No quería ayudar en su casa y sus padres lo llamaban “el hijo del pecado”: el día de rabia de un joven que terminó con 16 muertes

No quería ayudar en su casa y sus padres lo llamaban “el hijo del pecado”: el día de rabia de un joven que terminó con 16 muertes

Eric Borel asesinó a su familia en Solliès-Pont el 23 de septiembre de 1995 y después caminó varios kilómetros hasta el pueblo de Cuers, donde continuó su matanza al día siguiente, matando a tiros a otras doce personas e hiriendo a cuatro más (Pascal Parrot/Sygma/Sygma via Getty Images)

 

El sábado 23 de septiembre de 1995, a las 18 horas, comenzó la masacre que Éric Borel (16) tenía en mente. Empezó por su propia casa rural en Sollies-Pont, Francia. Tomó el rifle Anschütz calibre .22 del ropero de su padrastro y bajó la escalera. Lo odiaba tanto. Al sentir que alguien entraba a la cocina Yves Bichet se dio vuelta. Sorprendido de ver armado a su hijastro trató de quitarle su propio rifle de las manos. Pelearon durante unos segundos, pero Éric logró disparar cuatro veces.

Por infobae.com





Bang bang bang bang.

Yves fue el primero de muchos en caer bajo la ira explosiva de Éric quien, no viéndolo del todo muerto, fue a buscar un gran martillo y le aplastó la cabeza.

¡Bum!

Con su pétrea mirada verde, el adolescente siguió camino hacia la sala donde estaba su medio hermano Jean Yves (11) mirando televisión. Tiró a quemarropa. Bang. Luego, por las dudas, usó un bate de béisbol para darle en el cráneo.

¡Bum!

El golpe sonó seco y definitivo.

Limpió las huellas de sangre a conciencia y se sentó a esperar a que su madre llegara de misa. No estaba conmovido por lo que había hecho, solo expectante y con su deseo de muerte amartillado. La furia lo mantenía en alerta.

Marie Jeanne (36) llegó alrededor de las 20.30. Apenas entró a su casa, su hijo fue letal: un solo disparo al medio de la cabeza.

Bang.

No tuvo necesidad de usar ni el bate ni el martillo. Volvió a limpiar con manía. Cubrió los cuerpos con sábanas blancas y cerró todas las persianas y puertas. En una mochila empacó comida, dinero, un impermeable, un mapa de Limoges, unos anzuelos de pesca, una daga, una pistola y varias cajas de municiones. Se subió al auto con el rifle sobre la falda y se dirigió hacia el pueblo de Cuers.

No era ningún experto manejando, ni siquiera tenía licencia para conducir. Un poco más adelante chocó contra una pared. Decidió seguir a pie. Era noche cerrada. Tomó su bolso y su arma larga y empezó a caminar. El aire era otoñal, no hacía demasiado frío. Se tiró en medio de los viñedos para descansar y dormitar por unas horas. Faltaba mucho por hacer.

La masacre continúa

A la una de la madrugada, el hermanastro mayor de Éric, Jean-Luc Bichet, llegó a la casa de sus padres. Estudiaba en Antibes y solía ir los fines de semana a visitarlos. Abrió la puerta con su llave, todos estarían durmiendo. Encendió las luces de la planta baja y horrorizado vio las siluetas de los cuerpos bajo unas sábanas. Llamó a la policía.

Algunas contradicciones en sus dichos lo ubicaron en el primer puesto del podio de sospechosos.

Todos buscaban esa noche a Éric quien no aparecía por ningún lado. ¿Estaría muerto también él?

El adolescente impasible dormía bajo la vegetación. Cuando empezó a clarear, ese domingo 24, y el sol derramó un poco de su calidez, se levantó decidido a seguir sembrando pavor.

Iba vestido con un jean negro y una campera de cuero también negra. Se movía con frialdad con la carabina colgada de su hombro.

A las 7:15 de la mañana, tocó la puerta de la casa de su compañero de colegio Alan Guillemette (17). La madre, extrañada, abrió. Éric le pidió que despertara a su hijo. Cuando Alan salió al jardín medio adormecido ambos se quedaron unos segundos hablando. Discutieron. Eric quería que huyeran juntos, eso se cree. Alan no se plegó a sus ideas y le dio la espalda para volver a entrar a su casa. Error fatal.

Bang.

Éric le disparó por la espalda dejándolo mortalmente herido. La madre entró en pánico y corrió a llamar a la policía y a emergencias.

Éric siguió imperturbable su ruta de unos dos kilómetros hacia el centro de Cuers. La matanza continuó al azar. Quien se cruzara con él caería bajo la lluvia de sus balas rabiosas.

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