Lucelys Andreína Rodríguez Serrano es una joven comunicadora social anzoatiguense de 27 años. Ella es una líder y activista social “de oficio y de corazón”.
Por Javier A. Guaipo / Corresponsalía lapatilla.com
Es de esas personas que desbordan nobleza al hablar, pero con una firmeza que le ha permitido mantenerse en un camino de altos y bajos.
Es fiel creyente de que con la constante formación se construyen las bases sólidas necesarias para estar a la altura de los retos de la vida. Los múltiples diplomados, talleres y programas que ha realizado avalan esa convicción.
Aunque han transcurrido alrededor de siete años desde que comenzó a tener contacto con líderes sociales, su deseo por servir yace en ella desde hace mucho más tiempo. De hecho, escogió estudiar periodismo porque considera que, más allá de una carrera, es una manera de formarse como servidora pública.
“El trabajo con el servicio ha sido una `semillita´ que ha estado interna en mi ser. Cuando comencé este camino por la labor social, me di cuenta de que era lo que quería hacer. No me llenaba más nada, sino estar haciendo jornadas con niños, abuelos, etc. Creo que lo que ganas desde lo espiritual llena todos los espacios”.
También considera que su amor por ayudar al prójimo nació como una necesidad de hacer algo por Venezuela, de donde estuvo a punto de migrar en 2018.
En aquel entonces fue seleccionada para cursar un diplomado de liderazgo, lo que hizo que cambiara sus planes, y a finales de ese año ya era voluntaria en la organización Empodérame, enfocada precisamente en el empoderamiento femenino.
“Cuando llegó la pandemia (en 2020) tuvimos que paralizar todo. Luego de eso, tomé la decisión de realizar labor social por mi cuenta con amigos y familiares. Comenzamos el año pasado (2022) un voluntariado en el Refugio de la Divina Misericordia en Puerto La Cruz. La idea fue propia y surgió con el propósito de celebrar un 14 de febrero diferente con los abuelos”.
Comentó que terminaron adoptando la idea permanentemente, y al menos una vez al mes llevan un servicio completo a las más de 100 personas que reciben un almuerzo en el refugio de lunes a viernes.
“Se ha hecho un trabajo inmenso. Lo que comenzó como una idea para celebrar una fecha especial, ya se traduce en más de mil comidas dadas en un año”.
Y aunque se ha convertido en un verdadero reto conseguir los alimentos para donar, porque la ayuda cada día es más escasa, aseguró que “cuando haces las cosas con el corazón y sin esperar nada a cambio, simplemente lo demás va a llegar. A veces no tenemos nada, pero comenzamos a organizar y todo va llegando. Sabemos que es Dios el que coloca lo necesario en nuestro camino para que podamos hacerlo”.
Uno de los aprendizajes que más valora es que el amor al prójimo realmente no lo entendemos hasta que lo ponemos en práctica.
Añadió que en el momento en que se hace, no queda otra opción sino despojarse de los prejuicios, sobre todo cuando toca tratar con personas que están en una situación difícil.
-¿Qué te motiva a realizar cada una de estas acciones sociales?
– Cuando comienzas a ver el servicio como una forma de vida, la motivación es el ayudar. Que tu paso por este plano no sea simplemente un constante aprendizaje académico o de satisfacer tus deseos, sino que puedas dejar algo valioso de ti para los otros.
Me motiva que las personas se sientan comprendidas, útiles y ayudarlas a desarrollarse. Tal vez no saldrán de la depresión con un plato de comida, pero van a comenzar a verte como una solución a algún problema, así sea con un abrazo, que es lo que muchas veces necesitan.
También está el hecho de darles espacios seguros a las niñas para conversar sobre sus temas, sus preocupaciones, sus inquietudes.
-¿Hay algo o alguien que haya dejado una huella especial en ti?
– Muchas personas han dejado huella en este camino: profesores, mentores, sacerdotes. Sin embargo, la historia del padre Juan Bosco fue una de las que más marcó mi vida.
Cuando comienzas a trabajar con jóvenes, te das cuenta que la juventud está tan necesitada de atención, comprensión, afecto y cariño, pero la sociedad ignora eso. El testimonio de Bosco con jóvenes de la calle y las oportunidades que les dio, he tratado de implementarlo en mi vida, pero a nivel general.
Hay gente a la que no le han dado oportunidades en otras partes y yo he sido de alguna manera esa servidora que ha estado ahí para que puedan consolidar algunas de sus metas personales y profesionales. Todos tenemos un talento, pero la misma sociedad se limita a llamar siempre a los mismos.
-¿Una anécdota que consideres te haya marcado para toda la vida?
– En 2020, en plena pandemia, hice un reportaje en Las Bateas de Maurica (comunidad de Barcelona). Sabía que era duro, pero no sabía a qué me iba a enfrentar.
Entrevisté a un niño de cinco años. Le pregunté algo que él quisiera y me dijo “una cama”. No sabía qué responder ni qué decirle. No tenía dónde dormir y lo hacía en el suelo.
Mi vida dio un vuelco a partir de ahí, porque me exigí dar más, me involucré de una manera radical con el tema social. Hice lo humanamente posible para conseguir esa cama y muchas otras cosas para la comunidad.
-¿Cuál crees que ha sido la clave para mantenerte haciendo labores sociales por encima de la situación país?
– La perseverancia, la fe y la pasión. Todas juntas han hecho que en el camino me encuentre con personas maravillosas que son parte del aprendizaje. Es difícil hacer labor social en Venezuela. Es cuesta arriba conseguir los insumos para donar y tener personas de confianza comprometidas para trabajar.
Es difícil dedicarle tiempo a algo que no te deja remuneración económica, porque vivimos en un país donde el que no trabaja, no come. Son muchas cosas que finalmente terminan bajando los ánimos y poniendo trabas en el camino, pero cuando tengo tiempo sin hacer un trabajo social, lo extraño. Es algo que necesito para ser feliz.
-¿Hay alguien que te sirva de inspiración en este camino?
– Una mentora: Esther Núñez. Es fundadora de una de las organizaciones donde hago trabajo profesional, que es el Centro de Formación para la Democracia.
Ha marcado mi vida, porque su ética profesional por lo que hace va más allá de todo. Me inspira a seguir. Es pieza fundamental en el voluntariado con los abuelos.
-¿Tienes algún proyecto social que esperas concretar en un futuro cercano?
– Es un tema amplio, pero creo que mis proyectos en un futuro cercano irán ligados a la sensibilización en violencia basada en género.
Actualmente, hago un voluntariado con el Centro Venezolano Americano de Oriente (en Lechería) y durante el año pasado logramos impactar a más de 300 alumnos de los últimos años de bachillerato con todo lo relacionado a este tema.
Necesito que esto se haga en más instituciones, que la voz llegue a más personas. Estamos viendo muchos casos de violencia de género, cada día más seguidos y en cantidades más grandes en todo el territorio nacional. Quizás el cambio no lo vamos a ver ya mismo, pero va a ser un cambio que podamos ver en un futuro cercano.
Me he topado con casos de adolescentes que fueron violadas por cierto tiempo y todavía sufren las consecuencias. Es algo que me compromete mucho, que es la causa por las mujeres, adolescentes y niñas de mi país.
-¿Un mensaje para las mujeres?
– Que sigamos aprovechando todos los espacios de participación para seguir levantando la voz y haciéndonos escuchar. Para eso es importante que nos mantengamos en constante formación y desarrollo de capacidades para estar a la altura de los desafíos que tiene nuestro país y el mundo.
Siempre hay que pensar en el siguiente escalón. Puedes llegar a ser más de lo que ya eres, sin dejar de lado las responsabilidades como esposa o madre. Dejemos de colocar a los demás por encima de nosotras.