El cable de Associated Press que fue reproducido por la prensa de todo el mundo exactamente seis meses antes, el 28 de febrero de 1996, decía que la princesa Diana había acordado divorciarse del príncipe Carlos “poniendo fin a un matrimonio tormentoso que comenzó con una rutilante ceremonia en 1981 y colapsó once años más tarde después de que ambos buscaron consuelo en romances que se hicieron públicos”.
Por infobae.com
Los príncipes de Gales llevaban cuatro años separados y bastaban tres líneas para resumir la miserable realidad de una historia que el mundo entero había comprado como el cuento de hadas de la tímida maestra jardinera y el codiciado heredero al trono británico cuando se casaron en la Catedral de Saint Paul’s. La decisión de divorciarse significaba que Diana nunca sería Reina de Inglaterra. Nadie podía saber entonces que su trágica muerte, apenas un año y medio después, la coronaría para siempre como la Reina de los Corazones.
La propia Isabel II les había recomendado en diciembre de 1995 que se divorciaran para terminar con las especulaciones de los tabloides y las escandalosas revelaciones públicas sobre la intimidad de la pareja, que habían llevado incluso a que la opinión pública se cuestionara el sentido de la monarquía. Carlos, que entonces tenía 47 años, aceptó inmediatamente la solicitud de su madre. Diana, de 34, pidió un tiempo para consultarlo con sus abogados.
Dos meses más tarde, la vocera de Lady Di anunció que el acuerdo estaba en marcha: la princesa de Gales retendría su título; seguiría involucrada en todas las decisiones relacionadas con sus hijos William y Harry -que tenían 13 y 11 años, respectivamente-; y permanecería en el Palacio de Kensington, pero con oficinas en el Palacio de St. James, la residencia oficial de Carlos.
Ahora sabemos que quizá ese matrimonio nunca debió haber ocurrido: Carlos estaba enamorado de una mujer casada con quien no podía casarse -Camilla Parker-Bowles-, y le propuso casamiento a una adolescente virginal a la que le llevaba 16 años y apenas conocía. A diferencia de Camilla, Diana jamás había tenido un novio y además era hija de un conde. Como era previsible, eso no bastó para que fueran felices juntos. Para 1986, las peleas de Diana y Carlos llegaron a la prensa. También comenzaron a filtrarse las versiones sobre la relación entre el príncipe y Camilla. La ficción de la serie The Crown no está tan alejada de lo que en verdad ocurrió: ellos nunca habían dejado de verse.
En 1992, Andrew Morton publicó la biografía autorizada Diana: Her True Story, que marcó un antes y un después porque nunca antes un miembro de la familia real había hablado con tanta crudeza de su vida privada; también porque confirmaba en primera persona las desgracias de su matrimonio. En las grabaciones de Morton, que forman parte del documental Diana: In her own words (2017), se puede escuchar como la propia Lady Di cuenta cómo empezaron sus sospechas de que su marido y Camilla todavía tenían algo: descubrió una pulsera grabada que Carlos le había comprado a su amante poco antes de la boda. Diana quiso cancelarla, pero sus hermanas la convencieron de que siguiera adelante. Más tarde, en la luna de miel, vio a Carlos usando los gemelos que le había regalado Camilla.
En 1989, como también muestra la ficción en The Crown, Diana enfrentó a Camilla en un cumpleaños. En las grabaciones, relata: “Le dije ‘yo sé lo que pasa entre vos y Carlos, y solo quiero que lo sepas’. Me dijo: ‘Tenés todo lo que siempre quisiste. Todos los hombres del mundo están enamorados de vos y tenés dos hijos divinos, ¿qué más querés?’ Y yo le dije: ‘Lo que quiero es a mi marido’”.
Eventualmente, Diana le encontró algo de sentido al consejo condescendiente de Parker-Bowles: su marido no le prestaba atención, pero para el resto de los hombres era irresistible. “Era profundamente insegura y estaba en una permanente búsqueda de amor. Eso dominó su vida”, dice una de sus biógrafas, Kate Snell. En 1986, con su matrimonio hecho pedazos, tuvo su primer romance con el instructor de equitación James Hewitt, que duró cinco años. También tuvo affaires con el galerista Oliver Hoare y con el vendedor de autos James Gilby, con el que más tarde se filtraron encendidas conversaciones telefónicas. Lo mismo ocurrió con una charla íntima entre Carlos y Camilla, en la que el príncipe le decía que deseaba “vivir en su bombacha”. Cuando se filtró a la prensa en 1993, poco después de que Diana y Carlos anunciaran su separación, los tabloides lo bautizaron como el “Camillagate”.
En junio de 1994, Lady Di usó en la gala anual de Vanity Fair un vestido que se volvería casi tan icónico como el que diseñaron los hermanos Emanuel -con casi ocho metros de cola y 10.000 perlas- para su casamiento. Aunque con una diferencia fundamental: esta vez, ella estaba a cargo. El strapless al cuerpo de seda negro creado por Christina Stambolian la mostraba fuerte -y quizá más fabulosa que nunca- el mismo día en que Carlos había confesado por televisión lo que para ese momento ya era un secreto a voces: que le había sido infiel con Parker-Bowles.
La transmisión era un intento por acercar al príncipe a la gente y que su versión ganara algo de simpatía frente a la arrolladora popularidad de Diana, que despertaba adoración como “la princesa del pueblo”. Pero resultó todavía peor para su imagen porque, durante la entrevista, el presentador le preguntó si le había sido “fiel y leal” a la madre de sus hijos. “Sí -respondió Carlos-. Hasta que todo se rompió irremediablemente, los dos tratamos”.
Un año después 23 millones de británicos vieron a Diana declarar una de sus más célebres frases en una entrevista con la BBC: “Bueno, en este matrimonio éramos tres, así que estaba un poquito concurrido”. En esa charla también habló por primera vez en público sobre sus trastornos alimentarios y sobre su dolor por la relación de Carlos y Camilla. Dijo que no creía que el padre de sus hijos tuviera lo necesario para adaptarse a la demandante tarea de ser rey, pero que no quería divorciarse. En el fondo, dice su biógrafa Sarah Bradford, “seguía considerando a Carlos como su esposo”.
Su suegra, sin embargo, tenía otra idea: los trapitos al sol del desavenido matrimonio de su hijo ya le habían hecho demasiado daño a la credibilidad de los Windsor. Lo consultó con el arzobispo de Canterbury y les escribió una carta a cada uno de los príncipes de Gales instándolos a que se divorciaran cuanto antes.
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