La periodista Lucía Méndez, publicó a principios del 2023 un artículo titulado: “Vivir como si fuera lo que no es”, curiosa y breve radiografía de la apariencia en el actuar social. Conviene ahora destacar, lo referido en este aspecto a las distintas instancias del poder, es decir, lo atinente a la política, a los políticos, participantes de ese circo de carpas infinitas, presentes en este mundo falsario y embaucador.
La apariencia en la política, ha sustituido la razón, y el camino por el cual debe andar la dinámica de un Estado. Antes existían y se valoraban los datos cuantitativos. Hoy se esconden sospechosamente, y los gobernantes ofrecen cifras como si fueran verdad. Las antiguas instituciones como los Bancos Centrales, que investigaban la dinámica económica, hoy son caricaturas. Su misión es ocultar y falsear la realidad. Perversa fachada, una especie de tic-toc.
Igual sucede con el PIB, las cifras de empleo, la pobreza, en general todo es un invento o lleva una máscara encima del tamaño de una montaña. Obvio señalar excepciones, pero sobrarán dedos en el computo mundial.
La apariencia en la política, es crear expectativas para un gran anuncio que termina siendo nada. Discurso fuera de la lógica para avisar, por ejemplo, que el sueldo aumenta, pero no aumenta, que la gasolina y la luz volvieron, pero los automóviles están paralizados y la oscuridad es la reina del día y de la noche.
La apariencia en la política, ha entronizado las fake news, -paparruchas, bulos- construyendo en las redes olas desinformativas, para que pasemos todo el tiempo discutiendo sobre relatos engañosos que santifican una cúpula, presentando un juego de circunstancias en el poder, donde hay “muchos” buenos y “pocos” malos, cuentos de odio como trama central, de la viveza como bandera de actuación, partiendo del hecho que la verdad escondida es la mejor arma en el disparadero de las imposturas. Es común el discurso: imperialismo, fascismo, explotadores. Invariablemente sobre la única idea, bajo la orden de repetirlas hasta el cansancio y copiar a sus falseadores, distorsionadores, hipócritas. Maniqueistas, impostores, tramposos.
Desaparecen el valor de la verdad. No hay mejor puente hacia la mentira que proyectar insistentemente la duda, facilitada por los diversos mecanismos virtuales, conducidos sin ningún tipo de sentimiento humano. Sin ningún apego por la ética. La apariencia en la política, no considera si esta genera buenas acciones en la mayoría, irrespetando los derechos transversales de la ciudadanía.
El filósofo italiano Giorgio Agamben señaló: “la ley moderna siempre depende de un poder de decisión que está fuera de la ley”. Es una realidad contemporánea y basta con revisar la producción en serie de nuestro “Teathrum politicum”, que desconoce los límites al poder soberano, a la Constitución. Es una alteración, a decir de Rousseau, “de la transparencia natural que deberían conservar las sociedades”.
Hesíodo, poeta y filósofo griego, del siglo VII a.c, parece que analizara el hoy: “se saben decir muchas mentiras con apariencia de verdad”.
El caos se ha instalado, con el cinismo y la superchería, la incompetencia, el engaño. Sobre estos potros cabalga el mundo hacia el abismo del desánimo, perfecto mecanismo de control social.