Un par de decenas de personas se amontonan en una camioneta con cupo para 13 pasajeros. Acaban de cruzar un río en una balsa improvisada y esperan recorrer unos 30 kilómetros en México para llegar a su próxima parada. Pero unos minutos después, la camioneta se detiene y todos tienen que bajar.
Por CNN
Los pasajeros ––niños y sus padres, parejas mayores y adultos solteros–– pagaron para llegar desde Ciudad Hidalgo, en la frontera de México y Guatemala, hasta Tapachula, la ciudad más cercana.
Sin embargo, entraron a México sin permiso ni documentos, así que el conductor de la camioneta les dice que se escabullan y eviten un puesto de control, y que él u otro vehículo los recogerá al otro lado.
Las familias toman sus pertenencias y se dirigen por un camino asfaltado mientras nosotros nos unimos a ellos, los pastizales los ocultan casi por completo de la vista de la carretera y de los funcionarios mexicanos.
No es ningún secreto que esto ocurre, de la misma manera que todo el mundo sabe de las balsas que llevan a las personas a través del río Suchiate y la frontera internacional.
De vez en cuando, los funcionarios mexicanos gritan a través de la hierba larga a los caminantes y les dicen que vuelvan a la carretera principal.
Ninguno les hace caso. Los migrantes siguen caminando, a veces se hacen señales unos a otros para agacharse y evitar que los detecten.
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