The Economist: América Latina necesita un nuevo enfoque para hacer frente al crimen organizado

The Economist: América Latina necesita un nuevo enfoque para hacer frente al crimen organizado

 

En 2019 Ecuador era un destino turístico tranquilo. La tasa de homicidios era inferior a siete por cada 100.000, aproximadamente la misma que en Estados Unidos. En 2023 era de casi 45 por 100.000, lo que lo convertía en el país más mortífero de América Latina continental, a su vez la región más violenta del mundo. Durán, en Ecuador, la ciudad más violenta del mundo, registró el año pasado una asombrosa tasa de 148 asesinatos por cada 100.000 habitantes. El país se ha visto arrasado por una oleada de delincuencia organizada, centrada en el contrabando de cocaína de Colombia a Europa a través de puertos ecuatorianos.

Por The Economist

El resto de América Latina también sufre las consecuencias de la expansión de los grupos delictivos transnacionales. Incluso las tranquilas Costa Rica y Uruguay están experimentando un aumento de la violencia.

En respuesta, los gobiernos de la región (incluido el de Ecuador) se han aficionado a las políticas de mano dura. Éstas incluyen la declaración del estado de emergencia, el encarcelamiento masivo e indiscriminado y el envío del ejército a las calles para mantener el orden. Estas tácticas han recibido el impulso de su aparente éxito en El Salvador. En marzo de 2022, el presidente, Nayib Bukele, declaró el estado de excepción después de que las bandas asesinaran a 87 personas en un solo fin de semana. Desde entonces, el gobierno ha encarcelado a casi 80.000 personas, más del 1% de la población.

La tasa de homicidios ha descendido hasta niveles cercanos a los europeos, y Bukele se ha convertido quizá en el líder electo más popular del mundo. En un referéndum celebrado el 21 de abril, los ecuatorianos respaldaron por abrumadora mayoría las medidas más duras contra la delincuencia propuestas por el Presidente Daniel Noboa, que incluían anular la prohibición constitucional de extraditar delincuentes, permitir que el ejército patrullara permanentemente las calles y las cárceles, y eliminar la posibilidad de excarcelación anticipada para los reclusos de buen comportamiento.

Pero aunque la mano dura parece haber ayudado a El Salvador, no funcionará en el resto de América Latina. Los grupos de delincuencia organizada de otros lugares son más ricos, están mejor armados y más globalizados que las bandas de El Salvador. Un enfoque más paciente y centrado, dirigido por las fuerzas policiales civiles y los tribunales, es la mejor manera de frenar la violencia a largo plazo.

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