Recordamos una reunión de la Comisión Permanente de Administración y Servicios de la Asamblea Nacional con representantes de las empresas operadoras de telefonía: de no fallar la memoria, ocurrió a mediados de 2015. Ya, por aquellos días, se sentía y mucho el peso de la emigración venezolana, por lo que un par de altos funcionarios de las empresas del Estado la atacaron al referirse a los problemas del sector, calificándola de apátrida y vendepatria, aunque con cierta timidez: quizá evitaron una respuesta airada de la oposición tan escasamente representada en la jornada y, muy seguramente, ellos o sus hijos, se dirán hoy perseguidos políticos en las más distantes latitudes; quizá tampoco digan nada ahora por la fuga de cerebros que ni siquiera tienen acá universidad para formarse, en la era prolongada del “me iría demasiado”.
Los hijos de un amigo personal, están aún ahorrando en Buenos Aires para “repatriar” a sus padres, quienes creyeron que la situación económica del país sureño era insoportable y, acá, todo se había arreglado. Desean volver lo más pronto posible convencidos de nuestro infierno humanitario, aunque bien oxigenados de amor por la tierra de sus antecesores.
Son incontables las vicisitudes de una calculada expulsión de millones de venezolanos de la Venezuela realmente tan querida, forzados económica, social y políticamente, a una decisión absolutamente inédita en el historial familiar. El régimen y sus más caros servicios estratégicos y de inteligencia, idearon, concibieron y ejecutaron una medida de largo plazo, rediseñando nuestra demografía, orientada a trasladar todo el costo político hacia sus propias y masivas víctimas, neutralizando las tensiones internas y, faltando el detalle, empleando así una terrible e inmoral arma continental y extra-continental.
Una no tan modesta convicción, todavía luce insuficiente la calibración política de la diáspora venezolana crecientemente desconocida entre nosotros y, aunque no la creemos precisamente una piedrita en el zapato del madurato, tiene razón Carmen Arteaga al señalar, entre otros aspectos, que “el problema se ha abordado como migración, y no como asunto de refugiados”, por los países receptores, presumiendo una evasión de la protección internacional que acarrea. Significa el riesgo de una normalización de la situación en el discurso público, invisibilizándose, siendo que “el reto para Maduro sería entonces que la comunidad internacional mantenga su atención en las consecuencias y no en las causas reales de la emigración”, inculpando con facilidad a terceros (*).
Solemos obviar los problemas fundamentales del país, a favor de aquellos más circunstanciales y hasta triviales, respeto al discurso político. No constituye un fenómeno inocente y espontáneo que está dando alcance al ámbito académico, con las honrosas excepciones de quienes, como la autora citada, tañen incansablemente sus campanas, expresándose por todos los medios posibles.
(*) Carmen Geraldine Arteaga Mora (2023) “La crisis migratoria venezolana. La piedra en el zapato del socialismo del siglo XXI”. Foreing Affairs Latinoamérica, vol. 23 del 15/01 al 15/04.