, éste creyó que podría gobernar con expertos y no políticos, en diciembre de 1998 los venezolanos dejaron en la estacada a una democracia que los decepcionaba y optaron por el falso camino de una revolución.

Ésa es la Venezuela de hoy, gobernada por incompetentes, arruinada por ignorantes, guiada por quienes en sesenta años no han podido siquiera alimentar a su pueblo, la Venezuela a la cual ya se le agotaron hasta las esperanzas, el pajarito yace muerto de hambre en el fondo de la caja de Pandora.

No nos salvará una oposición fracasada y dividida producto del mismo país que no logra entusiasmar, nacida del mismo pueblo que ya no piensa sino que sólo sale a la calle a ver qué consigue. Ni la revolución que sólo piensa en sí misma.