La familia Baekeland había hecho su fortuna en los Estados Unidos a principios del siglo XX, cuando Leo Baekeland, un químico belga, inventó la baquelita, el primer plástico del mundo, que se utilizó desde radios y discos hasta extremidades artificiales y bombas atómicas. Su nieto, Brooks Baekeland, futuro esposo de Bárbara, era un engrupido con aires de actor de Hollywood: un perfecto imbécil con todo el dinero del mundo. Le encantaba andar por los sets de filmación.
Por TN
Una de las hermanas de Brooks, Cornelia, le presentó a una amiga que también buscaba conquistar un lugar en el cine; se llamaba Barbara Daly, una belleza pelirroja, de madre neurótica y de padre suicida que se quitó la vida respirando monóxido de carbono encerrado en el automóvil cuando ella tenía 10 años. Frente a semejante tragedia, Nini, su mamá, simuló que se había tratado de un accidente, pues de otra manera no podría cobrar el seguro de vida de su marido. Con el dinero del seguro, se mudaron a Nueva York, pero no a cualquier lugar de la ciudad sino al Delmonico, el hotel más caro.
Una de las diez mujeres más bellas de la ciudad
Barbara, con el tiempo, fue considerada una de las diez mujeres más bellas de la ciudad. Como modelo, tuvo excelentes contratos con Vogue y con Harper’s Bazaar. Comenzó a frecuentar las reuniones sociales y se convirtió en un referente de la vida mundana neoyorkina. Sedujo a cuanto admirador millonario se le cruzó, y fueron muchos. Pronto Hollywood se fijó en ella y, aunque no consiguió un rol importante en ninguna película, se hizo de muchas amistades. Una de ellas fue Cornelia “Dickie” Baekeland, quien le presentó a su hermano menor, Brooks. Bárbara estaba segurísima de que ese era el hombre que buscaba. Y Brooks decía que de ella, además de su asombrosa hermosura, le encantaba la seguridad que tenía en sí misma.
Barbara, para apurar las cosas, fingió que estaba embarazada y se casaron rápidamente en California. Brooks se sorprendía constantemente con su esposa y la redefinía todo el tiempo. Dijo de ella que “tenía travesuras en la sangre”. Barbara no solamente tenía “travesuras en la sangre” sino, además, serios problemas psicológicos. No le contó a su marido que la trataba un célebre psiquiatra de Nueva York, llamado Foster Kennedy. Cuando el psiquiatra se enteró de que Barbara se había casado con Brooks solo dijo: “¡Dios no quiera que tengan un hijo!”. El 28 de agosto de 1946 Bárbara y Brooks tuvieron a su hijo Antony, o Tony.
Fascinados por la personalidad avasallante y singularmente atractiva tanto de Barbara como de Brooks, lo más selecto de la alta sociedad de la ciudad asistía a los salones de estilo parisino que los Baekelands habían preparado en su casa, en el próspero distrito de Upper East Side (o UES) de Nueva York. Allí iban Salvador Dalí, Tennessee Williams y Dylan Thomas, entre otros. Talento, excentricidad, ingenio, amenidad. Eran veladas despreocupadas y, a veces, atrevidas. En una reunión, los hombres se escondieron detrás de una pantalla, ocultando sus rostros y la parte superior del cuerpo, y se quitaron los pantalones mientras les pedían a sus esposas que adivinaran qué mitad inferior pertenecía a cuál esposo.
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