SEMANA descubrió la cárcel secreta que el Ejército de Liberación Nacional (ELN) construyó bajo una montaña en el departamento de Antioquia, Colombia, donde supuestamente privó de la libertad a campesinos, empresarios y militares. La organización delincuencial construyó el búnker a tres horas de Medellín, en un caserío invisible para las autoridades. Sus pasillos, que tienen huellas de dolor y terror, los está devorando el tiempo sin ser estudiados por la justicia colombiana.
La puerta por donde cruzaron los secuestrados mide, aproximadamente, 110 centímetros de alto y 35 de ancho. Detrás de la portería se esconde la primera trampa: un hueco de grandes proporciones donde caen los intrusos que se atreven a visitar la cueva.
En el fondo se percibe un túnel cubierto de cemento y escombros que llevó a las víctimas hasta la sala de recepción. En la fachada del salón principal se observan los logos del ELN y la frase con la que se han sostenido en las armas por años: “Combatiendo… venceremos”.
El espacio fue decorado con pintura blanca. Aunque los moscos y murciélagos han transformado su apariencia con el tiempo, hay marcas imborrables. En una de las paredes escribieron con esmalte verde: “Bienvenidos al refugio secreto del frente Bernardo López”.
Se trata de una cuadrilla que se movió por el oriente y nordeste del departamento. Los grupos de víctimas lo responsabilizan de extorsiones, amenazas, muertes violentas, secuestros, reclutamiento, instrumentalización y otros delitos. Según las cuentas del Ejército Nacional, en menos de tres años la subestructura alcanzó a acumular 10.000 millones de pesos por las detenciones ilegales, convirtiéndose en su principal músculo financiero para desafiar al Estado por medio de la violencia.
El búnker del ELN tiene cuatro pasillos que, presuntamente, fueron iluminados con un sofisticado sistema de energía del que solo quedan cables rotos colgando del techo. Mientras que en el suelo resaltan tubos que pondrían en evidencia una red de desagüe. En cada paso que se da, hay elementos que ayudarían a entender el misterioso espacio donde hoy reina el zumbido de los mosquitos y el aleteo de los murciélagos: sillas de plástico, colchones de paja, recipientes, restos de comida, prendas de vestir y latas.
Tras recorrer 50 metros y esquivar los animales, hay un filtro de seguridad que parte la cueva en dos. En el otro lado hay rejas donde, supuestamente, estuvieron encerrados los secuestrados. Allí tuvieron menos de cinco metros cuadrados para moverse. Los guerrilleros se las habrían ingeniado para ofrecerles ventilación bajo la montaña e instalaron tazas de baño como si fuera una prisión regular. Detrás de las rejas, resaltan las camas improvisadas en las que pasaron sus días mientras esperaban su liberación. Las personas que tienen conocimiento del hecho, cuyas identidades se omiten por motivos de seguridad, revelaron que las familias de los detenidos debían cumplir al pie de la letra las exigencias económicas de la organización criminal para devolverlos, vivos o muertos.
“Nosotros podríamos decir que en las inmediaciones de este lugar hay un cementerio, no sabemos. Esto, hasta hoy, que lo publica SEMANA, era un completo secreto en la zona. Yo creo que vale la pena investigar”, mencionó una persona que acompañó el recorrido.
Esta es la primera vez que se identifica un búnker con estas características en esta región de Colombia.
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