Primero fue el estruendo, luego “mucha sangre”, gritos de “auxilio”. Las ruinas de una escultura del artista Fernando Botero en Medellín recuerdan la bomba de 1995, los muertos y la guerra que todavía envuelve a Colombia.
“Un compañero estaba en el piso, con una pierna vuelta nada. Había (…) mucha sangre (…) todo el mundo gritaba, lloraba”, sostiene a la AFP Luis Ospina, un artesano de 62 años, con sombrero y bolso tejido, que sobrevivió a esa noche del 10 de junio en el céntrico parque de San Antonio de Medellín (noroeste). Una de las capitales del narcotráfico en esa época.
La explosión en medio de un concierto mató a 23 personas, incluidos cuatro niños, hirió a más de un centenar y voló en pedazos la escultura “El Pájaro” de Botero, fallecido el 15 de septiembre en Mónaco.
El artista decidió entonces conservar la obra deshecha como un “monumento a la imbecilidad y a la criminalidad de Colombia”, según dijo tras la bomba.
Al lado erigió otra escultura de un ave en bronce. A una la bautizó de “El pájaro herido”, y, a la otra, “La paloma de la paz”.
Un grupo de turistas con traductor simultáneo al oído observa este símbolo de la violencia mientras un guía les explica el conflicto armado colombiano que enfrenta a narcos, rebeldes y agentes estatales desde hace seis décadas.
La justicia no ha identificado a los responsables del atentado, pero las principales hipótesis apuntan a los carteles del narco.
Unos años atrás había sido abatido Pablo Escobar (1949-1993), el barón de la cocaína que sembró terror en su guerra contra el Estado para evitar la extradición.
El estallido “me levantó un metro, dos metros (…) vi todo en silencio y había un olor como a azufre, (…) A los cuarenta segundos se escuchó el griterío: ‘Auxilio, auxilio, ayúdame'”, recuerda Elkin Usquiano, de 69 años.
Él y su amigo Ospina observan los restos de bronce de la escultura, perforados y corroídos.
“Con solo mirarla, yo a diario veo acá donde pude haber muerto”, comenta Ospina, que trabaja todos los días en la plaza.
Guerra entre narcos
Aunque las bombas mermaron con la muerte de Escobar, la violencia narco continuaba.
El cartel de Medellín se desintegró, mientras su archirrival, el cartel de Cali (suroeste), ganaba terreno en la hegemonía criminal.
Paula Valencia, investigadora de la Universidad de Medellín, asegura que “la primera y la más obvia” hipótesis del atentado tiene que ver con el arresto de Gilberto Orejuela (1939-2022), uno de los líderes del cartel de Cali.
La bomba pudo ser una retaliación de este grupo contra el Estado, teniendo en cuenta que Fernando Botero Zea, hijo del artista, era entonces el ministro de Defensa.
Ospina vende zapatos, carteras, chaquetas y otros productos en cuero exhibidos en su pequeño puesto de artesanías.
Trabaja junto a la obra de Botero desde 1995, el día del atentado, que coincidió con el momento en el que la alcaldía de entonces les permitió instalarse en esa plaza después de meses de disputas por el uso de espacios públicos.
Ese día instaló su “parche”, un mantel en el suelo donde exhibe sus productos junto la escultura, recuerda.
Al final de la jornada tomó su mochila, guardó los productos y se fue a bailar al concierto que se celebraba en la misma plaza. El escenario estaba a unos 60 metros de la escultura dinamitada, pero salió ileso. “Las ganas de bailar” le salvaron la vida, asegura.
Usquiano, su compañero, estaba un poco más cerca de la bomba y terminó con una herida leve en el cuello causada por una esquirla, recuerda.
Olvidados
Miles de personas despiden desde el martes a Botero en Medellín, su ciudad natal y última parada de los homenajes póstumos antes de su sepultura en Italia.
Considerado uno de los artistas latinoamericanos más relevantes y cotizados del siglo XX, falleció a los 91 años y será enterrado en Pietrasanta junto a su esposa, la artista griega Sophia Vari.
Botero retrató la violencia con su magistral técnica del volumen. Sus cuadros inmortalizaron el momento en el que la policía mató a balazos a un obeso y solitario Escobar cuando intentaba escaparse por un tejado en Medellín.
También dibujó a guerrilleros, asaltantes, asesinos, secuestrados, mutilados, desaparecidos, coches bomba, masacres y la estela de sangre que dejó el conflicto armado.
Golpeados por la guerra y la pobreza, Ospina y Usquiano se dicen agobiados por la precariedad económica de los artesanos de la plaza, ubicados en un rincón escondido y marginados de los circuitos turísticos que muestran el lugar del atentado pero no a sus víctimas.
“El Estado nos olvidó (…) No hemos tenido apoyo en este país, ni tenemos una vida digna (…) No hemos recibido ninguna reparación”, lamenta Usquiano.
AFP