(Patrick Henry 1736-1799)
Patrick Henry fue una figura prominente en la Revolución estadounidense y recordado principalmente por su discurso “Give me liberty or give me death” (“dadme la libertad o dadme la muerte“). Junto a Samuel Adams y Thomas Paine fue uno de los más influyentes (y radicales) defensores de la Revolución americana y del republicanismo, especialmente en su defensa de los derechos del hombre.
Aquí las ultimas líneas de su trascendental proclama:
“… ¿Qué es lo que los hombres desean? ¿Qué es lo que quieren conseguir? ¿Es la vida tan preciada, o la paz tan dulce, como para ser comprada al precio de las cadenas y de la esclavitud? ¡Impídelo, oh Dios Todopoderoso! Ignoro cual es la decisión que otros vayan a tomar, pero, en lo que a mí respecta, ¡dadme la libertad o dadme la muerte!”
Su discurso completo puede ser fielmente extrapolado a cualquier individuo, a cualquier sociedad donde reine la tiranía, porque los sentimientos que abordó no pertenecen a una época ni a un país en particular, sino a una condición general que se repite en la humanidad con más frecuencia de la que al menos yo, quisiera: la tiranía sobre la libertad.
¿Acaso todos los siglos se han parecido al que vivimos actualmente en Venezuela? El hombre acaso ha tenido siempre ante sus ojos, un mundo donde se elevan templos a los vicios y se cavan calabozos a la virtud, dado que la virtud carece de genio y el genio carece de honor; donde el amor al genio se confunde con la devoción a los tiranos y el culto sagrado a la libertad con el desprecio sagrado a las leyes y las leyes a su vez se confunden con la justicia?
La maravillosa frase de Patrick Henry encierra en si misma una nobleza heroica difícil de igualar: no amenaza, no transgrede, ni siquiera apela al ataque al abrigo de la legitima defensa, solo declara a viva voz, la convicción de un espíritu elevado, de la consciencia sublime característica en aquellos hombres en cuyo pecho arde el fuego de la libertad como valor supremo y como derecho natural inalienable: “Si no me permites ser libre entonces mátame” quizá lo solicita como un gesto de compasión mínimo que se deben los adversarios, o incluso los enemigos, cuando un mínimo de honor les une en sus diferencias irreconciliables. Su conclusión es clara: Prefiero morir que vivir oprimido bajo una tiranía.
En contraposición a lo antes expuesto, durante mucho tiempo, desde la clase gobernante, a los venezolanos se nos repitió hasta el hastío una frase contundente, superficialmente romántica y profundamente amenazante: “Patria, socialismo o muerte”. Valiéndose de una altísima dosis de deshonestidad intelectual y de fingida inocencia e ingenuidad, algunos defensores de la tiranía venezolana podrían afirmar que se referían al hecho de que estaban dispuestos a morir por “el muy noble ideal socialista” pasando por alto que nadie planteó sus muertes en caso de fallar. Los hechos se encargaron de demostrar de manera diáfana y descaradamente confesa en ausencia total de vergüenza por la clase dirigente, que tal frase siempre significó que estaban dispuestos (en el mejor de los casos) a matar, sino también que, a encarcelar, torturar, levantar cargos falsos, amedrentar a todo aquel que esgrimiera estar en desacuerdo con el sistema socialista.
Hace unos años, específicamente el 13 de diciembre de 2007, las autoridades de la Universidad de Los Andes (de la cual soy orgullosamente egresado) se trasladaron hacia la Nunciatura Apostólica en Caracas para efectuar el acto de grado del entonces dirigente estudiantil y perseguido político Nixon Moreno, que en ese entonces se encontraba asilado en dicho recinto. También nos trasladamos hacia allí un grupo de estudiantes y dirigentes estudiantiles entre los cuales estaban Carlos Paparoni (actualmente en el exilio), Liliana Guerrero, Gaby Arellano, Aimara Rivas, Lawrence Castro entre muchos otros.
A las puertas de la Nunciatura, se encontraban unos pocos jóvenes del canal Oficialista Ávila TV, que, bajo la excusa de cubrir la noticia, estaban más bien provocando material polémico para enviarlo al nefasto comunicador de calumnias, eminente destructor impune Mario Silva del programa “La Hojilla”.
Recuerdo bien, en algún momento un joven más o menos amable de nombre Merwil Millán, que fungía como “periodista” de Ávila TV, me entrevistó y durante el diálogo (que fue de unos 10 minutos) abordamos varios temas, entre ellos el lema “Patria, socialismo o muerte”. Le confronté y le hice saber que en tal declaración la palabra “muerte” era visiblemente una amenaza de atentar contra la vida de quienes no compartíamos su ideología, porque la otra opción, ya que nosotros jamás habíamos declarado tener intenciones de atentar contra sus vidas, era que preferían suicidarse si fallaban, lo cual era inverosímil, tomando en cuenta además que casi diariamente el presidente Chávez nos recordaba que ellos eran “una revolución pacífica, pero armada”. ¿Armada contra quién o para qué?
El señor Mario Silva, en una de sus habituales actitudes de engaño y falsedad, editó la entrevista y a través de su programa La Hojilla, transmitió un pequeño fragmento, que sacado de contexto, daba la impresión que yo les invitaba a suicidarse, aprovechando de acusarnos a Carlos Paparoni y a mí de terroristas, asesinos, apátridas, enemigos de la patria, pitiyankees y enemigos del socialismo y de la revolución (quizá solo en esto último dijo la verdad, y no porque fuésemos “enemigos” de la revolución, sino que estábamos en total desacuerdo y estarlo, no era ni es un delito).
Tal calumnia televisada, nos dejó a Paparoni y a mí, a merced del odio de los muchísimos oficialistas fanáticos, particularmente los del Estado Mérida, de quienes recibimos en varias ocasiones golpes, palizas, amenazas de muerte, hasta disparos que a Dios gracias no dieron en el blanco.
Desde entonces, hasta nuestros días, han sido muchos los abusos cometidos (a la vista del mundo entero) por parte de la elite gobernante en Venezuela contra los ciudadanos de bien, quienes somos catalogados de “enemigos” y pasamos a ser una especie de “sub humanos” en nuestro propio país. Se cumple efectivamente la frase de Voltaire “Es peligroso tener razón cuando el gobierno está equivocado”.
La gran superstición política del pasado fue el derecho divino de los reyes. La gran superstición política del presente venezolano es el derecho divino de los gobernantes socialistas. Los santos óleos parecen haber pasado inadvertidamente de la cabeza del rey a la cabeza del presidente, santificándolo a él, sus ministros y sus colaboradores, antes los cuales los ciudadanos venimos a ser poco menos accesorios secundarios necesarios para la existencia de los poderes gubernamentales y totalmente sometidos a sus caprichos.
No obstante, por absurda que consideremos la más antigua de estas creencias, debemos admitir que fue más consecuente que la actual. Si retrocedemos al tiempo en el que se consideraba al rey como a un dios, o el enviado por sus designios como representante divino, se comprende que se le obedeciera a pie juntillas y sus deseos, fueran aceptados pasivamente como leyes.
Pero en la actualidad, para las creencias modernas, incluso en Venezuela, no existe la premisa de la divinidad gubernamental. No pretendiendo tener un origen ni una misión divina, los gobernantes no pueden ofrecernos una justificación sobrenatural, sin embargo, en nuestro caso, se han dotado a si mismos de poderes ilimitados y autoridad por todo cuanto exista en nuestro país. Por otra parte, no han intentado nunca una justificación natural para sus poderes, peor aún, con total descaro, afirman públicamente no tenerlos, al ser solo unos nobles funcionarios al servicio del país (dicho sea de paso, de un país que muere en la desidia moral, ética y la hambruna generalizada).
Es curioso como muchos individuos continúan sosteniendo doctrinas que han rechazado en teoría, conservando su esencia después de haber abandonado la forma. Arrojan la cáscara y conservan el contenido.
La doctrina, tácitamente aceptada en las naciones con profundo atraso político (como Venezuela) de que la autoridad gubernamental es y debe ser ilimitada, se remonta a los tiempos en los que se suponía que el rey era un delegado de Dios, persiste todavía, aunque su premisa fundamental haya desaparecido, y más extraño aun es que tal pensamiento haya renacido en los hechos, precisamente en el país donde comenzó la independencia de las colonias españolas en América.
¡Oh, una ley gubernamental todo lo puede! es la respuesta que un adepto a la tiranía da al ciudadano si discute la legitimidad de alguna interferencia del Estado. No se le ocurre al él mismo preguntarse cómo, cuándo y dónde ha nacido esta pretendida omnipotencia.
Es evidente que, si no existe “el derecho divino” de los gobernantes sobre los ciudadanos, mucho menos debería ser justificativo “el derecho revolucionario” o “el derecho socialista” en nombre de Chávez Todopoderoso, amigo de los pobres (más bien enemigo de los pobres y amigo de la pobreza que padecen) para avalar la opresión de todo un país que no ha dado su consentimiento para vivir en precariedad, tanto más cuando desde la tiranía gobernante se han torpedeado todos los intentos sucesivos para volver al cauce de la civilización en sana paz y armonía, pretendiendo sin decirlo, que lo trascendental es el derecho de los gobernantes a permanecer gobernando sin importar el sufrimiento de sus ciudadanos, sin que exista el derecho de los ciudadanos a tener gobernantes que velen por sus derechos, garanticen su vida, su libertad, sus propiedades y que cada uno dentro de los límites de sus legítimos derechos, pueda desarrollar su potencial en la dirección de sus sanos deseos en un clima de cooperación voluntaria con los demás componentes de la sociedad, cuyos deseos vendrían ser complementarios y de ninguna manera excluyentes.
No tengo idea de lo que pueda pensar usted amigo lector, pero al margen de las opiniones externas, al margen de las opiniones gubernamentales de Maduro, de Delcy Rodríguez, de los operadores oficialistas de cualquier circulo o rango con o sin poder gubernamental, he nacido libre, mi libertad me pertenece, no es un favor que estoy solicitando, ni un privilegio que deseo ganar con adulación, es mi derecho legítimo, al igual que es derecho legítimo de cada ciudadano, vivir y desarrollarnos en libertad, siendo limitados por las leyes que se correspondan con la justicia verdadera y, sea que castigue o proteja, la ley sea justa e igual para todos, pero si mi legitima exigencia fuese considerada un abuso, una pretensión egoísta, oligárquica, innoble y deba ser negada, entonces me sumo a las palabras de Patrick Henry: “Dadme la libertad o dadme la muerte”
Ing. José Daniel Montenegro Vidal