Las elecciones en las democracias deben ser así: amplias e incluyentes. No pueden exigirles a los aspirantes una trayectoria particular ni un título especial. En esa exigente esfera que constituye la política y el ejercicio del poder, han fracasado políticos de dilatada experiencia con títulos de abogado, economista, sociólogo o teniente coronel. En realidad, nada garantiza el éxito o asegura el fracaso de un mandatario. Sin embargo, conviene advertir los enormes peligros que corre una sociedad cuando decide pronunciarse a favor de un advenedizo. Los riesgos de encallar aumentan de forma exponencial cuando el aspirante carece de experiencia en la construcción de consensos entre factores disidentes; no ha formado parte de una organización en la que se discuten planes y estrategias, llegándose a acuerdos entre las partes; y no sabe cómo funcionan los organismos del Estado y el Gobierno.
No basta con haber alcanzado el éxito en el plano personal, haber acumulado una cierta fortuna, superado obstáculos ligados a la cuna donde se nació y aprenderse algunas frases luego de consultar el ChatGPT, para creer que se cuenta con los instrumentos suficientes para gobernar un país tan intrincado como Venezuela. La política no es una actividad que se realiza en los tiempos libres. O un capricho que satisface vanidades. O un antojo movido por el impulso de convertirse en el redentor de un pueblo. Esa clase de ‘mesías’ termina causando un enorme daño allí donde triunfan.
Los ejemplos de este tipo de personajes abundan. Solo me referiré a tres que me parecen ilustrativos. Uno es Hugo Chávez. Cuando ganó la presidencia de la República en las elecciones de 1998, el mismo comandante confesó que su única experiencia administrativa era el manejo de la cantina de uno de los cuarteles donde había servido como oficial. La historia demostró el trágico error que significó la elección de este ‘salvador’ como primer mandatario. La nación y el Estado fueron arrastrados a la destrucción, primero, y luego a la ruina. Chávez no solo no solucionó los problemas que prometió resolver, sino que los ahondó, desatando nuevos y más graves conflictos y azotes. Destruyó los aspectos positivos del país –una amplia trama social con variedad de organizaciones civiles, medios de comunicación independientes, gobiernos alternativos, Fuerzas Armadas institucionales y un Estado descentralizado- y los sustituyó por una sociedad asfixiada, por un Gobierno inamovible y un Estado vertical y monolítico. Y para colmo de males dejó a Nicolás Maduro, Diosdado Cabello y Tarek El Aissami entre sus herederos.
El otro ‘protector’ es Donald Trump. Al igual que Er Conde, se encuentra vinculado al mundo de los negocios y el espectáculo, aunque no pretendo equipararlos. Trump se ha dedicado a cometer toda clase de fechorías, mientras –hasta donde se sabe- Rausseo ha levantado sus caudales trabajando de forma honesta. El expresidente norteamericano se presentó, y de nuevo está presentándose para la venidera campaña electoral, como el hombre que hará a América (Estados Unidos) grande otra vez. Su experiencia previa era la de un empresario famoso por haber heredado una fortuna que había dilapidado y vuelto a levantar en varias oportunidades y por ser el conductor de un programa de televisión con alta sintonía. Después de cuatro años en la presidencia del país más importante de la Tierra, dejó una nación deshilachada, fracturada de forma irreconciliable luego del intento de golpe de Estado el 6 de enero de 2021. Es un personaje que se ha salvado solo gracias a la degradación alcanzada por el Partido Republicano, presa de sus chantajes. Estados Unidos ahora se halla más fragmentado que antes de Trump. Ese outsider le infligió un daño mortal a la sociedad norteamericana.
El otro forastero es Pedro Castillo. Este modesto maestro peruano, ejemplo del líder antisistema, llegó a la presidencia de Perú luego de haber sido el líder gremial que se había anotado un triunfo en una huelga nacional del magisterio por obtener algunas reivindicaciones significativas frente al Gobierno central. Castillo carecía de experiencia política. Eso quedó claro desde el comienzo de su mandato. Fue presa fácil de los dirigentes principales de Perú Libre, movimiento del cual formaba parte. Se rodeó de amigos e incondicionales. Formó un pequeño círculo a su alrededor y demostró que su inexperiencia significaba una tragedia para un país desquiciado como Perú. El resultado final lo conocemos: luego del intento fallido del autogolpe de Castillo, ese país continuó afectado por una crisis de la que no ha salido ni saldrá en mucho tiempo. Otro ‘redentor’ que crucificó al pueblo que lo eligió.
Venezuela está hundida en un tremedal del que le costará salir. La casta gobernante reúne todos los defectos y males que puede poseer una clase política en el poder. Sin embargo, no será eligiendo a predestinados de la nobleza como lograremos escapar de la ciénaga. El lado positivo es que ‘Er Conde’ puede sacudir a los verdaderos políticos que competirán en las primarias.
@trinomarquezc