El derrocado fue el internacionalmente reconocido novelista Rómulo Gallegos, para muchos merecedor del Premio Nobel, figura brillante de las letras venezolanas, el cronista de Canaima, de Doña Bárbara, de Cantaclaro, de tánta buena literatura venezolana, quien cometió errores de conducta –no de corrupción-, y fue impunemente despachado fuera del país por los entonces tenientes coroneles Carlos Delgado Chalbaud –posteriormente asesinado en necia acción personal-, Marcos Pérez Jiménez, Felipe Llovera Páez y otros a los cuales Gallegos no aceptó que le impusieran asuntos salariales, terquedad que pudo haber arreglado hablando con ellos, pero el escritor, empecinado y consciente de la jerarquía presidencial en democracia, se negó a escucharlos.
Por eso con las armas en la mano lo sacaron en volandas de Miraflores y lo patearon fuera del país a sólo 9 meses de haber asumido la Presidencia y, con él, comenzó el acoso, la persecución, las cárceles y las muertes de los militantes y los dirigentes de Acción Democrática.
Llevaba Venezuela muchos años tras la muerte de Gómez, tras haber sido derrocado también un militar de carrera, Isaías Medina Angarita por una confusa y errónea “revolución” en 1945, en la cual, no sabemos si con acuerdo a no de Gallegos, participó la todavía nueva Acción Democrática que tenía a Gallegos como símbolo pero a Rómulo Betancourt como jefe ejecutivo. Pero Betancourt entregó el Gobierno que fue muy criticado, voluntariamente , y organizó y convocó a las primeras elecciones populares, democráticas y libres en todo el país, en las cuales la mayoría eligió a Gallegos.
Los militares querían sus aumentos salariales –estuviesen justificados o no- de inmediato y Rómulo Gallegos se opuso a recibir órdenes de quienes por ley eran sus subordinados. Gallegos se enfrentó con argumentos de ley y de mandato constitucional y los militares calaron bayonetas y sacaron tanques y ametralladoras a las calles.
Después una Junta de Gobierno, seguidamente las elecciones retorcidas para simular la legitimidad de Marcos Pérez Jiménez, finalmente, tras el intento de otra trampa militar, el derrocamiento de Pérez Jiménez por los mismos militares en enero de 1958.
No entramos aquí a juzgar las calidades de los gobiernos, democrático y libre el derrocado de Medina Angarita, el ilegítimo pero tendiente al regreso a la democracia de la junta presidida por Betancourt, los nueve meses de legitimidad de Rómulo Gallegos tras los cuales la Patria parió diez años de tiranía militar. Lo que cuenta es la legitimidad constitucional, la voluntad de la ciudadanía, que ahora avanza con dudosas perspectivas hacia 2024.
Ya en 1959 Gallegos pudo regresar a aquella Venezuela avergonzada pero no quiso inmiscuirse en política, puso sus dedos sobre las teclas de su máquina de escribir y dejó al también mayoritariamente electo en diciembre de 1958 Rómulo Betancourt que, enfrentado a golpes militares y a la guerra de guerrillas desencadenada y financiada por Fidel Castro. Pudieron casi matarlo entre dos tiranos del Caribe, Trujillo en República Dominicana, Fidel Castro en Cuba, pero no lo mataron y pudo, así, entregar constitucionalmente la Presidencia a Raúl Leoni.
Justo es reconocer que la dirigencia de Acción Democrática y su candidato Gonzalo Barrios, cinco años después tras soportar tres divisiones, tuvieron el coraje democrático de reconocer la victoria de Rafael Caldera por menos de 40.000 votos para hacer un mediocre gobierno hasta que Carlos Andrés Pérez y Acción Democrática barrieron con él llevándose por delante a quien hubiera sido un Presidente fuera de serie, Lorenzo Fernández.
La presencia militar fue política e inteligentemente manejada por Acción Democrática desde 1958 hasta 1999 cuando las mayorías venezolanas, trabajadores, empresarios, medios de comunicación, respaldaron a un Hugo Chávez que horas después traicionó a todos en La Habana.
Venezuela ha perdido su democracia, su libertad y su impulso, y los militares han tenido mucho que ver. Y más vergonzoso aún es que uno de sus sacrificados e irrespetados haya sido Rómulo Gallegos.