En su exilio europeo, el anciano general argentino se divertía con la demostración que le había enseñado a su perro y con la que deleitaba a sus visitantes. San Martín fingía someter al animal a un consejo de guerra, del que invariablemente terminaba culpable.
Adrián Pignatelli // INFOBAE
Entonces el can debía enfrentar un pelotón de fusilamiento. El bastón de San Martín era usado como fusil y ante el sonido del disparo, el perro se desplomaba muerto.
El perro de San Martín
Por la ocurrencia de su dueño, el animal se llamaba Guayaquil y se lo habían regalado cuando abandonó esa ciudad, luego de sus encuentros sin testigos con Simón Bolívar y que determinaron su alejamiento, para siempre, de la escena política y bélica americana.
Bolívar había derrotado a los españoles en Carabobo el 24 de junio de 1821, determinando la liberación de Venezuela y continuó su campaña por el sur de Colombia. Como Antonio José de Sucre, su general y amigo, necesitaba refuerzos de tropas veteranas para encarar lo que quedaba de la campaña, acudió a la ayuda de José de San Martín, que le mandó 1.300 hombres a las órdenes de Andrés Santa Cruz.
Luego vino la hazaña de Juan Lavalle en Río Bamba, donde 96 granaderos pusieron en fuga a 420 enemigos. Luego, el 24 de mayo de 1822 se produjo el combate al pie del volcán Pichincha y Quito fue incorporado a la República de Colombia. Había que continuar la guerra un poco más al sur, donde parte del territorio peruano aún estaba en poder de los realistas.
San Martín estaba convencido de que uniendo fuerzas con Bolívar terminarían derrotando mucho más rápido a los españoles y evitar el desgaste de una guerra prolongada.
El 25 de julio de 1822 se embarcó en la goleta Macedonia para entrevistarse con el venezolano. Iba acompañado por sus ayudantes de campo y por una escolta de 25 húsares.
El argentino llevaba las de perder: de Chile poca ayuda podía esperar porque la posición de su amigo O’Higgins no era la mejor; sabía que tenía en contra a la dirigencia porteña por lo que ninguna ayuda vendría de Buenos Aires, más aún cuando se había negado a bajar para luchar contra los caudillos del interior.
Solo, no podría vencer a las fuerzas realistas. Unirse a Bolívar era la solución, lo que no era descabellado. En más de una oportunidad aquel había hecho ofrecimientos en ese sentido.
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