Pocas afirmaciones pueden ser tan fácilmente verificadas empíricamente como, “La riqueza salva vidas”. Como señala el erudito economista y columnista Thomas Sowel: “Pocas cosas han salvado tantas vidas como el simple crecimiento de la riqueza.”
Por ejemplo, un poderoso terremoto puede matar a decenas de personas en California, pero matará a cientos en un país menos rico y a miles en una nación empobrecida del tercer mundo. La mayor riqueza de California es la que le permite construir mejores estructuras para resistir la fuerza del terremoto. Así como también es su mayor riqueza la que facilita durante un terremoto el traslado más rápido de los heridos a hospitales mejor equipados y con el personal médico más capacitado (Sowell).
La riqueza abre innumerables vías que contribuyen a salvar vidas. El hecho de que la riqueza salve vidas es una realidad innegable y patente para todos nosotros. Es por eso que es muy difícil entender por qué muchos en la izquierda política se oponen firmemente al crecimiento de la riqueza y odian tanto a los creadores de riquezas. Seamos claros, la defensa de políticas que inhiben el crecimiento económico implica aceptar la pérdida resultante de vidas humanas.
Este es un cálculo que nunca hacen los que defienden las regulaciones comerciales masivas, los impuestos y otras políticas que inhiben el crecimiento económico. Sin embargo, debemos insistir en que hagan el cálculo. Es simple: las poblaciones en los países más pobres tienen una vida más corta. Un aumento en el ingreso nacional salva vidas. Por el contrario, cualquier desaceleración en el crecimiento de la riqueza nacional cuesta vidas. El insólito remedio ofrecido por los progresistas consiste en demonizar la riqueza y a los que contribuyen a crearla.
Por lo general, esta demonización de la riqueza viene acompañada de argumentos a favor del igualitarismo. Los argumentos más refinados utilizan el “coeficiente Gini” para mostrar que el ingreso en los Estados Unidos se distribuye de manera menos equitativa que en el grupo comparable de países desarrollados. El coeficiente Gini pretende ser una medida para valorar la desigualdad de un país en la distribución del ingreso. Un coeficiente de Gini cero (0) expresa igualdad perfecta y un coeficiente unitario (1) expresa desigualdad máxima.
Una dificultad con el coeficiente Gini es la manera diferente con que cada país informa sobre los ingresos. Estados Unidos, a diferencia de muchos de sus países pares, no informa las transferencias que se hacen a los hogares de bajos ingresos. Es decir: Estados Unidos desestima el ingreso real de los hogares de bajos ingresos al no incluir en sus cálculos el Medicare, Medicaid y otros pagos. Cuando los datos se ajustan para tener en cuenta dichos programas gubernamentales, la distribución del ingreso de los Estados Unidos es comparable con la de sus pares.
Asimismo, los impuestos sobre los ingresos personales y las ganancias comerciales representan aproximadamente el 49 por ciento de todos los ingresos fiscales de los Estados Unidos. En la mayoría de los países desarrollados, el promedio de dichos impuestos es del 34 por ciento. Nuestro enfoque de los impuestos castiga a los productores de riqueza más que en otros países desarrollados, que dependen de métodos más universales.
Una nueva consideración en los cálculos de distribución de la riqueza es la de la distribución del “conocimiento” en la sociedad. Mediciones como el coeficiente de Gini capturan solo la riqueza material. Sin embargo, el conocimiento es tan importante como la riqueza material, o más, cuando se trata de salvar vidas. El conocimiento nos ayuda a vivir más saludables, no importa la desigualdad de ingresos, y el acceso al conocimiento se distribuye por igual en nuestra sociedad.
En los Estados Unidos, casi nadie está excluido del acceso a Internet y a la enorme cantidad de conocimiento disponible en línea. Según una encuesta, más del 87 por ciento de los hogares tienen una computadora y el 77 por ciento tiene internet de banda ancha. Lo más interesante es que más del 84 por ciento de los hogares de bajos ingresos ($ 25,000 a $ 49,999) tienen una computadora. Esto se compara con el 98 por ciento de los hogares ricos (ingresos superiores a $ 150,000) que tienen una computadora. Cuando se trata de la oportunidad de aprender, nunca hemos sido tan ricos e iguales como lo somos ahora.
Sin embargo, la satanización de la riqueza y de los productores de riqueza por parte de los liberales persiste y resiste a la realidad de que la riqueza salva vidas y que el acceso al conocimiento se distribuye de manera uniforme en nuestra sociedad. Parafraseando a Irving Kristol, los liberales han sido asaltados por la realidad, pero se niegan a presentar cargos.