En los albores del 2024, retomo mis habituales reflexiones sobre el mundo en que vivimos, tras unos meses de pausa dedicados a organizar una nueva etapa de la vida más allá de la hospitalaria Colombia, que junto a mi esposa nos acogió generosamente durante 21 años. Razones preventivas de salud, y la culminación de un productivo ciclo de dedicación académica determinaron un cambio de residencia, dejando hacia Colombia sentimientos de gratitud a lo largo de un tercio de mi vida útil, con un balance enriquecedor y de entrañables amistades, a quienes extraño vivamente.
Cada inicio de año es propicio para hacer un balance del año precedente, y tratar de avizorar el futuro. El 2024 en particular se perfila como uno de los más complejos de los últimos lustros, en un entorno geopolítico mundial difícil e impredecible, al cual se suman importantes cambios políticos en los meses venideros. De una parte, dos conflictos bélicos internacionales de gran dimensión marcan la agenda planetaria, a saber: la prosecución de la confrontación Rusia-Ucrania, próxima a cumplir dos años, con un doloroso balance de pérdidas materiales y humanas sin que se vea aún cercano su final, y de otro lado, la trágica evolución de la guerra Israel-Hamas, con un resultado de destrucción y decenas de miles de muertos, que amenazan con complicar más la inestabilidad en el convulsionado Medio Oriente.
La temeridad del grupo terrorista Hamás al atacar con sevicia a Israel y capturar a numerosos rehenes, ha terminado por generar sufrimientos inenarrables al propio pueblo de Gaza, dada la reacción virulenta de Israel, con un resultado de unas 23.000 muertes del lado palestino, y más de un millar en Israel. El involucramiento de Irán tanto en el ataque de Hamás contra Israel, como en el apoyo al movimiento terrorista Hezbollah en el sur del Líbano, y a la secta de los Huthíes en Yemen, que ataca buques y afecta el transporte marítimo por el Mar Rojo y el Canal de Suez, configuran riesgos latentes de una extensión del conflicto en la región. Los esfuerzos de Estados Unidos a través de las visitas de Biden y del Secretario de Estado Blinken a Israel, a la Autoridad Palestina, a Qatar y Arabia Saudita, entre otros, no ha logrado amainar el conflicto, ni mucho menos que se logre un alto al fuego. Aflora de nuevo la conclusión, latente desde 1948, de que la solución del problema dependerá de la creación futura de un Estado Palestino y de un acuerdo de paz con Israel, pero cuando en el pasado se estuvo cerca de un entendimiento, como ocurrió en Oslo en 1993, los grupos radicales de lado y lado impiden que se materialice. En la actualidad, la coalición ultraconservadora que preside Benjamín Netanyahu aunque desgastada en su popularidad, pretendería el control militar de Gaza, haciendo más difícil un pronto desenlace del conflicto.
En otro ámbito, la implacable invasión rusa a Ucrania, y la reacción internacional a la obsesión imperial de Putin siguen sin alteración, y hacen aún incierta la situación para Ucrania, dada la contumaz arremetida rusa, el limitado resultado de la contraofensiva emprendida por ese país en 2023, y ahora, por las diferencias en Estados Unidos entre republicanos y demócratas sobre el apoyo brindado a Ucrania, y la resistencia republicana a aprobar nuevos recursos, como también hay que decir, han surgido algunas fisuras en el ámbito de la Unión Europea respecto a la ayuda a Ucrania.
En el Lejano Oriente, surgen nuevas tensiones en torno al caso China-Taiwán y los renovados anuncios de Xi Jinping de que la unidad de China constituye un objetivo insoslayable. Entre tanto, en las elecciones presidenciales en Taiwán del presente mes de enero, triunfó el candidato prooccidental, William Lai, quien asumirá el timón en tiempos turbulentos contando con la desconfianza de China Popular. Y de otro lado, el desequilibrado gobernante de Corea del Norte Kim Jong-Un, amenaza a Occidente, y continúa su ofensiva de lanzamiento de misiles de corto y mediano alcance y de avances en su programa nuclear, en un país pobre, que dedica todos sus limitados recursos a un incomprensible programa militar.
Por su parte, Estados Unidos celebrará elecciones este año, teniendo como protagonistas al presidente Biden por el lado demócrata y a Donald Trump por el bando republicano. Nunca esa gran nación ha estado tan polarizada, mostrando indicios de decadencia. Trump está amenazado por las decenas de procesos judiciales abiertos en su contra, en tanto que Biden tiene como “hándicap” su avanzada edad y condiciones físicas. No es descabellado especular en el panorama electoral de esa gran nación, que no cuaje la candidatura de ninguno de ellos, y que surgiera una nueva baraja de candidatos. En todo caso, lo que allí ocurra tendrá innegables efectos sobre la geopolítica mundial. En Europa, preocupan los compromisos asumidos en España por Pedro Sánchez con los grupos independentistas vasco y catalán, en medio de una acalorada agenda legislativa que genera también una polarización política de dimensiones nunca vistas desde la transición del franquismo a la democracia, y de la vigencia de la Constitución de 1978. Es de notar además el avance en Europa de corrientes políticas catalogadas como nacionalistas de ultraderecha, como ha sido el caso de Hungría, Polonia, Chequia, Holanda, los países escandinavos, Alemania, Francia, y guardando las distancias Italia, en buena parte alentadas por las dimensiones colosales que ha cobrado el tema migratorio en Europa.
Otros procesos electorales tendrán lugar en el mundo en 2024. En América Latina, tras los virajes a la derecha en Argentina, Ecuador y Paraguay, y el panorama electoral incierto en Guatemala, se prevén elecciones en México, Venezuela, República Dominicana, El Salvador y Uruguay, y más allá del hemisferio americano, en India, y como se dijo, en Taiwán. Particular atención merece el caso de Venezuela, dado el aplastante resultado de las elecciones primarias opositoras que favorecieron a María Corina Machado, ilegalmente inhabilitada por el régimen, ante lo cual Machado ha presentado ante el Tribunal Supremo de Justicia, que no es más que un apéndice del gobierno, un recuso de revisión. Esta vía, abierta a raíz de los acuerdos alcanzados con mediación internacional, puede resultar en una espada de Damocles. Si el TSJ confirma la inhabilitación, abriría una crisis política de grandes dimensiones. En tanto que, de levantarse, cosa en mi opinión poco probable, dado el afán de perpetuación del régimen a cualquier costo, se abriría una salida constitucional y pacífica hacia el rescate de la libertad y la democracia, como es el anhelo de la mayoría de los venezolanos. No es tampoco ajena la crisis política y de polarización que prevalece en Colombia bajo la presidencia de Gustavo Petro y sus polémicas reformas, como es también relevante, en otro ámbito, el resultado del audaz plan de liberalización de la economía que impulsa el nuevo mandatario argentino Javier Milei, pues encontrará resistencias en el sindicalismo y en el radicalismo peronista. Tampoco la tiene fácil el presidente Noboa en Ecuador, ante la arremetida feroz del crimen organizado, empeñado en convertir a ese otrora pacífico país, en un narcoestado. Es así casi obvia la conclusión en que el panorama mundial del 2024 será en extremo difícil, en un entorno además de desaceleración de la economía global, incluyendo a China y al mundo desarrollado, mientras que según estimaciones del FMI, América Latina registrará un mediocre crecimiento del PIB del 1,9%, que no ayudará a aliviar sus acuciantes problemas sociales. Que Dios nos tenga de su mano, y que al final del año que apenas se inicia, podamos presentar un panorama más alentador que el del momento presente. Reciban mis mejores votos por un feliz 2024