Síndrome del niño zarandeado, el maltrato infantil de los padres desesperados

Síndrome del niño zarandeado, el maltrato infantil de los padres desesperados

El llanto constante de los recién nacidos provoca que los progenitores acaben frustrándose

 

Gabriel C. B., un padre de 41 años, se quedó una noche al cuidado de su bebé de cuatro meses. El pequeño lloraba. El llanto era para él tan insoportable que acabó zarandeándolo y golpeándolo ante la desesperación de no poder dormirlo. Hoy, ese bebé ha cumplido un año, tiene una alta discapacidad y no ve por un ojo. Esta forma de maltrato supuesto está siendo hoy investigada en los juzgados y el padre se enfrenta a penas de hasta seis años de cárcel.

Por abc.es

Lo que se conoce como el síndrome del niño zarandeado no es nada nuevo. Los profesionales sanitarios lo conocen muy bien. Tanto que incluso el verano pasado, el Hospital Vall d’Hebron de Barcelona puso en marcha un programa para prevenirlo tras detectar un aumento del número de bebés atendidos a causa de un traumatismo craneal abusivo en los primeros seis meses, cuando atendieron un total de cinco casos. En los últimos once años, según datos del centro, han atendido 27 casos de niños con traumatismo craneal abusivo, con una media de dos/tres casos al año; por lo tanto, en la primera mitad de 2022 se había duplicado la media anual.

«Zarandear a los bebés no es la violencia física más frecuente que se ejerce contra los niños, pero sí la que causa más muertes y más secuelas», explica la doctora Anna Fàbregas, adjunta del Servicio de Pediatría y coordinadora del equipo EMMA-Unidad de Atención a las Violencias hacia la Infancia y la Adolescencia, del Vall d’Hebron. «Es un maltrato muy grave -continua-, hace falta que la población sea consciente del daño que puede provocar a sus hijos al zarandearlos».

La Asociación Española de Pediatría (AEP) informa a las familias de que nunca se debe zarandear a un niño, pues las sacudidas producen lesiones cerebrales en el bebé. No hay que olvidar que su cabeza «es mucho más grande respecto a su cuerpo (supone casi el 25% de su peso)». Si a ello se le suma que «los músculos del cuello son débiles» y, por tanto, incapaces de sujetar bien la cabeza y el cerebro, «más blando y con vasos sanguíneos más frágiles», el bebé es tan vulnerable que, al zarandearlo aunque sean solo cinco segundos, su cerebro se golpea contra las paredes del cráneo «produciendo inflamación o sangrado en el mismo y sus envolturas, sangrado en la retina (parte posterior del ojo) y lesiones en la médula espinal a nivel del cuello». Los daños, irreversibles, aumentan si el bebé acaba siendo golpeado contra el colchón de la cuna o el sofá. Y, por supuesto, puede llegar a morir.

El llanto constante e inconsolable de los recién nacidos provoca que los progenitores o los cuidadores acaben frustrándose que, al final, zarandean al niño creyendo poder calmarlo. «Los primeros meses de crianza pueden ser duros«, recuerda el doctor Cèsar Ruiz, jefe de Sección de Neonatología de Vall d’Hebron. La falta de descanso pasa factura. Por eso, el experto considera de vital importancia en estos casos «encontrar alternativas en el manejo de la rabia, el cansancio o la frustración y, si hace falta, pedir ayuda».

¿Cómo duermen los bebés?

Muchas de las claves del sueño infantil son analizadas por María Berrozpe, doctora en ciencias biológicas por la Universidad de Barcelona y máster en Investigación social de la comunicación científica por la Universidad internacional de Valencia (VIU), en su libro «La ciencia del sueño infantil». En él, explica cómo los neonatos no siguen el ritmo circadiano, a diferencia de los adultos, «y duermen a lo largo de las 24 horas del día durante periodos relativamente cortos que alternan con momentos despiertos en los que generalmente reclaman su alimento».

Desde su nacimiento hasta los 3 meses, los bebés suelen dormir entre 46 y 69 minutos. «Esto les permite -explica la experta- algo fundamental en esta etapa caracterizada por el rápido ritmo de crecimiento y la enorme vulnerabilidad frente a los peligros ambientales: despertarse frecuentemente para alimentarse y asegurarse la atención y protección del cuidador». A partir de esa edad, se produce una cierta maduración que se traduce incluso en más despertares.

A medida que pasan los meses, el pequeño empieza a adquirir el ritmo circadiano natural, es decir, comienza a dormir más hora spor la noche que de día. «A la vez su arquitectura del sueño va madurando: de dos fases (sueño activo y tranquilo) pasará a las 4 fases del sueño adulto (REM y NREM; la cual a su vez consta de 3 fases, I, II y III). Todo ello va ocurriendo los primeros dos años de vida, y se traduce con épocas de enorme inestabilidad en el sueño del bebé, lo que afecta a la calidad del sueño de sus cuidadores, (principalmente su madre), sobre todo cuando se pretende que el bebé duerma lejos de ella», explicaba Berrozpe en una entrevista con ABC.

«Un bebé vive en brazos», recuerda Nazareth Olivera, matrona, en su libro ‘Ser mamá’, quien recuerda que los bebés también se despiertan por la noche para «comprobar que siguen protegidos». Por eso, al igual que la doctora en ciencias biológicas, Oliveira recuerda que el colecho «es una norma biológica».

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