Cuando iniciábamos la escritura del artículo sobre el nuevo militarismo en Venezuela, leímos al artículo de Ramón Escobar León intitulado “La quiebra del Sistema Político 1958-1999”, en el cual se refiere al libro La Quiebra del modelo político, auge y decadencia de los partidos 1958-1998, presentado en visión virtual de la Academia de las Ciencias Políticas y Sociales el martes 1 de este mes de agosto por el aspirante a doctor Gustavo Velásquez Betancourt, en el que según él se pregunta ¿Cuáles fueron las causas del quiebre del sistema político que se inicia en 1958 y culmina en 1998? Y ¿Cómo se explica que un modelo prestigioso haya sucumbido ante los demonios que siempre la acechan?
Obviamente, nos pareció interesante el tema, cuando comenta el eje argumentativo que ofrece el ponente Velázquez, al “…ubicar la razón del quiebre del sistema político que nació luego de la caída de Marcos Pérez Jiménez y que culminó su periplo en 1998, con el regreso del militarismo al poder”. Según el autor, “…la causa fundamental fue el cese del debate ideológico y la falta de propuestas políticas derivadas de esos debates”. Indica, que: “…Los partidos dejaron de debatir las ideas y se convirtieron en maquinarias pragmáticas para conquistar el poder…”. Son muchas más las consideraciones, las cuales obviaremos, para disentir solo de lo referido a “el regreso del militarismo al poder”, ya que hemos expuesto en muchos de nuestros escritos, como surge en Venezuela el militarismo en el poder, considerando como militarismo el gobierno por los militares; no el gobierno por un militar.
Recordamos, que desde 1830, al nacer el Estado venezolano la Constituyente de Valencia designó al general Páez presidente del naciente Estado, quien, a finales de ese mismo año, al ser aprobada la Primera Constitución, fue electo Presidente de la República separada de la Gran Colombia. Su habilidad, lo hizo rodearse de los hombres más capaces de la época: civiles y militares, esforzándose en mantener el control del gobierno, amparado en su prestigio, ganado en Carabobo y en la Campaña de los Llanos. Pacíficamente, se transformó en el árbitro de la vida venezolana y dio vigencia a instituciones que no existían.
Tal vez, sin quererlo, con Páez en la Presidencia y luego con las candidaturas de Santiago Mariño y Soublette al término de su mandato, se quiso entronizar en la naciente República, el Poder Militar en el gobierno. De allí, que para limitar el papel predominante de los gobernantes militares, en 1834, es elegido un civil, el Dr. José María Vargas, quien postulado por civiles que se había opuesto al centralismo de Bolívar y patrocinaron la separación de la Gran Colombia, compitió en las elecciones con los generales Santiago Mariño y Carlos Soublette.
Pero tan pronto Vargas asume el poder, se reaviva la pugna entre civiles y militares, impulsada por los jefes militares de la independencia, quienes querían mantener su predominio en el mando de la República. Era el aparente pensar, de que los únicos venezolanos con derecho a gobernar eran los que habían empuñado las armas y combatido en la lucha independentista, para ellos, los demás, no tenían los mismos derechos. De hecho, este pensar marca el inicio de la antidemocracia y de la cultura de los golpes de Estado.
Hoy pareciera una paradoja atacar al militarismo, cuando muchos claman por una intervención militar para acabar con este desastre en que vivimos. Mayor incoherencia, cuando algunos de los aclamadores, piden la intervención extranjera sea como fuere, intentada por fuerzas militares en una coalición o con fuerza integrada por militares autóctonos en el exilio.
Estamos de acuerdo y coincidimos con el escrito en comento, cuando dice, que: “…Las desventuras de la democracia venezolana no pueden ser cargadas íntegramente a los errores de los partidos políticos, pero no cabe duda la responsabilidad que tiene en este proceso de descomposición de un proceso político que Rómulo Betancourt, Jóvito Villalba, y Rafael Caldera, manejaron con sentido político, altura intelectual y decencia. Ellos conciben y suscriben el Pacto de Puntofijo,..”. Igualmente, compartimos criterios, cuando dice que: “…Además de la falta de debate ideológico concurrieron otros factores en la fractura del modelo político… La corrupción, el clientelismo, la politización de la justicia, los desaciertos en materia económica y los errores en el manejo de los delicados asuntos militares…”, pero no compartimos el criterio del articulista, cuando menciona el estudio del profesor Hernán Castillo (Militares, control civil y pretorianismo en Venezuela), donde según él, “…demuestra la manera equivocada cómo se condujo la política militar durante la democracia…”, considerando como punto determinante fue el año 1973, cuando se aprueba en la Academia Militar el programa Andrés Bello. Ese plan incluye el elemento ideológico en los pensum de estudios.”; al contrario, fue ésta una de las primeras manifestaciones de la elevación del nivel educativo del militar profesional.
Sobre esta consideración pudiéramos decir, que no hubo en la intelectualidad militar ninguna desviación política; el militar aceptó su incapacidad para participar en política, tal como lo contemplaba el artículo 4 de la LOFAN, que era la que también excluía al militar activo en el ejercicio del voto. En ese entonces, todo militar tenía clara la disposición que le prohibía su participación en política, y solo de manera subterfugiada algunos mediocres usaban a líderes del partido de gobierno para lograr su ascenso cuando no tenían mérito. Mencionar a Chávez como ejemplo de militarismo es olvidar que él no prosperó en su intento “revolucionario”, precisamente por el apoliticismo de las Fuerzas Armadas que lo derrotaron. Tuvieron que aceptarlo como comandante en jefe, cuando el pueblo, que nunca se equivoca lo llevó a la presidencia.
Refiere el artículo en comento, supuestas palabras del presidente Carlos Andrés Pérez: “Creíamos que la educación militar iba por los caminos democráticos porque supervisábamos desde afuera la Academia militar y no desde adentro (…) La educación militar no respondió a los objetivos de la democracia a pesar de todo el esfuerzo que se hizo”.
Nosotros, quienes tuvimos el honor de programar e impulsar la educación militar en el lapso democrático entre los años de 1958 hasta el inicio de la década de los 90’, cuando comienza el desfase originado por el “chavismo”, podemos dar fe de que la educación militar se civilizó para igualarla en nivel cultural con la educación superior del país; prueba de ello fue el programas iniciado, de comisionar profesionales militares en tareas de la Administración Pública, cuando no existían en la sociedad civiles con suficiente preparación para estos cargos o cuando su cantidad y capacidad era deficiente. Esta nivelación educativa surgió cuando incluimos el nivel educativo en las reformas de la LOFAN en 1978 y 1983, lo que obligó a revisar y adecuar también el nivel educativo de la tropa, surgiendo la tropa profesional. No podemos olvidar que en la década de los 70’ se instituyó el requerimiento de título de bachiller para el ingreso a los institutos militar, cuya integración de fuerzas se había iniciado en 1954 con la creación de la Escuela Básica de las Fuerzas Armadas.
Dice el articulista, que “…las universidades deben crear líneas de investigación sobre los estudios militares para promover una cultura intelectual que permita entender y defender el rol democrático que se espera del sector castrense…”. Sobre este tema hemos de decir, que desde el inicio de la democracia, inclusive antes, han sido muchos los profesionales militares que hemos llevado nuestros conocimientos catedráticos a la Universidad, contradiciendo, inclusive a destacados profesionales, como ocurre en la disciplina de El Derecho y la Justicia Militar en Venezuela, y creamos e impulsamos las cátedras de las modernas disciplinas militares en los institutos de formación de oficiales e inclusive de tropa; lo que si ha faltado es que la Universidad haya incluido en sus cátedras la “Educación para la Paz” como lo propuso la OEA, y así evitar que se militarice la civilidad por su ignorancia de no saber quiénes son y para qué son los militares.
Lo que sí es grave en el status de la política de hoy, es el resurgimiento de la lucha entre civiles y militares que comenzó después del inicio de la República, pero ya no impulsada por los jefes militares, sino por los seudo intelectuales que desde 1992 se montaron en la hegemónica política de guerra del chavismo, que a su vez hizo surgir el antimilitarismo que hoy se quiere empoderar del opositor, creando una peligrosa disyuntiva, que quiere fundarse en la nueva anti política y la abstención electoral y como única solución la intervención militar.
“El control civil sí es posible, pero requiere de unidad y estudio por parte del liderazgo que cree en los valores que inspiraron el nacimiento de nuestra república…”