La tristeza cundió en el alma nacional. Las luchas de los educadores y de los trabajadores, del sector público, libradas durante todo lo que va del año, exigiendo salarios dignos, fue absolutamente desoída por la cúpula gobernante.
Maduro no fue capaz de preparar un plan que le permitiese anunciar una política medianamente aceptable.
Su presentación al país, el pasado 1 de mayo, constituyó una bofetada para los trabajadores activos y jubilados que guardaban la esperanza de una recuperación, aunque fuese leve, de su capacidad adquisitiva.
Al comparar la triste situación de los trabajadores con la opulenta vida de los jerarcas de la revolución la indignación crece exponencialmente.
Pareciera un plan deliberado de destrucción de la economía y de saqueo de las riquezas nacionales, así como de las finanzas públicas.
No hay otra forma de entenderlo.
Lo cierto es que el ajuste económico adelantado por Maduro es inédito en la historia de la economía contemporánea. No ha habido ningún gobierno, en el hemisferio occidental, que haya aplicado un plan de estrangulamiento de los ciudadanos, y muy especialmente de los trabajadores, como el que estamos experimentando los venezolanos.
Mientras la camarilla gobernante exhibe sin pudor una riqueza ofensiva, la inmensa mayoría carece de lo más elemental para vivir: alimentos y medicinas.
Hechos los anuncios de bonos y la no recuperación del salario, se procedió después a anunciar cambios en el valor de dichos bonos. Ello sólo demuestra la falta de seriedad y planificación de quien hoy dirige la hacienda pública nacional.
Se le pasaron los días y los meses y no hubo capacidad para organizar las finanzas públicas. Se percataron del inmenso desfalco de la banda delictiva establecida en PDVSA, cuando la calle denunciaba la miseria y exigía salarios, pero ni daban respuesta, ni ordenaban la casa, ni mucho menos se dispusieron a preparar una política efectiva para atender la dramática situación de los trabajadores, por lo menos para esa fecha emblemática del día del trabajador.
La economía es un tema que poco importa a Maduro. Para él lo fundamental es perpetuarse en el poder. Por eso ha permitido el saqueo de las riquezas nacionales. Por eso ha permitido que cada uno de esos personajes, integrantes de su camarilla, hagan con los recursos lo que se hizo en PDVSA.
Esa es la razón por la que he sostenido la necesidad de la salida de Maduro y su camarilla del poder.
Lo ideal sería que fuese ya. Que él asumiera su responsabilidad y llamará a construir un gobierno de emergencia. Que apelará a un ciudadano con capacidades para organizar el caos existente y con autoridad moral para armar un gobierno con personalidades capaces de atender la emergencia. Para ello, Maduro mismo, procedería a designarlo Vice Presidente, y acto seguido presentaría su renuncia de modo que opere el dispositivo constitucional previsto en el artículo 233 de nuestra carta fundamental.
De esa forma la nación venezolana podría aprovechar más de un año y medio, para iniciar el proceso de reestructuración necesario a los fines de reconstruir material y espiritualmente al país.
La inercia que hoy tenemos es definitivamente disolvente. Los efectos demoledores de la tragedia tocan la humanidad entera de nuestra sociedad. Tenemos un ambiente cargado de rabia, frustración y desesperanza.
Nuestra lucha está orientada a sostener la esperanza, a abrirle caminos al trabajo societario, pero la precariedad lo limita cada día.
Los ciudadanos apenas logran levantarse cada día para sobrevivir. El tiempo y el espíritu para pensar soluciones políticas o fórmulas alternativas no existe. La mayoría inmensa se encuentra en la base de la pirámide que con certera agudeza creó y describió el psicólogo estadounidense Abraham Maslow, en 1943, en su libro: “Una teoría sobre la motivación humana.”
En medio de esa realidad continuamos una lucha difícil y desafiante orientada al cambio cultural, pero fundamentalmente al cambio político. Él es fundamental para lograr salir de la anomia y de la pobreza que nos embarga.