“Se pasó de la raya, con los prisioneros y con el personal de la prisión. Algunas personas de aquí están arrepentidas de lo que hicieron, pero él no. Por eso lo golpeé con la barra”, dijo Scarver, impasible, mientras la sangre seguía fresca en el piso del gimnasio de la prisión.
Por Infobae
La mañana del 28 de noviembre de 1994 hubo un extraño cambio de rutina en el Instituto Correccional de Columbia, en la ciudad de Portage. El primer hecho inhabitual fue que sacaran de su celda a Jeffrey Dahmer y lo llevaran a limpiar el gimnasio junto con otros dos presos, Christopher Scarver, un esquizofrénico, y Jesse Anderson, culpable de asesinar a su esposa. El segundo, que lo dejaran solo con ellos, porque los guardias que debían vigilarlos se esfumaron.
Era una ley no escrita que nunca había que dejar a Dahmer solo con otros presos. Desde que había llegado a la cárcel, dos años antes, el Carnicero de Milwaukee -como se lo llamaba- había pasado los primeros meses en un estricto aislamiento, hasta que protestó porque se sentía solo y pidió que le dejaran compartir algunas actividades con la población del penal. Se lo permitieron, pero siempre con un guardia que no le sacaba los ojos de encima.
No temían por la peligrosidad de Dahmer, condenado a 15 cadenas perpetuas por el asesinato de 17 jóvenes para violarlos después de muertos y, a veces, comer alguna parte de sus cuerpos. En por lo menos dos ocasiones intentó otra cosa: transformarlas en zombies para mantenerlas con él. Para eso, luego de emborracharlas o drogarlas, cuando estaban inconscientes, les inyectó ácido o agua hirviendo en el cerebro. No le resultó.
El problema era que se hacía odiar contando sus crímenes hasta llevar a los demás al borde del vómito y haciendo bromas sobre su canibalismo. Lo que más le gustaba era dar formas de partes de cuerpos -una mano, un brazo, una pierna- a la comida de su plato y después rociarlas con kétchup diciendo que era sangre y que así era como se los comía. También se burlaba, sin hacer distinciones entre presos y guardias, diciendo que no se descuidaran porque los iba a morder. En la pared de su celda tenía pegado un póster que decía “Caníbales Anónimos”.
Unos meses antes, un preso del que se burlaba constantemente había intentado degollar a Dahmer en el baño, pero sólo alcanzó a hacerle una herida leve en el cuello. Después de eso, las autoridades de la prisión habían pedido una vez más que lo trasladaran a un instituto psiquiátrico, pero el juez se había negado.
Sangre en el gimnasio
Por eso resultó extraño que esa mañana lo dejaran solo con los otros dos presos en el gimnasio, sin grilletes para que pudieran limpiarlo con más comodidad.
La sucesión de lo que ocurrió se conoce por la declaración de Christopher Scarver, que no solo lo relató en el interrogatorio de las autoridades de la cárcel y en el juicio al que fue sometido sino también en una entrevista con The New York Post.
“Estaba llenando un balde con agua cuando alguien me golpeó en la espalda. Me di vuelta y vi que Dahmer y Jesse se reían en voz baja. Los miré a los ojos y no pude darme cuenta de quien lo había hecho”, contó.
Los tres hombres se separaron y Scarver siguió a Dahmer hasta uno de los vestuarios. Antes, agarró una pesa de metal y se la metió en el bolsillo. “Le pregunté porqué se había burlado de mí y quiso escaparse corriendo hasta la puerta pero lo bloqueé. Le di con la barra (la pesa) en la cabeza y terminó muerto”, le dijo Scarver al periodista.
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