Entre Nando, Eduardo y Daniel existe una especie de hilo invisible que les une. Una complicidad con la que basta un gesto o una mirada para entenderse. Y es que, como ellos confiesan, los 72 días que pasaron atrapados en la cordillera de los Andes, en condiciones extremas (más de 30 grados bajo cero, entre otras) les hizo desprenderse de toda «máscara» o capa que cubre al ser humano cuando entra en contacto con la sociedad. «Fuimos la esencia del ser humano, nos desprendimos de todo, nos vimos como nadie más nos ha visto ni nos verá jamás en la vida. Creamos una sociedad única que quedó allí», dicen.
Por larazon.es
Esa conexión no pasa desapercibida 52 años después del trágico accidente del que solo salieron con vida 16 personas. Apenas habían cumplido los veinte años y se enfrentaban al mayor reto de su vida: sobrevivir. No resulta sencillo sentarse frente a estos tres superviviente y tratar de hallar nuevas respuestas a una tragedia sobre la que llevan hablando más de medio siglo. Sin embargo, surgen nuevos sentimientos de aquellos días que incluso les sorprenden a sus propios compañeros cuando los cuentan. Recuerdos que a día de hoy permanecen bajo la nieve y que una pregunta los desempolva para salir a la superficie y les traslada a ese Valle de las Lágrimas donde miraron de frente a la muerte y la desafiaron para comenzar una segunda vida, la que hoy viven.
La película de Juan Antonio Bayona, «La sociedad de la nieve» ha devuelto a la actualidad aquellos días de miedo «y ha permitido que las nuevas generaciones conozcan lo que sucedió, lo que padecimos», dicen. La historia de una supervivencia en medio de la nada como nunca antes se había vivido. «Si hubiéramos volado en un avión comercial nadie se habría salvado», reconoce Nando Parrado.
Y es que en el vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya que se estrelló en la cordillera de los Andes el 13 de octubre de 1972 viajaba el equipo de rugby Old Christians Club de Montevideo rumbo a Chile para una competición deportiva. Todos ellos se conocían. «Y eso nos salvó. Éramos personas del mismo barrio, colegio, del mismo ambiente social. Utilizábamos los mismos códigos y nos comprendíamos. Imagínate en un avión comercial con personas de diferentes edades, idiomas, educación, religiones, etnias…, no habría había esa compresión inmediata que nosotros sí tuvimos desde el inicio», explica a este diario Nando Parrado, quien junto a Roberto Canessa fueron los que iniciaron la expedición a través de la cordillera en busca de la civilización.
Por su parte, los primos Eduardo Strauch y Daniel Fernández Strauch fueron los que, entre otras labores, se encargaron de alimentar a los supervivientes a través de los cadáveres de sus compañeros. Un tema que fue tabú durante muchos años, incluso fuente de polémica, pero que en la actualidad nadie rebate. «Estuvimos dos meses comiendo carne humana, lo teníamos normalizado, era como comer arroz. Al salir al mundo el impacto fue gigante, incluso nuestros padres no sabían cómo manejarlo. Sinceramente somos los mayores expertos del mundo en supervivencia, nos consultan especialistas de todo el mundo. Nadie sabe más que nosotros sobre cómo actúa el ser humano frente a circunstancias tan difíciles», explica Eduardo, que junto a Nando y Daniel han visitado esta semana Madrid para participar en la Gala de los Valores organizada por la Fundación «Lo que de verdad importa».
Daniel, el más callado de los tres, es el único que no ha vuelto a pisar aquel inhóspito enclave andino, a diferencia de Nando y Eduardo quienes lo han hecho hasta 13 y 20 ocasiones respectivamente. «No he podido regresar allí porque es donde pasé lo peor de mi vida y, al mismo tiempo, lo mejor a nivel espiritual. Cuando nos sacaron en helicóptero de allí y vi la que había sido nuestra casita, el resto del fuselaje, pensé que jamás volvería. Eso sí, cuando muera, mis cenizas serán enterradas en ese punto», reconoce.
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