La señora Delia Budd no sabía leer, de modo que tuvo que esperar la llegada de su hijo mayor, Edward, para conocer el contenido de la carta que el correo le había dejado esa mañana. Edward tenía 24 años, trabajaba de lo que podía y la lectura no era una de sus mayores habilidades. Quizás por eso, antes de comenzar a leer en voz alta, comenzó a recorrer el texto, para no trabarse y decirlo mejor. No llegó a pronunciar una sola palabra, mientras su madre lo veía palidecer y cerrar los puños arrugando el papel que había tomado con las dos manos.
Por infobae.com
-¿Qué dice, Edward? – le preguntó alarmada la señora Budd.
Solo entonces, el hijo pudo hablar:
–Hay que ir a la policía, es sobre Grace – atinó a contestar.
Corría noviembre de 1934 y Grace Budd -la hija de Delia y la hermana de Edward- llevaba más de seis años desaparecida, desde principios de junio de 1928, cuando salió de la casa familiar tomada de la mano de un hombre que se había presentado como Frank Howard para ir a un cumpleaños. La nena tenía diez años y estaba tan entusiasmada que sus padres no dudaron en dar su permiso para que fuera a la fiesta que proponía el señor Howard, ese hombre tan amable que conocían desde hacía muy poco y había prometido darle empleo a Edward en su granja.
En la comisaría de Manhattan -que por entonces no era lo que es hoy- conocían bien a la familia Budd y se compadecían de ella. El secuestro de la niña había sido un golpe doloroso incluso para esos polis duros de la Nueva York de la década del ‘30. Y también un fracaso, porque la única pista que creyeron tener había terminado en un callejón sin salida.
Ocurrió en septiembre de 1930, cuando detuvieron a Charles Edward Pope, un administrador inmobiliario de 66 años acusado por su mujer de ser el secuestrador. Pope, que era muy parecido al “señor Howard”, tanto que se lo podía confundir con él, pasó 108 días detenido hasta que quedó claro que no tenía nada que ver con la desaparición de Grace y que la acusadora, su propia mujer, era una mitómana desequilibrada.
Desde entonces, nada: Grace seguía desaparecida y la verdadera identidad y el paradero del “señor Howard” era un misterio. Hasta que llegó la carta.
Una confesión brutal
La carta, anónima, estaba plagada de faltas de ortografía (que aquí no se reproducirán) pero cada una de sus palabras hería como un puñal. Estaba dirigida a “Mrs. Dudd” y empezaba con una historia delirante sobre niños vendidos como carne durante una supuesta hambruna de 1894 en China. Después entraba en materia y decía:
“El domingo 3 de junio de 1928 llamé a su puerta en la calle 15, 406 oeste. Llevaba queso y frutillas, y almorzamos. Grace se sentó en mi regazo y me besó. Con el pretexto de llevarla a una fiesta, le pedí que le diera permiso, a lo que usted accedió. La llevé a una casa vacía que había elegido con anterioridad en Westchester (…). Cuando llegamos, le dije que se quedara afuera. Mientras ella recogía flores, subí y me desnudé. Sabía que si no lo hacía podría mancharme la ropa con su sangre. Cuando todo estuvo listo, me asomé a la ventana y la llamé. Entonces me escondí en el armario hasta que ella estuvo en la habitación. Al verme desnudo, comenzó a llorar y trató escapar por las escaleras. La atrapé y me dijo que se lo diría a su mamá (…). ¡Cómo pataleó, arañó y me mordió! Pero la asfixié hasta matarla. Luego la corté en pequeños pedazos para poder llevar la carne a mi habitación. Me llevó nueve días comerme su cuerpo entero”.
Cuando venció el espanto que le provocó la carta, el sargento detective William King reparó en un detalle. El secuestrador y asesino de Grace había cometido un error: el sobre en el que había llegado la carta tenía impreso un pequeño símbolo hexagonal con las siglas “N.Y.P.C.B.A.”, las siglas de la “Mutua Privada de Chóferes de Nueva York”.
Por primera vez en años había un hilo del cual tirar.
A la caza del “hombre gris”
Con la pista del sobre, el sargento King puso manos a la obra para atrapar al “hombre gris”, como la policía había apodado al falso Frank Howard. En la asociación de choferes de Nueva York, uno de los empleados de la compañía les dijo a los detectives que los sobres no estaban al alcance de todos, pero que él, por sus funciones, más de una vez se llevaba algunos a su casa, para luego depositar las cartas en a la mañana siguiente en un buzón cercano. Y dio una nueva pista: se había mudado unos meses atrás, dejando olvidados algunos de esos sobres con membrete en el departamento anterior, en un complejo del 200 East 52nd Street.
La administradora del complejo de departamentos aportó un dato más, que resultaría decisivo. Hasta pocos días atrás, un hombre de más de 60 años había ocupado el mismo departamento que el empleado de la Mutua Privada de Chóferes de Nueva York, pero ya no vivía allí.
Los policías le pidieron el nombre del inquilino y una descripción: se llamaba Albert Fish y la descripción que dio la mujer podía encajar en la que tenían del “hombre gris”. Creyeron que se les había escapado por un pelo hasta que la encargada les dio una nueva esperanza. El hijo del señor Fish, les dijo, le mandaba un cheque todos los meses y, antes de mudarse, el inquilino le pidió que cuando llegara el próximo se lo guardara, que él lo pasaría a buscar.
El 13 de diciembre de 1934 Albert Fish fue interceptado por el sargento King y otro detective cuando entraba al complejo para retirar su cheque. En un primer momento, el “hombre gris” aceptó acompañarlos a la comisaría para ser interrogado, pero cuando se dirigían al móvil policial sacó una navaja, los amenazó e intentó escapar. Lo desarmaron y lo esposaron.
En el primer interrogatorio confesó ser el autor de la carta y haber matado a Grace, pero insistió en aclarar que, en realidad, al principio había pensado en llevarse a Edward para matarlo porque era más grande y le proporcionaría más carne, pero que al ver a Grace había cambiado de opinión.
La historia de los crímenes del hombre a quien pronto los diarios estadounidenses llamarían “El vampiro de Brooklyn” y “El hombre lobo de Wysteria” apenas comenzaba a quedar al descubierto.
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