Fue un fenómeno, un freak, que no actuó en un circo tradicional porque ahí acuden niños. Pero ingresó a otro circo: el porno. Fue el actor más grande del porno. Literalmente. Su superioridad anatómica era evidente.
Por infobae.com
“Soy un profesional del sexo; así como otro es jugador de tenis, médico o contador. Pero en lugar de una raqueta o un estetoscopio tengo un miembro de 35 centímetros de largo tan grueso como mi antebrazo. Esa es mi herramienta principal y la he usado para tener relaciones sexuales con aproximadamente 14 mil mujeres” dijo alguna vez en una célebre entrevista para la revista Hustler.
Pero la de John Holmes, el Rey del Porno, es mucho más que la historia de alguien excepcionalmente dotado y mucho más que un cuento que rebosa de sexo. La suya es una historia sórdida, repleta de delitos, crímenes terribles, contagios desaprensivos, adicciones salvajes e incontrolables, con una caída a los peores infiernos y una muerte prematura.
Nace la leyenda del porno
Nació en Ohio el 8 de agosto de 1944. Tuvo una infancia difícil. Su padre biológico los abandonó muy rápido. La madre se casó con Edward Holmes. Tuvieron otros tres hijos. Y aprovecho para cambiar el apellido de John, que recién se enteró que su padre había sido Carl Estes en 1986, cuando le pidió la partida de nacimiento a su madre para tramitar el pasaporte para poder viajar a Italia para filmar con la única estrella del porno que le faltaba, la Cicciolina. El padrastro tampoco resultó la solución. Era alcohólico: desaparecía durante días y cuando volvía, solía vomitar sobre sus hijos. La mujer se separó y se casó una tercera vez. Este hombre era violento y solía pegarle a los hijos de su esposa. A los 15 años, John se alejó de la casa y, con un permiso especial de su madre, se alistó en el ejército. Después de tres años en Alemania, volvió a Estados Unidos. Pero no al estudio: no retomó el colegio secundario que había dejado por la mitad. Trabajó de todo. Vendió medias y otros productos puerta a puerta, fue empleado en una zapatería, cargó reses en un frigorífico, limpió mesas en los bares, fue ayudante de carpintero y hasta manejó ambulancias. En ese trabajo conoció a una joven enfermera, Sharon Gebbeni. En muy poco tiempo se casaron.
El salto, el cambio de profesión, se produjo cuando estaba por finalizar la década del sesenta. Hay varias versiones sobre cómo fue su desembarco en la industria, todas con más elementos legendarios que reales. La más difundida es que estando en el baño de un club nocturno, mientras hacía pis, un fotógrafo desde el mingitorio de al lado quedó sorprendido por el tamaño de su miembro y le aconsejó ingresar en el mundo del porno.
El director Bob Chinn, el creador de la franquicia de Johnny Wadd, el personaje más famoso de Holmes, una especie de detective del Hard-Boiled pero adicto al sexo, cuenta una historia más efectiva: una tarde John Holmes entró a su productora ofreciéndose como electricista. Cuando le dijeron que las instalaciones eléctricas del lugar estaban en perfectas condiciones, Holmes se bajó los pantalones y dijo: “Tal vez tenga trabajo para un actor más: esto puede servir”. Lo contrataron de inmediato.
Lo cierto es que comenzó en 1968 con algunas producciones fotográficas y películas de bajísimo presupuesto. Le pagaban 75 dólares por jornada y eso era mucho más de lo que él podía llegar a ganar en cualquiera de sus otros trabajos.
Sus primeros pasos en el cine porno
El primer problema surgió cuando ya no pudo ocultarle a su esposa cuál era su nuevo oficio. Ella dijo que era lo mismo que estar casado con una prostituta. Él adujo que era un oficio como cualquier otro, que en vez de utilizar un martillo o un destornillador, usaba su cuerpo. Sharon, de todas maneras, apoyó y asistió a John durante años, aunque no existiera reciprocidad.
Con el boom de Garganta Profunda, a la que se sumaron Detrás de la Puerta Verde y El Diablo en Miss Jones, el porno dejó los sótanos y se convirtió en una especie de fenómeno que ahora era consumido por todo tipo de público adulto. A partir de ese momento, ya empezada la década del setenta, el porno se convirtió en una industria. Las producciones se multiplicaron. El trabajo de John Holmes también.
La particularidad del mundo del cine triple X siempre fue que las mujeres recibieron mejor paga que los hombres. La excepción fue John Holmes. Llegó a ganar 3.000 dólares por jornada. Se convirtió en la gran estrella del rubro. Alguien dijo que si Elvis era el Rey del Rock, no podían quedar dudas de Holmes era el Rey del Porno.
Se vanagloriaba no sólo de lo evidente, el gran tamaño de su miembro, sino de su performance, de su capacidad casi ilimitada para eyacular. “Hubo rodajes en que éramos cuatro protagonistas masculinos y si se supone que cada uno debe eyacular dos veces. En un sólo día de rodaje yo solo me encargué de esos 8 primeros planos”, dijo alguna vez.
John Holmes siempre había ambicionado, como todos, ser el mejor en algo y en un momento había perdido las esperanzas. Pero en el porno encontró el lugar en el que lo era.
Siempre se bromeó sobre las partes actuadas en el porno, las introducciones en la que los actores están vestidos, frágiles excusas argumentales para dar pie a las escenas de sexo. Cualquiera podría decir que Holmes actuaba mal para los parámetros usuales. Sin embargo, lo hacía excepcionalmente bien para su ambiente, para su género. Tenía algo que nadie más poseía, mantenía erecciones todo el tiempo necesario (los rodajes eran largos, monótonos y cortados) y era capaz de hacer lo que el director necesitaba.
Su aspecto es un lugar común de la industria del porno. Alguien no avisado puede creer que imitó cada uno de los clichés de ese mundo durante los setenta. En realidad, él fue el que los instaló definitivamente. Con su fama y su leyenda precediéndolo, las camisas abiertas, el cuello sobre las solapas enormes, los rulos desordenados y el bigote frondoso, se convirtieron en el look casi obligatorio.
Compartió pantalla con las figuras más importantes del género como Linda Lovelace, Vanessa del Río, Amber Lynn, Marilyn Chamber, la Cicciolina y Tracy Lords.
Los amores de Holmes
En 1976 dejó a Sharon (después de golpearla varias veces) y se puso en pareja con Dawn Schiller. Él tenía 32 años y ella 15. A Holmes no le importó la edad de Dawn. Al contrario veía como un beneficio que ella no le reprochara (o no se animara a hacerlo) que se dedicara al cine adulto, ni sus desapariciones súbitas, no la adicción que a esa altura ya se había convertido en un problema serio.
Llegó a tener dos casas, varios autos, una ferretería y hasta un negocio de antigüedades. Pero perdió todo por su adicción a las drogas. El consumo se desbordó. Cocaína, pasta base y heroína. No sólo gastaba miles de dólares diarios, sino que ya no era el semental que había conseguido trepar a la cima de la industria. Llegaba tarde y en pésimo estado a los rodajes (aunque a veces era peor: ni siquiera asistía). Y ya no conseguía erecciones en cualquier momento. En realidad ya casi no conseguía. Se pueden ver algunas escenas de sus películas a principios de los 80 en que el director debe enmascarar esta imposibilidad con tomas que parecen de vanguardia y poses estrafalarias, casi coreográficas, pero que sólo son maniobras para tapar la impotencia de su actor. Pasó de ser el gran protagonista a tener cameos casi testimoniales.
Sharon Mitchell, una actriz porno, contó: “Rodábamos en una mansión de Los Angeles. Y John desapareció. Estuvimos esperándolo hasta la noche. En el momento en que nos estábamos yendo, escuchamos un grito en el dormitorio. La mujer de la limpieza había abierto un armario y lo había encontrado adentro, inconsciente, con una pipa de pasta base en la mano”.
El ocaso del Rey
Al no poder funcionar sexualmente tampoco podía ejercer su otro oficio: el de taxi boy. Mujeres y hombres famosos y poderosos lo contrataban para pasar una noche con él.
Para esa época su vida se reducía a aspirar cantidades desmesuradas de droga –consumía varias veces en una hora- y a bajar su efecto con decenas de valiums diarios. Eso lo llevó a tener que malvender sus propiedades y, luego, a delinquir para conseguir dinero para comprar droga. Se conectó con distintos traficantes: pagaba su consumo con las ventas que realizaba para ellos. Pero muchas veces ese intercambio tampoco funcionaba porque él consumía las sustancias que debía vender.
Había en un personaje especial con el que estuvo en contacto y después, casi como consecuencia lógica, en deuda con él. Eddie Nash, un palestino que había llegado a Estados Unidos con 10 dólares y al poco tiempo desde un puesto de panchos construyó una fortuna. Tenía locales nocturnos, fue el primero que instaló un club Gay en Los Ángeles, clubes de strip tease y varios locales más. Además era el principal traficante de cocaína de la zona. En muy poco tiempo, Holmes estuvo en deuda con él. Y esa deuda no paraba de crecer.
Holmes, mientras tanto, parecía haber entrado en una competencia para cometer cada delito considerado en la legislación local. Prostituyó a su esposa, robaba autos, traficaba, intrusaba propiedades, robó a sus compañeros de rodaje, cometió fraude con tarjetas de crédito (a su esposa le generó una deuda de 30.000 dólares). La policía lo agarró algunas veces. Para evitar una condena se convirtió en informante de ellos.
No sólo le debía a Nash. También tenía problemas con una banda de narcotraficantes menores. Vendían cocaína pero eran consumidores de heroína. Vivían en la calle Wonderland. Cuando quisieron cobrar su deuda con Holmes se encontraron con que este no podía pagar ni el 10 % de lo que adeudaba. Les contó que Nash en su casa tenía miles de dólares, joyas, armas y muchos kilos de cocaína. Les propuso un plan para atacarlo, aprovechando que Nash también era adicto y no eran muchos los momentos en que estaba lúcido. Él lo visitaría y dejaría abierto uno de los ventanales de la casa para que la banda ingresara de noche y se llevara lo que quisiera. Así la deuda quedaría pagada.
Cuando Holmes fue a Wonderland para avisar que ya había hecho su parte, los siete integrantes de la banda estaban tan drogados que no pudieron moverse por horas. Pero eso no influyó. Cuando medio día después fueron a lo de Nash encontraron la ventana abierta y arrasaron con todo lo que había en la casa. Nash sospechó de inmediato de Holmes. Lo secuestró y lo torturó para obtener la confesión. Cuando Holmes delató a la banda de Wonderland, Nash fue hasta allí recuperó lo que pudo y después de torturarlos durante horas mató a los cuatro principales integrantes. Holmes estuvo presente en los hechos pero la justicia no pudo determinar su participación. Cumplió sólo con unos meses de prisión por negarse a declarar como testigo.
Después de la detención, ya dentro de la década del ochenta, volvió al cine porno. Pero ya nada fue lo mismo.
En 1986 tuvo una seguidilla de enfermedades. En una de las ocasiones que tuvo que ir al hospital, un análisis determinó que padecía de Sida. Holmes no se lo contó a nadie y siguió trabajando. Viajó a Italia para filmar dos películas, una de ellas con la Cicciolina. La actriz italiana lo describió: “Parecía un muerto en vida, había perdido toda ilusión por las pequeñas cosas y placeres de la vida. Me dio la sensación que se extinguía con cada nuevo orgasmo”.
En esos años siguió actuando, usufructuando su fama. En ningún momento reveló su estado y tampoco utilizó protección en sus escenas. No le importó contagiar al resto. Cuando el deterioro físico fue muy evidente, Holmes declaró que le habían detectado un tumor en el Colon. A esa altura, en la industria ya muchos sospechaban la verdad. Comenzó una ola de denuncias y la sombra de la preocupación cubrió a todas las actrices y actores que habían participado en escenas con él.
La historia de John Holmes inspiró varios largometrajes (Boogie Nights, Wonderland, entre otras) y al menos cuatro documentales.
En 1987, su salud se resquebrajó definitivamente. Murió el 13 de marzo de 1988, 35 años atrás. A su novia le comunicó su último deseo. Quería ser enterrado entero, sin sufrir la ablación de ningún órgano, en especial su miembro. La mujer estuvo presente cuando preparaban el cuerpo, consumido por la enfermedad, y hasta que fue cerrado el cajón. Luego lo cremaron y sus cenizas fueron tirados al mar.
Tras su muerte, la última esposa encontró en un rincón del último hogar de Holmes, cubierto de ropa sucia y desechos varios, un cofre enchapado en oro. Tenía varios candados. Los rompió uno a uno. Dentro sólo había sobres. Cuando los abrió, la mujer encontró fotos de los encuentros sexuales con las mujeres poderosas que habían contratado sus servicios en todos esos años. Era material que Holmes utilizaba para extorsionarlas a ellas y a sus maridos. La mujer rompió el contenido de cada uno de esos sobres y dejó arrumbado el cofre vacío.