He pasado diez meses cubriendo el juicio del caso de la enfermera Lucy Letby, en presencia de ella, y todavía no lo entiendo. No estoy segura de qué esperar de la asesina de niños más prolífica de Reino Unido. Pero estoy bastante segura de que no es esto.
Por BBC Mundo
Las fotos en redes sociales muestran la antigua vida de Letby: salidas nocturnas con amigos, disfrazada y haciendo el tonto ante la cámara.
Ahora no se ve así. Su cabello teñido de rubio ha vuelto a su castaño natural y una expresión severa reemplaza las sonrisas de las fotos. Detrás de la mampara de cristal del banquillo de los acusados, se perfila su figura raquítica, flanqueada por los funcionarios de prisiones mientras agarra en sus manos un pañuelo rosa.
Las familias de los bebés asesinados ocupaban la galería prevista para el público. Al otro lado del pasillo, los asientos han estado vacíos, pero el padre y la madre de la enfermera, John y Susan, acudieron día tras día. A veces se les unía una de las amigas de su hija, la única que ha ido en estos 10 meses de juicio.
Mi sitio, en el banco de prensa, no estaba a más de cinco metros del asiento de Letby. De vez en cuando miraba a la enfermera para intentar vislumbrar el carácter.
Mientras los afligidos padres relataban los horrores de ver morir a sus hijos, ella mantenía una expresión neutral. No importaba que el relato y la evidencia contra ella fuera emocionalmente fuerte que igual ella se seguía impasible.
En muy raras ocasiones, me miró a los ojos, pero apartaba la vista rápidamente.
Traté de ver dentro de su alma. Me pregunté si alguna vez veríamos a la verdadera Lucy Letby.
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