William Anseume: El trabajo que duele

William Anseume: El trabajo que duele

Hace unas cuantas horas atrás se conmemoró el día del empleado público. Una fecha vergonzosa para el régimen que, pese a las manifestaciones lingüísticas de amor expresadas por el tirano mayor y el dolor que alguno de sus secuaces dijo que aquel sentía, sabemos que se trata más del espectáculo rimbombante de quien quiere taparear con sentimentalismo balurdo situaciones inocultables producidas desde el poder. Ese poder que dice cosas que no hace. Que miente y trata de engatusar a los trabajadores, pero ignora que estos están muy conscientes de lo que ocurre.

Todo parte del deterioro económico provocado. De allí que tengamos la más alta inflación del mundo, sin que eso importe en Miraflores ni en los cuarteles. Es parte del plan de sometimiento. Mientras más hambre esparcen, mientras más necesidad creen, más requerirá la población de las bolsas, de los bonos, y más pensará que son dádivas del generoso papá Estado. El régimen cree que los trabajadores hasta agradecen el control social. De allí que nada les importe el valor del trabajo, la improductividad del Estado o de las empresas privadas. Esparcir la miseria es parte fundamental del plan. Si sirve en Cuba, ¿por que no aquí?

El regio sometimiento incluye la represión. Y se suma a las imposibilidades comunicativas por la censura a los medios tradicionales. Prensa, radio y televisión contenidas o dominadas por el mismo régimen. A quién hable mucho, proteste o luche le aplican su dosis de patria: golpes, prisión, tortura o muerte. De manera que el mensaje, ese mensaje si se extienda. De ese modo el trabajador doblegado debe seguir manteniendo la esperanza de que mañana será mejor y queda dizque trabajando para mantener su puesto. O se va como los casi ocho millones de compatriotas que han huido del desastre.





El plan macabro ha incluido dejar atrás la Constitución, las leyes, los acuerdos internacionales y los derechos humanos. No es solo el sueldo. No me canso de repetirlo. Es un plan estructurado para atacar todo el andamiaje del trabajo como sistema. Es la reducción de los sueldos, sí. Hasta su casi desaparición. Pero también el acabamiento de toda protección social. Al punto de robarse los reales de los aportes a las cajas de ahorro, gremios y sindicatos; desaparecer las prestaciones sociales o las convenciones colectivas impuestas por ellos mismos, sin discusión. El concepto de trabajo en Venezuela no existe. Se quedan con la esclavitud moderna, con la explotación laboral. Les basta que alcance para sostenerse en pie y volver a otra jornada por algo más de comida.

Sindicalistas presos. Perseguidos o amenazados. Reuniones con la OIT que no terminan en nada beneficioso. Empresa privada que se ciñe más o menos a la pauta laboral del régimen. Fedecámaras convertida hasta en una especie de cancillería del despotismo, viajando para pedir el cese de las sanciones, haciéndose eco de que son esas y no la enorme corrupción las causantes del problema. El trabajo da lástima, sí, pero no a quienes manejan el poder. Quien sufre es el trabajador y sus familias. Por ello se incrementarán los emigrantes, sin duda. Haciendo del problema una crisis mundial. Esto así les sirve para su único interés: la conservación por más largo tiempo del poder, con una población sometida. Nada les importa el trabajo, la educación, la productividad. Mientras tanto, el rechoncho tirano se ríe, se burla y miente. Para él en su discurso, el trabajo duele. No puede mejorar las condiciones porque está impedido por la soga que el echó al cuello de todos. Para arrastrarnos.