No me llamó la atención el título sino el subtítulo. Decía, más o menos, en español, “Una victoria de Ucrania sería la única oportunidad de una salvación a largo plazo”. Aparece editado dentro de Foreign Policy, una revista que publica frecuentemente ensayos distinguidos de sus colaboradores más perspicaces.
Uno de los últimos es Mirando el agujero negro del futuro de Rusia por Anastasia Edel. ¡Bravo! No tengo la menor objeción que hacerle a este ensayo, salvo que estemos seguros de que Europa, Estados Unidos y Canadá estén de acuerdo en suministrar todas las armas que el país requiera, y en el plazo que las necesiten, y que estén de acuerdo, sotto voce, para no alertar la codicia ajena, en no cobrar nada por los equipos y los proyectiles que requieran. Jamás los países que forman la OTAN contarán con una nación que le haga frente a Rusia. Eso es de agradecer.
Al fin y al cabo, Vladimir Putin se ha encontrado la horma de sus zapatos en la resistencia casi suicida que halló en Ucrania. Cada muerto civil o militar ucranio se ha sacrificado por su país de origen y por Europa. Putin quisiera que su zona de influencia incluyera a Polonia y los países bálticos. A Hungría, a Bulgaria y a Rumanía, a los checos y a los eslovacos. No así en Alemania, donde los rusos han admitido su derrota total, porque se trata de una zona absorbida por una región mayor (la de los aliados, USA más Inglaterra y Francia). Pese a que Alemania era el más desarrollado de los países satélites, (más que Moscú). Lo que no era mucho que decir de la economía comunista. Estaba herida de muerte.
Érase una franja de sociedades que mantenían el flanco europeo del comunismo funcionando, pero eso se desplomó en 1991. Implosionó, y todos los satélites corrieron en dirección de la Europa libre. Luego vino la década de Boris Yeltsin, cuando hasta Rusia examinó si era conveniente entrar en la OTAN (decidieron que era negativo, dado su enorme tamaño).
Las sociedades protegidas por el Pacto de Varsovia son hoy demócratas, pese a las veleidades de los jefes de gobierno en Polonia y en Hungría. Cada vez que se presentan los comunistas a las elecciones sacan menos del 10% de los votos como promedio. Y la tendencia es a disminuir aún más.
Se estancarán en el 5% de los votos en la medida que se esfumen los privilegiados de la época de la supremacía rusa. Son demasiadas las prohibiciones en la era prosoviética, y el inútil recuerdo de los líderes ya desaparecidos es una especie de ancla que los mantiene atados al momento de una edad de oro que jamás existió en la vida real, sino en una ensoñación con que las personas quieren enriquecer la vida que ellos eligieron o que les tocó vivir.
Me parece injusto sostener que los ucranios deban pelear con un brazo atado a la espalda. Mientras ellos tengan que limitarse a reñir una guerra defensiva, la Rusia de Putin cuenta con la posibilidad de devastar las ciudades con sus inclementes bombardeos. Además, les puede decir a sus compatriotas cualquier cosa sobre el estado de la guerra (tiene un alto porcentaje de apoyo), a menos que los rusos vivan de cerca el conflicto.
Sé las dificultades de las enormes distancias que los separan de Moscú y de San Petersburgo, pero vale la pena intentarlo. Por lo pronto, Putin no se envalentonará y no le declarará la guerra a la OTAN por lo mismo que ocurrió en 1962 durante la Crisis de los Misiles. La perderían Irremisiblemente. Si no pudieron derrotar a Ucrania en tres días, como se habían propuesto, y ya llevan más de un año, una acción concertada de los 30 países que forman la OTAN sería inderrotable.
Más aún tras lo que sucedió en la Gala de los Oscar de 2023. Navalny, ganó el premio al mejor documental, mientras estaba en una celda aislado en Siberia. Fue lo mejor de esa noche de grandes sorpresas. Decenas de millones de personas, nacional e internacionalmente, le pusieron cara al hombre que Putin trató de envenenar utilizando su servicio de espionaje por acusarlo de corrupto. Eso ocurrió el 20 de agosto del 2020 y utilizaron el agente nervioso Novichok antes de que abordara un avión con destino a Rusia. Se salvó porque Alemania envió rápidamente un avión-ambulancia a recogerlo a un hospital en Omsk, Siberia.
El 17 de enero de 2021 estaba de nuevo en Moscú acompañado de su mujer de 20 años consecutivos, Yulia Navalnaya, con quien tiene dos hijos. La esposa dijo en la emotiva gala, junto al Director del Documental Daniel Roher:
“Mi marido está en prisión por decir la verdad, por defender la democracia. Aleksei, sueño con el día en que estés libre y que nuestro país vuelva a serlo también”. Alexey Navalny es el mejor de los símbolos para un cambio en Rusia.