León Sarcos: El poder de la música

León Sarcos: El poder de la música

Ni siquiera el amor tiene para mí el inmenso poder afrodisíaco y evocador de la música. En mi caso posee una química seductora que me eleva, me separa, me dispara y a la vez me une, me confirma y hace de mi un solo ser, razón y emoción, cuerpo y espíritu. 

Cuando Einstein habló de la música de Beethoven, nos dejó la bonita sensación de que se estuviera refiriendo a su primer gran amor: es tan hermosa y pura que puedo ver que ella es el reflejo de la belleza interior del universo.

La belleza de la armonía





Provoca una armonía consoladora que sublimiza los enigmas y los avatares dolorosos y solitarios de mi alma, y una melodía que despierta todos los ayeres y los enternece con las cadencias del viento y del agua, para darle a mis pares humanos presencia y vitalidad encendida de eros a la sangre que aun mana fresca de sus fragancias, sus caricias y sus besos. 

Ritmo grabado en cicatrices de la naturaleza y del tiempo desnudo, en las hojas que reverdecen con la primavera, en las gotas de rocío y en los espacios nublados que anuncian la lluvia y me recuerdan que Dios está aquí, a mi lado, sentado junto a la belleza.

En la música todos los sentimientos vuelven al estado puro, y el mundo no es sino música hecha realidad, como dijo el celebrado filósofo de la voluntad Arthur Schopenhauer, quien, en palabras de Jorge Luis Borges, acaso descifró el universo.

La vida es música

Desde el instante en que vi a mi madre desnuda y sudorosa después del parto, supe que Luciano Pavarotti cantaría un día para el mundo y para los dos ¡Oh Sole Mio! Cuando sentí El vals del minuto de Chopin en un concierto de piano, percibí que como lo tocaba mi amada solo lo llegaría a interpretar después de su creador, Arthur Rubinstein, el célebre pianista polaco. 

Con Tchaikovsky y El lago de los cisnes me ocurrió que viví estéticamente mi primera prematura muerte y escuchando a Edith Piaf, La vie en rose, jamás olvidaré las heridas, las lágrimas y las tristezas que dejó la guerra.

Handel me enseñaría que se puede satisfacer al gran público sin sacrificar la belleza y, con su Mesías, que los rituales más solemnes y hermosos de todas las religiones son los que practica el cristianismo católico. Son poemas oficiados con mística amorosa y cristalina pureza.

Puedo afirmar que mi vida es una sucesión de piezas musicales de múltiples géneros y bellas, adornadas e intensamente vividas canciones. El día que se haga un silencio que no sea para llorar o revivir, acunado en éxtasis, en los brazos de Orfeo, la música habrá cesado y entonces, habré muerto temporalmente.

Nació del caos imitando a la naturaleza 

En mi modesto hábitat humano, muy joven, llegué a la conclusión de que la música era hija del caos y que nació en su desesperación, en su extravío, como la primera asonada de luz en la búsqueda del amor, la belleza y la verdad. Imitaba a la naturaleza y nació una similar del espíritu. 

Íngrima, hizo posible la dulce melodía tejida en solitario por el suave murmullo del viento; las sublimes cuitas que contaba el agua cuando, dama invisible, se liaba a otras para dejarse correr y cantar. Y la sonora alianza del fuego con el viento al crepitar la madera seca, le daba ritmo a las pisadas iniciales de los hombres y mujeres que, al descubrirse emocionados, comenzaron a danzar y a reír sobre la tierra. No en vano el gran escritor Jean Paul Richter dijo, asertivamente, que la música es la poesía del viento. 

La vida está hecha de momentos estelares, de gracia, diversidad y desencuentros. A todos no les va bien durante buena parte de la vida. Unos resultan más agraciados y felices que otros. Sobre todo, si tienen y viven una infancia donde está presente la atención diligente y delicada y el amor y el buen juicio de los padres y los maestros. 

El folklore también tiene sus misterios

Aprendí muy rápido la belleza del folklore y no todo puede escucharse sin que algunas piezas, por inocuas y cursis y otras, carentes de sobriedad musical, nos molesten desde los inicios.

Es música que yo llamo para llevar. En autobús, en carro particular o en avión, como invitado de otras familias o de las manos de mis padres, aprendí a distinguir, en las vacaciones y siempre que podía, las piezas de calidad en las voces de Mario Suárez, las hermanas Chacín, Simón Díaz y sus inolvidables tonadas, Jesús Sevillano, la Rondalla Venezolana y a Francisco Mata y los Guaiqueríes, por solo citar algunos de los más emblemáticos cantantes y grupos de nuestra selecta cultura popular. 

De mi tierra natal, casi todas las composiciones del maestro Rafael Rincón González me lucen meritorias, especialmente las interpretadas por la gran voz del falconiano Tino Rodríguez. Las mejores gaitas solo en diciembre, preferiblemente las que mantengan los mejores perfiles de la tradición y sus instrumentos primarios.

Pero el gusto no se afina hasta que no nos educamos. Particularmente pienso que lectura y vocación estética al puro destajo van casi siempre de la mano. Sobre todo, si la curiosidad es acuciosa y si compites como los buenos cada vez que escuchas una idea que te seduce, te enamoras de una mujer integralmente bella, y te creas ti mismo, sobre tus potencialidades, expectativas que siempre viven saltando hacia adelante con garrocha. 

Virtuosos los mortales que conocen el universo (la universidad de calidad) y son hijos de la primavera democrática. En Venezuela y en la primera de las democracias modernas del mundo (Estados Unidos), los que nos hemos formado en buenas universidades y en la democracia aprovechamos el conocimiento, la verdad y la superación de la vida viniendo de abajo. El marxismo se sembró en una mala hora en este continente e hizo de esa ideología un camino errático y extraviado para buena parte de sus juventudes.

Cada generación tiene sus referentes

Cada generación es hija de un tiempo, de unas ideas, de una moda y una música. La nuestra fue una generación afortunada, hija de las reformas más trascendentes del siglo XX, que transformaron la democracia occidental, abrieron camino a los cambios de más alcance político, social y cultural y crearon el entorno para que fuéramos los jóvenes más felices y libres del planeta.       

Somos herederos simultáneos y dichosos de la música clásica –género donde abundan genios y tiempo para soñar–, de lo más emblemático del buen jazz: Duque Ellington, Dizzie Gillespie, Ella Fitzgerald y Louis Armstrong, durante la primera mitad del siglo pasado, y del mejor rock and roll y la música pop más elaborada y sentida de la segunda mitad del siglo XX. Laurence Durrel afirmó, no sin razón, que la música es el amor buscando palabras.  

Nace el rock and roll

Las primeras manifestaciones de rock and roll aparecerán a mediados de los cincuenta con Elvis Presley (El rey del rock), Chuck Berry, Little Richard y Buddy Holly, entre muchos otros. A finales de esa década aparece Ritchie Valens con la Bamba y los Teen Tops en México. 

El fenómeno musical que se iniciaría a principios de los 60 con la célebre banda de Liverpool, prendería con mucha fuerza en los Estados Unidos. La expansión de esa huella cultural crecerá en una segunda fase, para establecerse en el resto del continente y en todo el mundo en los distintos idiomas.

Esencialmente en la música, en la poesía y las costumbres, con la rebelión del 60 en los Estados Unidos, la juventud se hizo protagonista de la historia, al enfrentar el autoritarismo paterno y el del Estado. Se reencontró con su interior que vivía secuestrado por prejuicios. Vio a los negros y a las otras razas como sus hermanos. 

La mujer dejó de ser un utensilio de cocina más y un cuerpo solo de cama, para hacerse dueña y señora de una parte importante de su destino con las mismas atribuciones que los hombres. Eso sí fue una verdadera revolución, en el sentido cultural, como no lo ha sido ninguna en el mundo.

Una juventud rebelde e irreverente

Nacieron centenares de bandas, dúos y solistas, que solo a fuerza de poesía hicieron libremente música de calidad y escribieron canciones que deleitaban el cuerpo y el alma Todo era esperanza e innovación. Era una rebelión que encandilaba y dejaba en silencio y estupefactos a otra de post guerra que entregaba sus postas cansados también de batallar por la libertad. 

Entonces Jack Kerouac tuvo oportunidad de decir: la única verdad es la música. Y Oscar Wilde ya había confirmado: el arte de la música es el que más cerca se halla de las lágrimas y el recuerdo.

Cuando esto escribo no puedo dejar de transmitir la emoción que invadió mi ser cuando por primera vez escuché, interpretado por los Beatles, aquel canto esplendoroso de libertad que, aun clamando por ayuda (Help), emocionaba hasta la histeria a las adolescentes, las jóvenes y no tan jóvenes y a nosotros, varones en la edad de pantalones cortos, de arrebatado entusiasmo juvenil y necesidad de compañía, y aun empezando a vivir, llenos de nostalgia por un ayer (Yesterday) que aún no nos tocaba evocar.

Lo trascendente de toda la música que acompañó aquella rebelión era expresión de una sensibilidad que parecía acumulada y guardada para ser manifestada con una naturalidad juvenil que nos acercaba sin prejuicios, sin condicionamientos sociales, ni políticos ni religiosos.

Si hubo un momento en el siglo pasado en que como colectivo fuimos propensos para el enamoramiento espontáneo, tierno y con sentido estético, fue la década de los sesenta y también las dos que siguieron a aquella bella insurrección de rebeldía generacional.

Música, amor y poesía

Hoy amanecíamos enamorados de una manera sublime y mañana en el desayuno habíamos cambiado de parecer. Hoy las bandas escribían canciones de amor sencillas y tiernas, como Angie de los Rolling Stones, pero otras agrupaciones escribían algunas alucinadas, referidas a situaciones ininteligibles y amores de ficción, como Procol Harum, Con tu blanca palidez. 

Púrpura Profunda (Deep Purple) componía una melodía con una letra inolvidable, como Cuando un hombre ciego llora y otros, en una notable composición, reclamaban a la naturaleza, el por qué Nunca llueve al sur de California. O el Grupo Águila (Eagle) inmortalizaba en una noche de locura sicodelica Hotel California. Había para todos los gustos y era rock de calidad con arreglos superiores como Escaleras al cielo, de Led Zeppelin y más tarde, Bohemian  Rhapsody del Grupo Queen.

Muchos de los solistas aún sobreviven con el mismo ímpetu juvenil, y ahora con el título de Sir. ¿Quién puede olvidar las primeras canciones de Elton John: Adiós a los ladrillos amarillos del camino o Cuesta mucho decir lo siento ? Comparadas con algunas creaciones de otro tiempo como Nikita y Sacrificio, las primeras no parecen haber perdido nada de su atractivo musical.

Para Paul McCartney da la impresión de que el tiempo no transcurriera. Entre su Ob-La-Di Ob-La-Da o Yesterday, nada parece faltar de su brillo original, en sus melodías e interpretaciones en las famosas No más noches solitarias o Marfil y Ébano. Paul parece seguir siendo el mismo Beatle, ahora solista, que se niega envejecer a pesar de los 81 que lleva a cuestas.

En España, Miguel Ríos con su Himno a la Alegría, será uno de los pioneros del rock and roll de manufactura española, junto a Los Bravos, famosos en el mercado mundial por su éxito Black is Black. En Venezuela emergerán Los Impala, Los Dart, los 007, Los Claners y muchas otras bandas para cantarle al amor y venir a alegrar esperanzadoramente la nueva democracia.

Epílogo

Hay en algunas épocas de la historia experiencias, creaciones, alegrías y memorias que atesoramos con celo felino. No puede ser de otra forma. No creo en la frase que pregona que toda época pasada fue mejor. Pero pienso que la nuestra fue excepcional. Podemos discutir en cualquiera de las mejores universidades de occidente, oriente y del resto del mundo por qué la rebelión de los sesenta nos hizo más humanos, más nobles, más amorosos, más tiernos y más verdaderos.

¿Por qué esa rebelión nos creó un caparazón tan resistente a la ceguera tecnológica, a la violencia, a lo vacío, a los prejuicios, al sentimiento de culpa, al sometimiento ciego a la autoridad? ¿Por qué nos hicimos partidarios de la paz, de la defensa del ambiente, de la conservación de los recursos, de la solidaridad, del amor al prójimo, de la compasión y de la belleza interior? ¿Hay alguna fuerza política en el mundo que hoy promueva esos principios y a su vez los encarne con liderazgo?, pregunto. 

Cuando Bob Dylan en sus ultimas presentaciones ordena la recolección de los celulares en bolsas de seguridad selladas, asegura la majestad de sus conciertos. La gente siente que va a ver un gran artista que representa un tiempo perdido que algún día otras generaciones se encargaran de recuperar. Apenas asomado a la penumbra y en total silencio recrea en su mente a los 82, aquellos días y aun desea con toda su alma volver a ser como lo canto alguna vez: un Rolling Stone.

Creo que esa época tuvo en la música el mejor de los dispositivos para encender la parte más exuberante y creativa del alma humana. Las notas nacían espontaneas para mejorarnos en sensibilidad y sentimientos como seres humanos. Crecían y se expandían como semillas en el interior de cada uno, como si estuviéramos tocados por singulares hechizos, que hacían nacer flores donde ayer había espinas, y manantiales y verdes bosques donde ayer alucinamos de sed y de soledad. 

Amo la música de Nirvana, con especial distinción, pero tengo que mostrarme en desacuerdo con su talentoso solista, Kurt Cobain, fallecido prematuramente de forma trágica, cuando afirmó: Todos los escritores que he conocido preferirían ser músicos. Yo me atrevería, con todo respeto a su memoria, a mejorar la frase para decir: Siento que a todo buen escritor le hubiese gustado ser también un gran músico. 

León Sarcos, julio 2023