En los meses transcurridos desde que Hamas cometiera la peor atrocidad contra los judíos desde el Holocausto, el conflicto se ha extendido por Medio Oriente. En total, diez países están inmersos en combates. En Gaza, soldados israelíes y Hamas siguen matándose entre sí, mientras dos millones de personas se enfrentan a la hambruna.
Al otro lado de la frontera con Líbano, Hezbollah e Israel libran una guerra de baja intensidad. En Yemen, los hutíes atacan buques de carga, agravando la crisis financiera en Egipto y provocando represalias por parte de Estados Unidos y Gran Bretaña. El asesinato de tres gis en Jordania el 28 de enero a manos de milicias en Irak podría desencadenar un enfrentamiento entre Estados Unidos e Irán, que patrocina el “eje de resistencia”.
Es fácil desesperarse, pero hay una salida. En medio de una intensa diplomacia, liderada por Estados Unidos y Arabia Saudí, está tomando forma un acuerdo transformador.
Su novedad, según hemos sabido, consiste en utilizar una propuesta de liberación de rehenes para reajustar la política israelí; utilizar ese reajuste para abrir una vía hacia un Estado palestino; y luego utilizar el compromiso de Israel con ello como base para un acuerdo entre éste y Arabia Saudí, en el que el reconocimiento mutuo esté apuntalado por garantías de seguridad estadounidenses. Los funcionarios afirman que las probabilidades de llegar a un acuerdo sobre los rehenes pueden ser del 50% y, con ello, las probabilidades de un acuerdo saudí-israelí también podrían ser del 50%.
El premio está lejos de ser seguro, obviamente, pero promete una nueva arquitectura económica y de seguridad en Oriente Medio.
Un motivo para la esperanza es que Israel quizá desee hacer una pausa en la campaña. Muchos israelíes están desesperados por volver a casa con sus rehenes, y los combates no los liberarán. Israel ha avanzado hacia sus objetivos militares.
Hamas ha perdido la mitad de su territorio, la mitad de sus combatientes (según el ejército israelí), posiblemente un tercio de sus túneles y muchos de sus dirigentes (pero no los de mayor rango). A partir de ahora, Israel se enfrenta a rendimientos decrecientes, además de un número cada vez mayor de víctimas civiles en Gaza y el correspondiente daño a su reputación.
Otro motivo de esperanza es que Estados Unidos, Egipto, los Estados del Golfo y Arabia Saudí también tienen buenas razones para colaborar. A medida que la guerra se ha ido extendiendo, todos estos países han visto el alcance de la influencia maligna de Irán.
A través de sus apoderados regionales, armados con drones y misiles, Irán está intentando sembrar el caos regional incluso cuando trata de evitar una guerra directa con Israel o Estados Unidos.
Todos quieren impedir que el régimen carroñero de Irán emerja como potencia regional, capaz de amenazar a Israel y al Golfo y de pedir rescate por el comercio mundial. Eso sería una burla a la disuasión estadounidense. Nadie quiere ver una guerra ruinosa que enfrente a Estados Unidos e Israel contra Irán. La paz es la única salida.
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