José Daniel Montenegro: Donde crece el socialismo muere la libertad

José Daniel Montenegro: Donde crece el socialismo muere la libertad

La idea de la libertad cuenta tanto con un gran número de vehementes partidarios, como también de obstinados adversarios. Hay hombres que llevan la libertad tan arraigada en su ser, que consideran cuando menos “poco reflexivos” al que llegue a negar un hecho tan evidente como la libertad, entendiendo de manera tal que, dentro de los límites de sus derechos naturales, ningún ser humano debería ser coaccionado en nombre de un “bien común” que lo excluye a él mismo y que, en los hechos, termina siendo común solo a una muy reducida elite gobernante. 

   Se le atribuye a George Orwell la muy difundida frase “La historia la escriben los vencedores” y debe uno suponer que se refería con ello, a un contexto muy puntual derivado de acciones bélicas, donde los vencedores emiten un juicio parcializado siempre a su favor, claro está, pero que no necesariamente se corresponde con la verdad, sino que contiene quizá retazos de ella mezclados con falsedades convenientes.

   Tal razonamiento orwelliano si se usa en un contexto general, mina la credibilidad de todo cuanto sea historia o en su defecto, apela a la duda razonable. Se trata de una exquisita como necesaria posición de escepticismo y de un ingrediente fundamental del criterio objetivo, del método científico, pero abusar de tan elocuente declaración nos introduce en una deshonestidad intelectual que suele pasar desapercibida: solo una minúscula porción de la historia se circunscribe a hechos bélicos, por lo que no faltaré a la verdad si afirmo que el grueso de la historia humana se escribe diariamente, al punto de que no debería limitarse a un asunto entre vencedores y vencidos, pero si de belicismo se trata, escribir la historia no siempre corresponde a los vencedores, sino también a las victimas que lograron sobrevivir. 





   Si debemos creer a los socialistas sus románticas profecías sobre el advenimiento inevitable del paraíso terrenal que siempre en el futuro generarán sus ideas, ese lugar atemporal y majestuoso donde todos nos abrazaremos y celebraremos a la humanidad sin distingo y sin luchas de clases ¿Qué decir sobre los millones de víctimas que en el pasado, por las mismas ideas han conocido cada circulo del infierno de Dante pero en la Tierra? y si debemos suponer que sus genocidios del pasado son falsedades de la historia tergiversadas por los vencedores ¿Por qué deberíamos darle mayor crédito a sus profecías y negar las dramáticas calamidades sociales que vienen ocurriendo en Cuba y Venezuela de las cuales somos testigos y protagonistas?

   Los socialistas han asumido como tesis fundamental de sus doctrinas la crítica de la organización social basada en la individualidad y los derechos de propiedad. No se ignora que han obrado con una evidente y grotesca falta de habilidad y desconocimiento de las interacciones mas importantes del aparato económico, y no han mostrado comprensión alguna de la función que cumplen los diferentes órganos de un orden social que se basa en la propiedad privada de los medios de producción.

   Las proposiciones fundamentales del marxismo no son ni complejas ni contradictorias, sino de una gran claridad y sencillez. Son además muy consistentes.  Los intelectuales socialistas, esos bohemios de “la izquierda caviar”, llevados por la inconmensurable arrogancia que los caracteriza, han complicado algo que es en extremo claro, simple y que, de no serlo, no podría haber gozado de esa penetración ideológica venenosa que genera un éxito tal, que es posible ser socialista, marxista radical sin haber leído nunca siquiera el más elemental panfleto sobre Carl Marx, machismo menos el voluminoso y tedioso libro “El Capital”. El socialismo puede resumirse en una sola idea, en una frase: La abolición de la propiedad privada.

   La evidente desvinculación de la teoría socialista con los hechos, con las verdades de la historia (la historia de sus victimas y no la historia de los vencedores) se ha impulsado por la razón de convertir al marxismo, allí donde se aplica, en religión de Estado, primero en la Rusia de los bolcheviques en 1.917 y luego todos los países que han seguido tan lamentable y trágico ejemplo.

   Son conocidas y hoy, mundialmente admitidas las consecuencias de tal intento de poner en práctica el marxismo como guía para el gobierno de la sociedad. Las ideas socialistas, han sido puestas ejercidas por hombres absolutamente excepcionales (para el mal) como Stalin, Mao Tse Tung, Pol Pot, Salvador Allende, Fidel Castro, Hugo Chávez y muchos otros en diferentes países, diferentes contextos históricos, pero en todos los casos con resultados igualmente deplorables en diferentes niveles de precariedad que van desde el genocidio, la tortura, los desplazados, el hambre, los campos de concentración, la persecución política, la encarcelación masiva por motivos de opiniones divergentes, la corrupción altamente abusiva y descarada, la ruina económica y moral de las sociedades que les han albergado.

   El socialismo sitúa todas las acciones virtuosas en El Estado, es decir, en “el gobierno” en nombre “del pueblo y para el pueblo”, pero debemos aclarar ciertas cosas: en la realidad, no existe el pueblo como un organismo homogéneo, monolítico, hecho de una sola pieza, que piensa, percibe, actúa y desea de manera idéntica. Lo que existimos somos los individuos, seres pensantes con libre albedrio y con un sinfín de diferencias sobre nuestras particulares concepciones de percibir el mundo y la vida en sociedad. Cuando los padres fundadores de EEUU hablaron de “el pueblo” se referían a una sumatoria de individuos cada uno de los cuales conserva la garantía inviolable de sus derechos individuales.

   Por otro lado, tampoco existe el gobierno como un ente mágico, supra humano, sobre natural, dotado de infinitos recursos e igual infinita sabiduría que dirige toda su atención con amor maternal hacia sus gobernados para protegerlos de las calamidades sociales que les aquejan. Lo que realmente existen son individuos que se agrupan en partidos políticos y al llegar al poder, asumen poderes gubernamentales, pero son individuos como usted y como yo, no son seres especiales en ningún sentido más que en la proporción del poder que se les otorga. Podríamos decir entonces que “el gobierno” no es más que un reducido grupo de individuos comunes con poderes especiales, que mientras mayor sea ese poder, menor será la capacidad ciudadana para contrarrestarlos, comenzando a creer realmente los gobernantes que están destinados por la providencia para experimentar a sus anchas con la vida de millones de seres humanos bajo su resguardo.

   Al abrigo de estas ideas llenas de insensatez han crecido las defectuosas sociedades latinoamericanas y, actualmente en mayor medida, la venezolana. Se ignora aún en el siglo XXI que el gobierno fue establecido para defender a los miembros de la sociedad de los delincuentes y a su vez, la Constitución ha sido escrita como un contrato par proteger al hombre de su gobierno.

   Razonablemente, no es función de ninguna administración gubernamental someternos, amenazarnos, encarcelarnos o asesinarnos por exigir nuestros derechos individuales y por resistirnos a que se organicen nuestras vidas según los deseos caprichosos de un grupo de individuos que se supone han asumido poderes para servirnos en nuestros derechos no para pisotear nuestra dignidad.

   “Si un hombre inocente y honesto esta obligado a no abrir la boca y abandonar todo lo que tiene, simplemente para no romper la paz, y tiene que ceder ante quien pone violentamente las manos sobre él, yo pediría que se considerase qué clase de paz habría en este mundo: una paz que consistiría en la violencia y en la rapiña, y que habría de mantenerse para beneficio exclusivo de ladrones y opresores” 

John Locke (Segundo tratado sobre el Gobierno Civil, XIX)

   ¿Por qué hemos decidido vivir en sociedad? ¿Por qué nos entregamos a una serie de normas y a renunciamos regirnos únicamente por nuestra propia voluntad?, la respuesta de Locke puede parecer paradójica: para ser libres.

   La libertad y especialmente, la libertad política, no consiste desde luego en hacer lo que cada cual le apetezca, pero tampoco implica estar sometido a un poder absoluto y arbitrario. Si queremos de gozar de una libertad real, esto es, de una libertad limitada pero efectiva, debemos ceder parte de los privilegios que tendríamos al vivir aislados y por nuestra voluntad. 

   De los derechos naturales de los que deberíamos gozar todos los seres humanos sin excepción (que básicamente son el derecho a la vida, la libertad y la posesión de bienes) se derivan los preceptos morales como no matar, no robar o no violar. Como en su concepción marxista, el socialismo puede resumirse en la abolición de la propiedad privada, bien sea de forma total, parcial o discrecional, entra necesaria e ineludiblemente en conflicto con los derechos naturales, pues nadie puede ser despojado de sus propiedades sino a través de la fuerza y la coacción indistintamente si se trata de la fuerza bruta o a través de la institucionalización del robo a través de leyes injustas, ante las cuales con el solo hecho de ofrecer resistencia, ya la victima pasa  ser un delincuente y el ladrón se convierte legalmente en víctima.

   Todo gobierno surge de un pacto o contrato revocable entre individuos, con el propósito de proteger la vida, la libertad y la propiedad de las personas, teniendo los signatarios el derecho a retirar su confianza al gobernante y rebelarse cuando éste no cumple con su función, esto es, que los gobiernos se instituyen para servir a los ciudadanos y no lo ciudadanos para servir a los gobiernos.

   La libertad consiste en que cada uno pueda disponer y ordenar, según le plazca, su persona, acciones, posesiones y su propiedad toda, y además que nadie pueda verse sometido a la arbitraria voluntad de otro. La ley natural nos enseña a todos que, al ser iguales e independientes, nadie puede perjudicar a otro en su vida, libertad, salud o posesiones. La libertad natural del hombre consiste en su superioridad frente a cualquier poder terrenal, ya que al estar dotado con facultades iguales no cabe suponer ningún tipo de subordinación.

   La única revolución permanente emerge de la libertad. Es allí donde los individuos crean nuevos métodos, prolifera el arte, la literatura, el ingenio humano en todo su esplendor, las ciencias dan pasos agigantados, el comercio florece, el trabajo engrandece, la justicia dignifica, es decir, la humana avanza y se renueva constantemente ¿revoluciones comunistas? Un atajo de asesinos y déspotas que devuelven a su estado primitivo y ahí permanecen estáticas y desoladas a través del tiempo.

Ing. José Daniel Montenegro Vidal