Gehard Cartay Ramírez: El enigma de Delgado Chalbaud

Gehard Cartay Ramírez: El enigma de Delgado Chalbaud

Este 13 de noviembre se cumplieron 73 años del magnicidio contra el entonces presidente de la Junta Militar de Gobierno, coronel Carlos Delgado Chalbaud, un personaje histórico que para algunos historiadores sigue siendo un enigma.

La figura de aquel joven oficial ha permanecido semioculta por la historia reciente. Tal vez por haber sido un personaje controversial, cierta historia oficial –la que en el pasado escribió Acción Democrática– le ha dispensado un trato esquivo y hasta mezquino. Pero su propio carácter y hasta sus ejecutorias también han contribuido a ello. Por si fuera poco, el estudio del personaje tampoco ha tenido el adecuado contrapeso de juicios y análisis ponderados.
A diferencia de Pérez Jiménez, por ejemplo, su temprana muerte le impidió explicarse ante la historia e intentar justificar sus decisiones, como corresponde a cualquier hombre público. Porque, desde luego, si bien es cierto que Delgado Chalbaud es un personaje histórico que todos ellos tuvo virtudes y vicios, errores y aciertos, sin embargo, también lo es que la visión interesada de sus adversarios ha tratado de arrojar más sombras que luces sobre su personalidad y actuaciones.

Su misma muerte despierta curiosidad por el personaje en cuestión, siendo hasta ahora el único magnicidio que registra la historia venezolana contra un presidente en ejercicio del cargo. Otros atentados mortales contra personajes históricos como Ezequiel Zamora o Joaquín Crespo, se produjeron sin estar ambos en ejercicio efectivo y pleno del poder.





Hay que agregar, además, el carácter polémico de su actuación. Sea como fuere, lo que sí resulta un hecho indiscutible es que la personalidad de Delgado Chalbaud despertó entonces los más diversos sentimientos y opiniones. Históricamente, su actuación política ha sido, en general, apreciada desde una sola perspectiva: la de sus adversarios.

Rómulo Betancourt, por ejemplo, luego de haberlo calificado como el héroe “de la gloriosa juventud militar” que antes lo había acompañado en la toma del poder el 18 de octubre de l945, lo cubrirá después de dicterios en las páginas de Venezuela, política y petróleo. Allí lo acusa de no haber profesado “principios éticos exigentes”, aunque lo reconoce como “hábil, inteligente y con capacidad de maniobra”. Betancourt no ahorra sus ácidos comentarios, vertidos casi simultáneamente con el correr de los acontecimientos que envolvieron a ambos personajes: “No podía acercarse al pueblo porque su timidez y hasta alergia hacia la multitud se transformó posiblemente en rencor, al saberse objeto de una repulsa colectiva inocultable”. Y agrega de seguidas: “Fiel a sus hábitos aristocratizantes, sólo frecuentaba a la pequeña oligarquía de Caracas y no tenía especial interés en incursionar por los cotos vedados del Ministro de la Defensa y competidor suyo en la cuestión del poder: los cuarteles” (R. Betancourt, obra citada, página 579).

La opinión de Rómulo Gallegos sobre su antiguo delfín y luego Ministro de la Defensa, no puede ser más rotunda y dura: “El y yo no fuimos en el episodio de noviembre pasado –escribió posteriormente– sino sendos instrumentos de dos ideas contrapuestas en el campo de la política venezolana: yo tuve la fortuna de ser escogido por la mejor de ellas; él sobrelleva la responsabilidad de haberse puesto al servicio de la otra” (Citado por S. A. Consalvi, Auge y caída de Rómulo Gallegos, página 35). Como en sus propias novelas, el escritor proyectó sobre la realidad política la dicotomía entre civilización y barbarie, entre los personajes buenos y los malos.

La verdad es que el ilustre escritor, armado de la voluntad popular que lo eligió abrumadoramente en diciembre de 1947, terminó impotente ante la fuerza militar, al igual que José María Vargas en el siglo XIX. Fue otra víctima más de la tragedia recurrente del civil ante el militar incivil, apoyado aquél en la razón y éste en la fuerza. El de Gallegos fue un gesto apenas, lleno de intenciones y de principios. Pudo más, pues, la razón de la fuerza que la fuerza de la razón, para citar un lugar común algo trillado, pero que no por esto deja de ser enteramente valedero. Por el camino recto de la civilidad entró entonces el presidente Rómulo Gallegos a la historia, al igual que antes lo hicieron el doctor Vargas y el legislador Fermín Toro.

Otros, en cambio, han destacado las virtudes del malogrado militar. Citemos al respecto dos opiniones de quienes en ningún modo estuvieron vinculados políticamente con el personaje. El historiador Ramón J. Velásquez resaltó su honestidad al afirmar que “como no tomaba parte en francachelas, ni orgías y demostraba total desinterés por los negocios, muy pronto inspiró respeto y se le llamaba con sincero acatamiento, `Señor Presidente´” (R. J. Velásquez, Venezuela Moderna, 153). Por su parte, Rafael Caldera, entonces jefe máximo de Copei, escribió en el diario El Gráfico, al comentar su trágica muerte, lo siguiente: “Delgado Chalbaud fue hombre inteligente, comprensivo y por todos los relatos que se han hecho supo morir valientemente. Inteligencia, comprensión y valentía han sido precisamente las cualidades que ha tenido siempre a más orgullo el gentilicio. Muere en plena juventud y en la cumbre de su carrera política” (Citado por J. Rodríguez Iturbe, Crónica de la Década Militar, página 51).

Una opinión interesante sobre la condición militar de Delgado Chalbaud la emitió entonces el embajador de Estados Unidos, Frank Corrigan, en un extenso informe al Departamento de Estado norteamericano, fechado el 24 de febrero de 1.947. Allí presenta la figura de Delgado Chalbaud como la de un militar profesional con amplio mando en las Fuerzas Armadas, al contrario de lo que opinaban al respecto el propio Betancourt e, incluso, oficiales como Pérez Jiménez y Llovera Páez.

Corrigan afirma que el entonces presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno, Rómulo Betancourt, estimuló al mayor Mario Vargas como contrafigura del entonces ministro de la Defensa, alegando que este ejercía sobre el militar “un dominio psicológico debido a su mejor preparación y fuerte personalidad”. Y agrega de seguidas: “Betancourt no tiene este ascendiente sobre Delgado Chalbaud, quien es su igual en inteligencia y tal vez lo equipara en fortaleza de carácter” (Consalvi, obra citada, página 66). Independientemente de lo correcta o no que sea esta opinión del embajador de Estados Unidos, habría que suponer que tenía fuentes de información confiables sobre un personaje de la importancia del Ministro de la Defensa.

Como puede constatarse, las diversas opiniones citadas ratifican que la personalidad del coronel Delgado Chalbaud continúa siendo un enigma, cumplidos ya 73 años de su asesinato en pleno ejercicio de la presidencia de la Junta Militar que gobernaba al país entonces.