6 de junio de 1985. Cementerio de Embú, Brasil. Romeu Tuma, el jefe de la policía federal brasilera, mira, circunspecto, las maniobras. Da algunas órdenes, exagerando algún ademán. Sabe que lo están mirando y que al día siguiente su foto estará en la tapa de los diarios. Tres empleados del cementerio ya levantaron la tierra y, con cuidado, subieron a la superficie el cajón. Hay decenas de fotógrafos y camarógrafos (en el medio de ellos, camuflados, debe haber varios agentes secretos). Todavía las máquinas hacían ruido con cada foto. Click. Click.
Por infobae.com
Un forense, el Doctor De Mello, controla las maniobras de apertura del féretro desgastado por la tierra y el paso del tiempo. Hay, también, un par de funcionarios brasileros. A un costado cuatro hombres de traje, rubios. Son Sepp Wolker, el cónsul alemán en San Pablo y tres oficiales investigadores de la policía de, en ese entonces, Alemania Federal. Uno de ellos también saca fotos. Click. Click. En un rincón, algo más alejado del resto, un matrimonio mayor. Apenas se abre el féretro, la mujer comienza a llorar con congoja. Se tapa la cara con las manos y da un inútil paso atrás para intentar pasar desapercibida. Son los Bossert, la pareja que cobijó al muerto los últimos años de vida en Brasil y los que lo enterraron, bajo un nombre falso, en ese cementerio. La policía exigió que estuvieran presentes para que señalaran con exactitud en el lugar en el que yacían los restos.
El Jefe Tuma sigue de cerca el procedimiento y da órdenes innecesarias. Calcula que sale en cada una de las fotos, no sea cosa de que se queda fuera de las primeras planas del día siguiente. Click. Click.
Unos hombres con guantes manipulan los huesos. Lo primero en salir son la dentadura y el cráneo. El Dr. De Mello los examina y luego los muestra, con una mezcla de orgullo y solemnidad, a los periodistas (y a los curiosos que ya empezaron a amontonarse). Click. Click. Después los deposita con cuidado en un cajón blanco.
Cuando la extracción de los huesos finaliza, los periodistas se abalanzan sobre Romeu Tuma, quien había estado hablando con el Dr. De Mello. Querían saber si los restos pertenecían a quién todos creían. El Jefe de Policía antes de responder señaló al matrimonio Bossert que se retiraba cabizbajo y dijo que muy posiblemente se los investigara por haber cobijado a un criminal de guerra. Después respondió lo que todo el mundo quería saber: “Todavía no podemos afirmar con total certeza que se trate del cuerpo de Joseph Mengele. Recién eso lo sabremos en dos semanas. Pero los primeros indicios indican que después de años de búsqueda, al fin, hemos dado con él”.
Para entender qué había sucedido hay que retroceder más de seis años, hasta el 7 de enero de 1979. Esa tarde, en Bertioga, un pequeño pueblo costero del estado de San Pablo, es como cualquier otra; allí todos los días se parecían entre sí. Sus pocos habitantes pasan las tardes en la playa. Un verano apacible y caluroso. Hasta que esa tarde, de la que hoy se cumplen cuarenta y cinco años, un suceso desarma la tranquilidad cotidiana. Un cuerpo yace en la arena. Un hombre mayor fue escupido por el mar. Lo rodean tres personas. Domina el silencio. Ninguno hace demasiados esfuerzos por reanimarlo. Es evidente que el hombre ya está muerto.
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