Mille Miglia: mil millas, mil seiscientos kilómetros, una prueba al filo del peligro y una muerte que sentenció su suerte. El protagonista de esa edición final, la número 24, fue un hombre criado en cuna de oro pero que vivía a toda velocidad. Aristócrata, dandy y sportsman, sin embargo lo definía mejor otro mote. Alfonso de Portago era un playboy.
Por: Clarín
Todo lo podía, desde participar de unos Juegos Olímpicos hasta enamorar a las mujeres más bellas de la época. Logró también subirse a una Ferrari y debutar en la Fórmula 1 a una edad avanzada, con casi 30 años. Lo que no pudo fue torcerle el brazo a Il Commendatore, Enzo Ferrari, el jefe que con mano de hierro lo obligó a participar de aquella Mille Miglia de 1957. La edición fatal, la que enlutó al automovilismo, en la que ni un beso ayudó a evitar la tragedia del Marqués de Portago.
Alfonso Antonio Vicente Eduardo Ángel Blas Francisco de Borja Cabeza de Vaca y Leighton tenía muchos nombres. Tenía, además, ascendencia de alta alcurnia. Nació en Londres el 11 de octubre de 1928, hijo de Antonio Cabeza de Vaca y de Olga Leighton. Por parte de su padre, la línea familiar seguía con un abuelo alcalde de Madrid y llegaba hasta Álvar Núñez Cabeza de Vaca, el explorador que encantado por el arrullo de las cascadas vio abrirse ante sí las cataratas del Iguazú.
De ellos heredó el arrojo y la nacionalidad española. Del lado materno había sangre irlandesa y millones: Olga era la viuda de Franck Mackey, un cofundador del banco HSBC que se suicidó y le dejó su fortuna. Acaso de ahí haya venido el drama.
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