Lapatilla
«Ando herido, tratando de no acusar, de no juzgar, como me lo aconsejó mamá. Así, no dejaré de soñar. Y volveré al mar, a la montaña, para controlar la ansiedad, para luchar y volver a casa…con mi corazón de cartón y hojalata »
Un país herido es un país al que no nos queremos parecer y al que no queremos pertenecer. Mala cosa…Y aunque toda herida sana y la queremos curar, también es cierto que la queremos olvidar.
Existen dos intelectuales venezolanos, a quienes respeto, admiro y quiero inmensamente. Una simple llamada se convierte en horas de disertación y aprendizaje. Ideas, visiones, experiencias, que ajustan percepciones y obligan a ripostar, a repensar. Elizabeth Burgos y Tulio Hernández…Dos corazones maravillosos que no dejan de latir por Venezuela. Quiero compartir un par de ideas con ellos…
Un país de emociones tristes…
Deseo confesar que he sido y sigo siendo un soñador. Puedo convertir cualquier rincón de mi niñez, ese lugar donde se originaron mis miedos más profundos, quiero expresar, una cueva en la montaña, una ola en el mar, una caída de un árbol, en un templo, un jardín, un océano de luz en la oscuridad. Y a pesar de lo dicho por Octavio paz, la mucha luz es como la mucha sombra porque no deja ver, mi idilio, lo compensa todo, cálidamente. Gracias mamá por sembrarme esa ilusión maravillosa, entre miedos y desafíos…
Mi ingenuidad me ha llevado a un optimismo irrenunciable. En casa-mis hermanas y yo-“comimos” un potaje infalible: contra el miedo mucha fe. “La gente normalmente es buena, pero hay que comprenderla”, nos decía [mamá] cuando pasábamos un mal rato… “No acuses, no juzgues, resuélvelo tu”. Y así fuimos creciendo en una “granja” de hermosas fantasías y principios…Un transitar difícil, peligroso, en un país inadvertido, lo convertíamos en cascadas, riachuelos, bosques o naranjales, que daban sombra y bebida a una animosidad sedienta de alegría. Al decir de García Lorca, a una vida amable…
A partir de esa infancia maravillosa en un país tropical, fui enhebrando una vida asistida de anhelos, de sueños decía…Desde ser pelotero, médico o profesor, la vida transcurrió [en Venezuela] con un prístino sentido de oportunidad. No sería el hombre que he sido si no hubiese sido el niño que fui sentenció Albert Camus. A partir de esos sueños ataviados en el subconsciente, fuimos almacenando amor frente al odio, bondad contra la envidia, trabajo contra la pereza, atrevimiento contra nuestra propia cobardía…humildad [que es comprender] contra la altivez…Esa es la Venezuela en la que crecí, es la Venezuela despojada de su gran reservorio: soñar en tricolor.
Conversando con Elizabeth Burgos, me decía con su acostumbrada sabiduría: “lo que pasa Orlando es que somos un país herido, una nación de emociones desbordadas, de emociones tristes”. Al decir de Mauricio García Villegas, “en Colombia hemos tenido demasiados conflictos que se habrían podido resolver pero que terminaron en una guerra; demasiados proyectos que se habrían podido llevar a cabo pero que acabaron extraviados en las disputas entre facciones, demasiados consensos que se rompieron por rencores, demasiadas leyes que se enredaron en las contiendas, demasiados buenos propósitos que se malograron en los odios, en síntesis, demasiadas buenas ideas estropeadas por malas emociones…” Entonces hemos ido demasiado lejos en la disputa para llegar demasiado cerca al rencor…Y el resentimiento es una herida que no nos deja ver, si acaso “mucha luz” o mucha sombra…
Cuando soñar cuesta mucho…
Esa tristeza, ese dolor profundo en nuestros corazones, ha sido un salto a un mar frío y profundo, que nos entumece y nos asfixia. Soñar-una de las expresiones más elevadas de la inteligencia-que es crear, que es volar sin alas, que es pintar sin escobilla y sustituir un Darién por Notre Dame al pie del Sena [Dixit Walter Benjamín], es una virtud en extinción. Antes una abuela madrugaba para vender arepas y soñaba ver a su nieta convertida en bailarina o enfermera, antes madrugaba el maestro[a], con la esperanza de cosechar estudiantes brillando como estrellas…Hoy la abuela muere de mengua y los maestros también…sin ilusión.
Al decir de Hipólito Taine, soñamos todos cuando queremos hacer de nuestra tierra, «adecuado suelo y clima para florecer cualquier naranjo». Y sueña el artista, el cultor, el virtuoso, comentó Platón. «El arte no se produce aisladamente…Un artista-a diferencia de un filósofo-no se levanta con una idea, sino con un sentimiento» […] Así como Rubens expresó en La Kermerseeel sabor popular flamenco donde las pasiones de los hombres son acordes con la naturaleza y el espíritu de su pueblo, los ciudadanos, los amantes de una nación, tenemos todos el derecho a conservar nuestros sentimientos, nuestras pasiones, nuestra cultura, el espíritu de nuestro pueblo. Y soñarlo para representarlo…
Pero un país herido no sueña. Languidece en una fulgurante y oscura pesadilla. Tulio Hernández me decía, sentidamente: “¿No sé por qué razón querido Orlando, los venezolanos no hacemos literatura sobre el exilio?” Una reflexión innegable, ineludible. Creo querido Tulio-alcancé a responder-que es una negación. Juzgando por mi condición, no acepto el exilio…Cada día sueño con volver a Venezuela. Cada día hago abstracción del sitio donde estoy, y en vez de ver ríos o montañas otoñales o nevadas, veo el Ávila, Macuto o la Gran Sabana [donde aún no he estado]…El tema es que, si dejamos de soñar, que es seguir siendo parte de algo, perdemos nuestra identidad. Y al perder el sentido de pertenencia evitamos hablar de eso, porque [el exilio] es entonces una suerte de derrota…
Escribe Taine: “Paul Rubens amplificó los torsos de sus personajes, redondeó sus caderas, arqueó sus lomos, encrespó sus cabellos y encendió las miradas salvajes e insaciables de sus lugareños-entre chillidos, orgías y besos-para consagrar el triunfo más asombroso de la bestialidad humana…” Los venezolanos perdimos esa capacidad de amplificar nuestras virtudes, las largas cabelleras del Salto Ángel, los indómitos torsos de nuestros morros o la mirada vigilante del Pico Bolívar, porque dejamos de «colorear» el espíritu opulento y libertario de una nación a cuenta de una revolución bonita. Lo que ha arrojado esa premisa, “patria, socialismo o muerte”, es un pueblo herido donde soñar no es gratis. Te cuesta la vida…
No todo está perdido…Demasiado cerca.
Un país herido es un país al que no nos queremos parecer y al que no queremos pertenecer. Mala cosa…Y aunque toda herida sana y la queremos curar, también es cierto que la queremos olvidar. Escribir, crear, escenificar, pintar, es una manera de rendir tributo a nuestras reminiscencias, a nuestra infancia, a nuestro linaje, sin acusar, sin juzgar, comprendiendo lo ocurrido…Emile Zola en su libro más notable “La Obra”, nos sugiere “impedir que los temperamentos desdibujen el estricto sentido de la realidad”. No dejarnos atrapar por las emociones tristes…No hablar de nuestro exilio es decretar el triunfo de la tristeza, es dejar de sembrar esperanza, es dejar de soñar…
Estoy a la víspera de ver “Simón” la película de nuestro querido Diego Vicentini. Lo quiero como un sobrino…He visto las emociones conmovedoras con las que muchos salen de la sala. En medio de lágrimas y dolor, el público lo sale sacudido por el recuerdo de lo vivido o por lo sufrido por nuestros guerreros de la libertad…Sobre “Simón” volveré en una entrega especial, pero lo que ahora quiero subrayar, es que [Simón] es la impronta de un país herido, de jóvenes que lucharon por un ideal y que, entre ingenuidad, gallardía y temperamento, dieron su vida y su destino por un país libre…Diego-su creador-también expresó sus más prístinos sentimientos. El exilio no podía convertirse en allanamiento y silencio. Entonces soñó y escenificó la heroicidad de nuestros hijos de la patria. Nace Simón. Un tributo a nuestros héroes de cartón y hojalata, “de torsos y caderas libertarias, de cabellera indómita, de lomos gallardos, que enfrentaron tanquetas y “gas del bueno”, por un sueño…No todo está perdido. El exilio debe ser expresión de un alma que se quiere redimir.
[…] Y en mi sueño, estaba a las costas de macuto…Desde ahí salía a un mar infinito, salvaje, azul profundo, retando los peligros de inmensas olas […] Volvía a la orilla y subía por una vereda con mucho monte, a la casa de los curas, tumbando mangos, mamones o zapotes. Estaba ahí ?, pero de pronto un témpano encofrado de árboles sin hojas, bajo la espesura de la nieve, se empeñaba en desaparecer mi imagen. !Angustiado, despierto! Mi mirada se tropieza con el río San Lorenzo, congelado, inmovilizado. Insistía en quedarme en mi barquito de papel, pero se hundía en mi ansiedad. Ansiedad por mantener a Venezuela en mi sueño. ¿Por qué la ansiedad? Porque estaba demasiado cerca, pero sin poder acariciarla, sin sentir su aire y su agua, su ardor y su sal, sin deshacer el mango o el zapote entre mis manos, con el miedo profundo, de no vivirlo nunca más […]
Ese es el exilio querido Tulio. Un silencio estruendoso del cual ahora he decidido hablar, para no olvidar…Y ando herido querida Elizabeth, tratando de no acusar, de no juzgar, como me lo aconsejó mamá. Así, no dejaré de soñar. Y volveré al mar, a la montaña, para controlar la ansiedad, para luchar y volver a casa…con mi corazón de cartón y hojalata…
@ovierablanco