Estuvo 18 años preso, escribió novelas en la cárcel y trabajó en 28 películas: el hombre que fascinó a Quentin Tarantino

Estuvo 18 años preso, escribió novelas en la cárcel y trabajó en 28 películas: el hombre que fascinó a Quentin Tarantino

Edward Heward Bunker nació en 1933, en Hollywood, California. Su madre Sarah tenía algunas turbulencias mentales y su padre era un alcohólico perdido. Se crió en reformatorios y con familiares que lo abandonaron (Sophie Bassouls/Sygma/Sygma via Getty Images)

 

Se llamaba Edward Bunker y su historia, que arranca ligada al mundo criminal tras los barrotes de San Quintín, la cárcel de máxima seguridad más famosa de los Estados Unidos, terminó siendo una siembra de éxitos que él cosechó en la segunda etapa de su vida. Segundas partes pueden ser mejores y la de Bunker estuvo repleta de flashes sobre la alfombra roja de los estrenos cinematográficos y de brindis por los lanzamientos editoriales. Fue la excepción a la regla general: el exconvicto trascendió la marginalidad para ingresar al mundo de la literatura por la puerta grande.

Por infobae.com





La de Bunker es de esas historias que merecen ser contadas.

Del asilo al reformatorio y a la cárcel

Edward Heward Bunker nació el día en que terminaba el año 1933, en Hollywood, California, Estados Unidos. Se podría decir que aterrizó cerca del mundo del espectáculo porque su madre Sarah, quien tenía algunas turbulencias mentales, era una cantante de coros que aparecía en películas con personajes insignificantes y porque su padre, a pesar de ser un alcohólico perdido, se desempeñaba como empleado en los sets montando escenarios.

Pero el año de su nacimiento venía cargado de malos presagios. Unos meses antes había ocurrido uno de los terremotos más destructivos de Los Ángeles que dejó 115 muertos y, el mismo día en que Bunker asomó su cabeza, arreciaba un temporal de aquellos. Su madre Sarah, perturbada, creyó que todo era una pésima señal para su hijo. Dos años después, mientras los Bunker estaban en un parque haciendo un picnic el pequeño Edward Bunker desapareció. Se necesitaron doscientos hombres para hallarlo sano y salvo.

Un tiempo después Bunker prendió fuego, sin querer, el garaje de un vecino. Viéndolo a la distancia más que un chico con problemas era un chico sin supervisión alguna. En realidad, su casa era un infierno. Las peleas entre sus padres terminaban con frecuencia con la policía tocando el timbre y llamándolos al orden. Cuando el pequeño Bunker tenía cinco años la pareja se divorció y él terminó siendo enviado por los servicios sociales a un hogar de acogida por un tiempo. Ya se sabe que lo temporal suele ser permanente. Este fue el caso. Furioso, Bunker no aguantó y se escapó. Fue hallado vagando por las calles una noche. Su padre volvió a entregarlo a los servicios sociales. Pero la casa de acogida que lo había albergado se negó a tenerlo. Terminaron enviándolo a otras instituciones infantiles que intentaron frenar sus desafiantes conductas sin mucho éxito.

Bunker era rebelde por naturaleza ante la disciplina. Por otro lado, era brillante y tenía un coeficiente intelectual de 152, pero su costado conflictivo superaba a su inteligencia.

Tenía solamente siete años, pero ya con esa corta edad había comenzado con sus tropelías robando en los negocios del barrio. A los 12 años, encerrado en el centro Preston, comenzó a leer a Hemingway, Jack London (autor de Colmillo blanco), Taylor Caldwell y Richard Wright. Más adelante en su vida iría sumando a otros autores más complejos: Thomas Wolfe, Dos Passos, Scott Fitzgerald, Tolstoi, Dostoievski, Hesse, Camus, Huxley, Miguel de Cervantes y Sartre.

Creció en distintos hogares para chicos problemáticos al mismo tiempo que, cada vez que pisaba la calle, ascendía en su osadía en el mundo del crimen.

Su adolescencia transcurrió en reformatorios donde intentaban contener sus desatinos. Una vez una pelea con otros internos lo mandó al hospital de donde enseguida logró escapar. Lo atraparon con un auto robado que chocó. Lo enviaron a una institución psiquiátrica para ser evaluado psíquicamente. Allí terminó siendo golpeado gravemente. Bunker fue declarado sano mental y lo liberaron, pero otra vez fue detenido viviendo en un auto destartalado en el jardín trasero de alguien y cometiendo ilegalidades.

Fue por esta época, con 13 años, que vivió un tiempo con una de sus tías, pero sus hurtos y constantes desmanes terminaron por hartarla. Era ingobernable y la tía, sin demasiada pena, lo terminó mandando a un orfanato. En todo ese tiempo Sarah su madre se había vuelto a casar y su padre, con solo 62 años, languidecía en un asilo de ancianos con problemas mentales.

Pasó de los robos pequeños a los asaltos a bancos a mano armada, al fraude, a la emisión de cheques falsos, a la extorsión y, finalmente, al redituable narcotráfico. Ahora ya no aterrizaba en establecimientos juveniles sino en prisiones de verdad. Empezó a circular por distintas cárceles. En la de Folsom se hizo amigo de Danny Trejo (otro actor norteamericano que fue adicto a la heroína y que estuvo preso por narcotráfico y por robos a mano armada). Trejo consiguió ser campeón de boxeo en la cárcel y eso despertó la admiración de Bunker. En una de esas cárceles Bunker apuñaló en las duchas a un múltiple asesino y lo dejó herido. Bunker tenía decidido que jamás sería una presa. Eso iba quedando bien claro. Pero no era un asesino a sangre fría, solo se defendería de la manera más brutal que hiciera falta.

La siguiente vez que delinquió fue con el narcotráfico y eso lo llevó a la prisión estatal de máxima seguridad más famosa de los Estados Unidos, San Quintín, donde ingresó con el número A20284 colocado sobre su pecho. Con 17 años tenía un récord: ser el preso más joven en la historia de esa institución.

No podía saberlo en ese entonces, pero esa foto que le tomaron en blanco y negro con el típico número de recluso, sería portada de la revista Harper´s muchos años después.

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