“Nadie quiere morir… Ni siquiera la gente que quiere ir al cielo quiere morir para llegar allí”. Cuando Steve Jobs supo que nada se podía hacer para curar su enfermedad, decidió compartir su vida y su testamento intelectual con los graduados de Stanford.
El creador de Apple, aquejado por un cáncer de páncreas terminal, habló con una sinceridad demoledora. Dejó un mensaje que perdura sobre el valor de la educación y las diversas formas de amor, fe y los caminos inescrutables que presenta el destino, en lo bueno, y en lo malo. Fue la despedida a un mundo que adoptó sus productos y admiró su filosofía para los negocios, pero que desconocía la intimidad del hombre.
Aquel 2005, contó su historia: ‘Mi madre biológica era muy joven y estaba convencida de que yo debería ser criado por universitarios. Por lo tanto, se había organizado que yo fuera adoptado al nacer por un abogado y su esposa. Sin embargo, en el momento en que llegué al mundo, cambiaron de opinión y prefirieron adoptar a una niña en su lugar’. Steve continuó relatando cómo sus futuros padres adoptivos, que habían estado esperando en una lista, recibieron una llamada en medio de la noche informándoles que había un bebé varón disponible. Pero cuando su madre biológica se enteró de que sus futuros padres no tenían educación universitaria, se negó a firmar los documentos de adopción”.
Jobs nació el 24 de febrero de 1955. Abdul Fattah Jandali y Joanne Carole Schieble Simpson, sus padres biológicos, provenían de mundos diferentes. Jandali era un destacado politólogo de origen sirio, mientras que Joanne era terapeuta del lenguaje. Su encuentro ocurrió durante sus días de estudios en la Universidad de Wisconsin. Sin embargo, la familia de Joanne, de raíces católicas y conservadoras, no aprobaba la relación, ni mucho menos un hijo nacido fuera del matrimonio. Por lo tanto, cuando Joanne quedó embarazada de Steve, optó por mantenerlo en secreto y no informó a Jandali.
El hombre que creó un ícono tecnológico llegó al mundo sin que nadie supiera de su existencia. Y, finalmente, fue entregado en adopción a Paul y Clara Jobs. Paul era mecánico, y Clara tenía un modesto negocio; ninguno de los dos era profesional.
Steve creció admirando a su padre, un hábil mecánico. ‘Él sabía cómo construir cualquier cosa, lo que necesitábamos, él lo hacía. Cuando construyó nuestra cerca, me dio un martillo para que trabajara con él… No tenía un interés particular en reparar automóviles, pero sí en pasar tiempo con mi papá’, recordaba.
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