“Estamos dejando en claro que las ratas, ya no dirigen esta ciudad”, ha dicho Adams, medio en serio, medio en chanza, en alguna que otra conferencia de prensa.
Las razones para eliminar la proliferación de tal clase de vecinos son abundantes: propagan feroces enfermedades, roen los cables eléctricos, excavan y debilitan las paredes y cimientos de los edificios, se dan festines con las cosechas. En general, destruyen o se devoran, todo aquello que se interpone en su camino, con daños anuales, de 20 mil millones de dólares, nada más que en EE. UU..
Sin embargo, las rattus norvegicus o marrones, urbanas y citadinas, se respetan, y viven en paz entre éllas; al contrario de destruirlas, establecen, colonias y redes de túneles en los que trabajan, juguetean, socializan y se tocan las narices en actos de reconocimiento.Tienen, además, una gran colección de expresiones faciales y pueden sentir las emociones de sus camaradas. Se ha descubierto que las ratas marrones prefieren consistentemente recompensas que beneficien a otros, en lugar de a sí mismas. También pueden aprender a conducir pequeños autos. Y a bailar a lo Lady Gaga, según el reportaje del periodista Oliver Whang del, NY Times, que nos ha servido de apoyo para el presente trabajo.
Michael Parsons, ecologista urbano de la Universidad de Fordham que lleva décadas estudiándolas, afirma que las ratas marrones son aún más avanzadas que sus homólogas de laboratorio. Por su parte, el Dr Robert Corrigan, roedorólogo de NY que las ha estudiado con rigorismo científico ha expresado que las rattus norvegicus “Tienen personalidades únicas, experimentan arrepentimientos, remordimientos, justicia social y practican acciones altruistas”.
Por su condición de animales sociales cognitivamente avanzados han surgido, en la actualidad, muy difíciles consideraciones éticas sobre la forma de controlarlas de manera efectiva. Las trampas de pegamento las matarán, poco a poco, de hambre, durante larguísimos días, de agonía. El veneno las conducirá a una muerte, también lenta, dolorosa, además de poner en peligro otras vidas silvestres. Los viejos y poco nobles artilugios de madera que todos hemos usado, a menudo atrapan sus extremidades o colas, lo que las obliga a roerse a sí mismas, a automutilarse con desesperación y extremo dolor. Además, cuando muchas están atrapadas en el mismo lugar sin otro alimento, se ven compelidas a devorarse entre sí, con un tormento afectivo, que no experimentan muchos que presumen de ser gente decente.
El desprecio, la estigmatización, la repulsa contra tales especímenes es menos generalizada de lo que se piensa. Es el caso de la ciudad de Deshnoke, la India con el templo Kari Mata. Algo así, como el “Cuartel de la Montaña”, para hacernos entender mejor, donde se les rinde culto, sin parar mientes en lo asquerosos, pulgosos, sarnosos física y moralmente, que sean o hayan sido. Por su lado, según los estándares vigentes en el llamado Primer Mundo -en EE. UU. para ser más específicos- aún a las empresas dedicadas al exterminio a domicilio se les exige al ejecutar su penoso trabajo, evitarles sufrimientos innecesarios, no importa los superbigotones de los cuales presuman.
Obligado a escribir sobre el anterior tema, visto que lo hago en horas de la noche del pasado cinco del presente mes de marzo, después de escucharlas por millares les pregunto a quienes las han echado a volar al viento con mala intención ¿Qué tienen ustedes, contra esas -si a ver vamos, inocentes criaturitas del Señor- que pululan por alcantarillas, sumideros y cloacas, para estar comparándolas, todo el día, con el 10º aniversario de cierto exterminio ejecutado por el G-2 cubano en complicidad con su lacayo local más obsecuente?
No hay derecho.
@omarestacio