Por solo mirarle a los ojos fulminaba vidas. Cualquier gesto, por pequeño o insignificante que fuera, le servía para castigar con la más sádica tortura. La maldad en Auschwitz fue superlativa, pero este grado de horror aumenta con creces cuando hablamos de Maria Mandel. Es conocida como “La bestia de Auschwitz”. Su apodo lo dice todo. Fue una de las nazis más sanguinarias de aquel campo de concentración y de exterminio: asesinó a medio millón de personas, entre mujeres y niños, superando a sus iguales masculinos que han pasado a la historia como grandes criminales contra la humanidad de la historia. Mandel falleció un día como hoy de 1948, hace 76 años, tras ser condenada a morir en la horca al grito de “¡Viva Polonia!”.
Por larazon.es
Mandel, tras una serie de fracasos laborales, se inició en la guardia nazi con 26 años, en la prisión de Lichtenburg, en Sajonia. Fue en 1939 cuando se trasladó al primer campo de concentración donde trabajó, en Ravensbrück, próximo a Berlín y solo de mujeres. Ya entonces sorprendió a sus superiores, por su frialdad y sus técnicas de castigo contra los prisioneros. Comenzó a formarse la siniestra fama que posteriormente consolidaría y llevaría al más extremo límite, perpetrando todo tipo de palizas y torturas. Por ejemplo, cuentan los expertos que aquellas prisioneras que no superaban ciertas inspecciones eran trasladadas a un búnker de castigo: allí, Mendel les humillaba flagelándolas hasta que no podían más. Eran obligadas a contar en voz alta los latigazos. También a mirarla a los ojos: quien no mantenía la mirada, no volvíamos a saber de ella.
Neus Catalá, una de las supervivientes españolas que estuvo encerrada en Ravensbrück, recordó en una ocasión aquellos momentos donde el frío y la muerte les amenazaban: “Muchos días nos quedamos allí hasta las nueve de la mañana, desde las cuatro de la madrugada. Sin haber bebido más que un agua que no era ni caliente. Lellamaban café, una cosa amarga que debían ser ortigas secas. Con eso en el cuerpo, vestidas de aquella manera, sin abrigarse nada, había que permanecer horas así. Cada día caían mujeres muertas. Cada día. Un día llegamos a sufrir los 30 grados bajo cero”. “Aquellas mujeres eran calaveras que nos miraban. Solo veías luz, ojos y calaveras. Y aquellas mujeres que nos miraban yo decía pero, ¿eso qué es? Hay muertos que nos están mirando. Tan tétrico… No hay nombre, el sufrimiento moral, aquel abandono… Salías del mundo. Decíamos, que salíamos del mundo, que allá ya no era el mundo”, recuerda esta exiliada republicana capturada en la resistencia francesa.
La personificación del mal
Todo empeoró (si cabe) cuando llegó a Auschwitz, el 7 de octubre de 1942. Allí fue ascendida a SS-Lagerführerin, que significa Jefa de Campo. Su poder sobre los prisioneros y gran parte de los nazis era absoluto, solo por debajo del comandante Rudolf Höss. Era, quizá, la mujer más poderosa de la Alemania nazi. Los testimonios le hacen digna del apodo de bestia, le definen como la personificación del mal, como un diablo de carne y hueso. Mandel ahogaba a niños recién nacidos en cubos de agua, enviaba embarazadas al crematorio, incluso se excitaba con los experimentos médicos de su amigo y amante ocasional, el doctor Mengele. También mataba a quien se atrevía a mirarla o a caminar despacio, y se encargaba de seleccionar las personas que iban a la cámara de gas, a quienes les iban a extraer órganos o les iban a amputar miembros. Algunos de sus prisioneros los llamaba sus “mascotas judías”, y cuando se cansaba de ellos los enviaba a la cámara de gas. Torturaba a todas las mujeres, fueran jóvenes, niñas, adultas o ancianas, y cuentan los expertos que a Mandel le gustaba vestir guantes blancos para ver cómo se impregnaban de la sangre de las mujeres que eran flageladas.
Mandel vio finalizar la Segunda Guerra Mundial en el campo de concentración de Dachau, y una vez terminó la contienda huyó hacia Austria, su país natal. Pero allí la detuvieron, para después interrogarle y realizarle el castigo justo a sus innumerables crímenes. Fue juzgada por crímenes contra la humanidad por un tribunal de Cracovia, se le atribuyeron 500.000 muertes y se le sentenció a muerte. Murió con 36 años a primera hora de la mañana, la misma hora que las alarmas sonaron en Auschwitz para que las presas entendiesen que podían salir de sus barracones.