En 1997, en medio del rugido incesante de la guerra civil argelina, Omar bin Omran, un joven de 17 años, desapareció sin dejar rastro. La última vez que se lo había visto, caminaba hacia un centro educativo cercano en Djelfa. El conflicto, que envolvía a Argelia en una espiral de violencia entre el gobierno y los grupos rebeldes islamistas, había dejado un rastro de sangre y desesperación. La familia de Omar, como tantas otras, asumió lo peor: que él había sido víctima de la brutalidad del conflicto.
Por: Infobae
Guerra y desesperación
La guerra civil argelina, que se extendió durante toda una década, fue un periodo oscuro en la historia del país. Más de 200.000 personas perdieron la vida y unas 20.000 fueron secuestradas. En este caos, la desaparición de Omar se confundió entre las estadísticas de tragedias cotidianas.
Su familia, sin embargo, nunca dejó de buscar respuestas. Con el paso de los años, su madre, hasta su muerte en 2013, mantuvo viva la esperanza de que su hijo regresaría algún día. Este anhelo se convirtió en su último deseo, un ruego persistente a las autoridades para que continuaran la búsqueda.
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