Las gallinas revolotean en el corral mientras Rebeca recoge los huevos que venderá en su aldea en el norte indígena de Guatemala, un emprendimiento al que apuesta para no emigrar a Estados Unidos como lo hicieron sus dos hermanos, empujados por la pobreza.
Otros pobladores del municipio maya Santa María Nebaj, en el departamento de Quiché, también partieron; pero Rebeca Pérez, madre soltera, permanece y da sustento a sus niños de 8 y 11 años con su criadero de aves de corral.
“Aquí se puede generar ingresos, no solo allá (en Estados Unidos), también aquí hay muchas oportunidades”, dice a la AFP la joven de 28 años, ataviada con un traje indígena multicolor.
Rebeca, al igual que Jacinto Pérez y Edwin López, forman parte de unos 250 campesinos que aprenden técnicas de producción agropecuaria, mercadeo y comercialización en siete municipios de Quiché, a través de un programa creado en 2020 por Save the Children.
El proyecto, desarrollado por esa oenegé con los ministerios de Agricultura y Educación de Guatemala y el apoyo financiero de Estados Unidos, busca garantizar la alimentación de los niños de Quiché, una de las regiones más pobres del país, con productos locales vendidos a las escuelas.
Jacinto cultiva en Nebaj tomates y otras hortalizas que entrega a 10 escuelas; y en el municipio vecino de San Juan Cotzal, Edwin vende gallinas, y siembra maíz y frijol, con semillas mejoradas que le entregó la oenegé.
Ninguno de los tres ve el futuro fuera del país, aunque la pobreza -que afecta al 59% de los 17 millones de habitantes- y la violencia criminal alimentan un éxodo constante e ilegal a Estados Unidos, que deportó a 40.713 guatemaltecos en 2022 -más del doble que en 2021-.
“Mejor luchar aquí”
Edwin lo intentó en 2018 tras quedar desempleado como maestro, entonces con 33 años.
“Por necesidad, agarré camino con la intención de llegar (a Estados Unidos), lo llevan a uno (los traficantes de personas) escondido, como esclavo, sin dormir, sin comer”, cuenta a la AFP.
Sin embargo, fue atrapado por las autoridades estadounidenses y pasó detenido 27 días, antes de ser deportado. “Con todo lo que uno vive allá (…), a mí, en lo personal, no me quedó deseo de volver. Mejor luchar aquí”, asegura.
Y no ha sido fácil. Su casa fue destruida por el paso de los huracanes Eta e Iota en 2020, pero logró levantar otra, de madera, donde vive con su esposa y sus dos hijos, de 13 y cuatro años, su consentido.
Hasta allá, entre los cerros de San Juan Cotzal, los capacitadores de Save the Children fueron a buscarlo para hablarle de conservación de suelos, de abonos y hasta de cambio climático.
En Nebaj, en la Escuela Técnica de Campo para la Alimentación Escolar (ETCAE), creada en 2023 como parte del programa, Rebeca aprendió cómo prevenir enfermedades en las gallinas, hacer que pongan más huevos y promocionar en su aldea el saludable consumo de productos frescos.
De Pulay, un pueblo eminentemente agrícola de unos 2.000 habitantes, “tuvieron que emigrar muchos hombres” en busca de trabajo y entonces se pudo apreciar “que las mujeres podemos” ser buenas emprendedoras, dice, satisfecha.
Su negocio lo empezó en 2016 con un préstamo de uno de los dos hermanos que viven ilegalmente en el estado de Florida (sureste). De un puñado de gallinas pasó a tener 300 y aspira a llegar al millar el próximo año.
“Ya tengo un mercado”, sostiene, orgullosa también de dar empleo a otras seis mujeres de su aldea, como recolectoras y empacadoras de huevos.
Paso a paso hacia el futuro
Jacinto, capacitado también en la ETCAE, tiene tres trabajadores a cargo y está asociado con otros 12 pequeños productores, a quienes ayuda con el “manejo de las facturas”.
“Viajar a Estados Unidos es un riesgo. Muchos cuando se van pierden la plata (dinero), la familia y hasta peor: la vida. En cambio, aquí vamos en pequeño (poco a poco) para adelante”, sostiene.
Aunque no fue concebido expresamente para frenar la migración, el programa tiene un impacto en el fenómeno, según la directora del plan agrícola de Save the Children, Lucrecia Méndez.
“Los productores locales han incrementado sus ingresos para cubrir sus necesidades y mejorar la vida de sus familias, lo que ha contribuido a disminuir la migración irregular”, opina.
Los ingresos varían pero “el porcentaje de utilidad oscila entre el 30% y 40%”, estima la oenegé.
Sentado en el corredor de su casita de madera, entre el maizal y el frijolar, Edwin le lee al inquieto Dylan, el más pequeño de sus hijos, el cuento “Teseo en el laberinto”.
“Quiero seguir luchando cerca de ellos para verlos crecer”, resalta, antes de volver a las faenas del campo.
AFP